HISTORIAS DE FAMILIA: RAÚL OROZCO OLIMÓN Y SUS DOS PASIONES: TOLUCA Y LOS MUSTANG
Raúl Orozco Olimón nace en el Distrito Federal, y sin embargo, siente ser toluqueño con una pasión que supera a la de muchos nativos de esta ciudad. Estudió la primaria en la Antonio Claret, en donde fuimos compañeros. Esta entrevista forma parte del libro Las Historias de familia continúan, Con y por su gente publicado en el año 2018.
Desde el cuartel, la oficina en donde más que archivar sus documentos atesora sus recuerdos, comienza a relatar la historia de cómo se ha apropiado de la identidad toluqueña a través de su pasión por los automóviles.
Tercero de nueve hijos, procede de una familia cuya madre era profesora y su padre comerciante en la ciudad; desde pequeño, en su casa ubicada en la calle de Plutarco González, comenzó a sentir atracción por los autos de manera tal que comenzó a coleccionarlos con la esperanza de poder hacerse de uno real en poco tiempo.
El principio de su pasión por los autos lo heredó de su papá quien, menciona con orgullo, siempre ha sido su ejemplo a seguir, pues lo considera su más grande ídolo.
La variedad de dulces y caramelos no era tan extensa como en estos días, recuerda que, cuando era pequeño, se aventuraba, junto con sus hermanos mayores, al convento de las Carmelitas para, a través de un gran portón de madera, pedirles en nombre de su padre, recortes de ostia que las madres con gusto les obsequiaban, aunque sin saber, que eran para engolosinar al pequeño Raúl y a sus hermanos.
Raúl siempre ha sido una persona de amigos, confiesa que siente debilidad por conocer a más e involucrarse de manera tal con ellos que puedan encontrar en él alguien con quien contar; debo mencionar que defiende bien esta idea ya que, después de escuchar que aún conserva como amigos a sus compañeros de primaria y enlista a la perfección nombres y apellidos de las personas que marcaron su vida, no cabe duda que valora inmensamente este tipo de relaciones.
En 1954, a la edad de seis años, Raúl presenciaría uno de los eventos que marcarían su vida para siempre, la Carrera Panamericana de Automóviles que pasaría por esta ciudad en donde, además, los corredores pernoctarían.
Admirar todos aquellos vehículos estacionados en el centro de la entonces pequeña ciudad hizo crecer en Raúl, aún más, su gusto por los autos y en 1960 comenzó a armar miniaturas de los mismos para venderlas a sus conocidos y de esta manera iniciarse en el mundo comercial.
En 1965, tras terminar la escuela secundaria, decide abandonar los estudios para dedicarse de lleno al mundo comercial en donde, con la ayuda de su padre, estableció una tienda de ropa en la Avenida Benito Juárez que, recuerda, no era tan agitada ni congestionada como lo que es ahora, incluso señala con nostalgia que en ella se podía conducir en doble sentido.
Asimismo, recuerda con alegría todos aquellos establecimientos importantes de la ciudad que marcaron su juventud como la Discotienda o la Vinatería de Don Joaquín, la primera Tintorería Miranda y, pasar satisfacer el antojo a la tortería de La Violeta (estaba en la avenida Juárez, frente a la entonces Terminal Toluca), en donde podías comprar este típico manjar con un peso.
En dicho establecimiento gustaba de admirar a las señoritas que estudiaban en la antigua academia Elena Cárdenas o aquella variedad de personas que asistían al Cine Florida con motivo de diversión en aquellos años.
Por si fuera poco, Raúl recuerda perfectamente las perradas o mascaradas que estudiantes de preparatoria hacían desfilar frente a su negocio para dar la bienvenida a los nuevos estudiantes quienes, entre humillados y divertidos, tenían la misión de sobrevivir al primer día escolar.
El Edificio de Correos, la Librería Ibáñez, los dulces típicos y una terminal de autobuses en el centro de la ciudad daban, en palabras de Raúl, una realidad diferente a la ciudad que hoy vemos.
Raúl tuvo que esperar el fruto de su negocio hasta el año siguiente cuando, con 18 años de edad, compró su primer automóvil; automóvil que condujo por las pocas calles de Toluca con el conocimiento empírico que adquirió al observar a su padre quien también era afecto al automovilismo.
Con el paso del tiempo, comenzó a adquirir automóviles para ponerlos en venta y crear otro tipo de negocio que perduraría muchos años después. Recuerda alegremente cómo es que, en aquel tiempo, un auto se identificaba perfectamente en la ciudad las personas sabían a quién pertenecía cada auto porque, en realidad, ¡era una cantidad bastante más pequeña de la que hay ahora!, me dice.
A los veinte años de edad Raúl sentía ganas de comerse al mundo y, enamorado, decide contraer nupcias a los veintidós años de edad con Susana Mejía quien le daría sus primeros tres hijos: Juan Jesús, Luis Raúl y Miguel Ángel.
En 1990, junto con Jorge Franco, Eduardo Camacho y Mario Alberto Fernández, funda el primer Club del Munstang de Toluca al que pertenecería cerca de 18 años que recuerda con gran alegría al enlistar los eventos a los que se les invitaba para mostrar sus automóviles como los Juegos Florales, el desfile del 20 de Noviembre y el Concurso a la Elegancia.
Junto con el inicio de este club crecieron las oportunidades de conocer diversos estados de la República Mexicana participando en varios eventos, tanto de automóviles como ajenos a ellos, para dar a conocer parte de la vida de Raúl a través de los automóviles.
En 1997, después de haberse divorciado de un matrimonio que duró 20 años, Raúl contrae nuevamente nupcias, en esta ocasión con Carmen Díaz Galindo quien le daría más tarde un hijo homónimo de uno de los hijos del matrimonio anterior: Luis Raúl quien ahora tiene 17 años.
En el año de 2008, Raúl decide separarse del primer club para formar otro en compañía de Fernando Mejía, Víctor Hugo Vargas y Carlos López al que llamaron Los amigos del Munstang haciendