Historias de familia: Mario C. Olivera y la Facultad de Medicina, legado de Toluca para la juventud

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De carácter fuerte, serio, pero sobre todo con espíritu emprendedor, el doctor Mario César Olivera Gomeztagle ha sido uno de los pilares inobjetables en la construcción histórica de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) y, particularmente, del área de la medicina en la ciudad de Toluca. La siguiente, es una entrevista que le realicé a su esposa, Celia Martínez Peñaloza y que se publicó en el año 2013 en mi libro Toluca 200, historias de familia.

Nacido en esta ciudad, en el año de 1926, hijo del médico Mariano Olivera, quien era originario de Lerma y cuyo principal trabajo por el cual fue reconocido en la incipiente ciudadanía mexiquense, fue la de ser médico de los ferrocarrileros de la ciudad, su consultorio se ubicaba en la calle de Villada en el centro de la capital mexiquense.

Innovador y constante creador de proyectos, estaba interesado en muchas ramas de la ciencia, de tal forma que la definición de su profesión la decidió a través de un volado como nos cuenta su viuda, la señora Celia Martínez Peñaloza de Olivera, quien señala que su esposo sacó una moneda al momento de su inscripción para determinar si estudiaría Medicina o Ingeniería quedándose al final en el área de la salud.

Doña Celia Martínez recuerda que el proyecto de la Escuela de Medicina inició con la pregunta que le hizo el licenciado Juan Josafat Pichardo al doctor Mario¿Se podrá hacer una Escuela de Medicina?, y desde ese momento se convirtió en el principal motor del doctor Olivera, ya que se juntó con un grupo de siete u ocho amigos entre los que destacan: Guillermo Ortiz GarduñoGustavo Estrada OcampoSamuel Pérez CattegnoEnrique CastroEduardo Hernández y Jorge Hernández, todos ellos inmortalizados, en su momento, en una placa de bronce que estaba al entrar a la Escuela de Medicina y que hoy se encuentra extraviada.

Desde esta trinchera, fue un luchador incansable por lograr que Toluca tuviera su propia Escuela de esta especialidad, por lo que desde sus primeros años de estudio en el Instituto Científico y Literario buscó la forma de visitar la Ciudad de México en compañía de la señora Celia para obtener información sobre la apertura de la escuela, las currículas a aplicar, horarios, tamaño del anfiteatro e instalaciones mínimas, necesarias para arrancar el ambicioso proyecto en esta ciudad.

En 1955 inició actividades la Escuela de Medicina en la parte de atrás del instituto con un anfiteatro y las clases del primer año de esta carrera; entre los primeros egresados recuerda al doctor José Antonio Hernández Galván, quien fue el primer estudiante que presentó su examen recepcional,  Estela Ortiz Romo (hoy decana de la UAEMéx), José León Victoria Moreno, quien se dedicó a la Cardiología y la doctora Mancilla, dedicándose a estudiar hasta que estuvieron listos para la docencia, distribuyéndose las materias a impartir como Medicina, Anatomía, Fisiología y Anestesia, entre otras.

A pesar de su corta edad y de los críticos comentarios de los doctores previamente establecidos en la ciudad, el doctor Mario logró, con el tiempo, que la escuela fuera reconocida internacionalmente, sobre todo por haber iniciado un proyecto sin presupuesto y sólo con el empuje de una juventud sumamente comprometida con la ciudad que los vio nacer. El doctor Olivera lideraba a todos sus compañeros, se reunían para desayunar o cenar y platicar sobre el proyecto y cada año invitaban de la ciudad de México al maestro Fernando Quiroz Gutiérrez, reconocido en ese tiempo, por sus estudios en Anatomía, quien acudía como jurado a los exámenes orales para darle respaldo al aprovechamiento de los estudiantes y al desempeño de los maestros, también se hicieron las Jornadas Médicas en primer y segundo año, por lo que médicos de Nutrición y Cardiología llegaban a Toluca provenientes de muchas partes del país.

Por cierto, su libro de Anatomía Descriptiva en tres tomos, fue el texto de cabecera de la Facultad de Medicina, durante muchos años.

Hombre compenetrado en sus deberes, sus amigos lo llamaban el sabio, porque le interesaba todo y tenía un carácter especial. En el Instituto Científico y Literario conoció al licenciado Adolfo López Mateos con quien tuvo una enorme y sincera amistad, lo que se vio reflejado en el apoyo a la Escuela de Medicina y en la Universidad, ya que siempre estuvo al pendiente de las mejoras en la Máxima Casa de Estudios.

Doña Celia Martínez la conoció en la secundaria, cuando estudiaban en 1943, ella estudiaba en el Instituto Científico, pero ante los problemas de huelga, a los estudiantes de primer año los colocaron en un edificio ubicado junto a la Iglesia del Carmen, por lo que fue miembro fundadora de la secundaria No. 1 con el maestro Fernando Torito Aguilar Vilchis, época en la que recuerda que no podía salir alumno alguno de la escuela sin permiso.

Casado con doña Celia en 1952 y padre de cinco orgullosos universitarios, el doctor Mario fue senador de la República en la época del Presidente Adolfo López Mateos y Presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el Estado de México.

Su esposa recuerda la ocasión en que el doctor Gustavo Baz Prada le habló al doctor Mario y le dijo te quiero regalar un cerro, llevándose la sorpresa de que se trataba del cerro de Coatepec donde incluso había un río, con la idea de que, conociendo su empeño y dedicación, apoyara a la construcción de los edificios de la Universidad ante la falta de espacio en el Instituto Científico y Literario, iniciando poco tiempo después con las Escuelas de Leyes e Ingeniería.

En 1962, la principal preocupación de los universitarios era la de construir nuevos espacios para desconcentrar las escuelas y facultades que funcionaban en el histórico edificio del Instituto Científico y Literario. En marzo de ese año, el rector Juan Josafat Pichardo había informado al Consejo Universitario sobre la existencia de un proyecto para edificar la ciudad universitaria de Toluca sobre un terreno de diez hectáreas, paralelo al Paseo Colón, que hoy está delimitado por la preparatoria Adolfo López Mateos y la Facultad de Química (Pichardo, 1957: 34). Los planos habían sido elaborados por estudiantes y profesores de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Sin embargo, muchos años después, en la memoria del doctor Olivera estaba fresco el recuerdo de aquel día de 1962 en que recibió un telefonema del doctor Gustavo Baz Prada, gobernador del Estado, quien le decía: Venga, que quiero regalarle un rancho a la Universidad.

La cita fue en el cerro de Coatepec, al poniente de la ciudad. Se trataba de un sitio histórico, ya que en 1811 fue uno de los frentes de la batalla por Toluca entre insurgentes y realistas que, posteriormente, se concentró en el cerro del Calvario y culminó en la plaza mayor de Toluca con la matanza de cien indígenas que apoyaban la causa de la libertad.

Cuando el doctor Baz llegó, le dijo al doctor Olivera: Este es el rancho del que le hablé. Son 32 hectáreas y pienso que es el mejor lugar para construir ciudad universitaria. Enseguida, el gobernador habló con el rector sobre la ubicación que, desde su punto de vista, podrían tener en ese espacio las facultades y oficinas administrativas. Al final, le dijo algo importante: el estadio y otras canchas deportivas que estaban siendo construidas en el cerro por el gobierno estatal —bajo supervisión del secretario General de Gobierno, doctor Jorge Jiménez Cantú— formarían parte de la donación.

Hasta aquí la anécdota. Durante la sesión del 10 de septiembre de 1962, el doctor Olivera informó al Consejo Universitario sobre el ofrecimiento del gobernador, y en la del 25 de abril de 1963 sobre la firma de las escrituras en el Palacio de Gobierno. Ese día, el doctor Olivera pudo comprobar que la escritura de los terrenos donados decía textualmente: Rancho de Coatepec, refiriéndose al cerro y sus alrededores.

Siendo rector de la Universidad, recuerda su viuda, la anécdota de haber batallado con los jóvenes de apellido Benítez, encabezados por Daniel Benítez Bringas conocidos como los vampiros, ya que  la universidad contaba con instalaciones abiertas y se metían los muchachos a ingerir bebidas alcohólicas, a molestar a las jovencitas y a hacer escándalo, por lo que el doctor determinó cerrar las puertas cuando no había clases para ahuyentar a los vándalos.

En su cargo como director del Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios (ISSEMyM), entre julio de 1977 y septiembre de 1981, el asilo y el hotel de Tonatico se modificaron totalmente, se impuso uniformes para médicos y gente de mantenimiento, promoviendo además el Congreso Internacional de Arteroesclerosismultiple, llegando invitados de Suecia, Holanda y Estados Unidos. Como resultado de esos trabajos ganó el premio Nacional de Medicina esta institución por los trabajos de investigación presentados en ese congreso.

Para la orgullosa viuda del doctor Mario, la ciudad ha cambiado mucho, ya que antes era muy tranquila, segura, se podía caminar a cualquier hora, recuerda por ejemplo la calle de Minahoy Avenida Morelos como un callejón sumamente angosto, la mayoría de la gente no tenía coche, no había televisión y había dos o tres lugares de reunión como el restaurante Lambian’t con su área de nevería, rememora que la panadería Libertad hacía atole y tamales, y la gente pasaba y merendaba, o las visitas al Cine Coliseo cuyo estreno fue con la película Los tres diablillos, cobraban entre semana 35 centavos ó 60, porque exhibían 3 películas, cortos y episodios, aparte noticieros, además de los episodios de Mongo, programa que presentaba impresionantes avances futuristas que hoy en día ya existen y otros tantos que aún no se inventan.

A tres años de su partida, murió el 6 de agosto del año 2009, el doctor Mario C. Olivera es recordado por sus familiares como un padre cariñoso, un esposo ejemplar y un abuelo consentidor, cuyo principal legado fue en el ámbito universitario ya que consideran que la fundación de la Escuela de Medicina forma parte de la historia de Toluca.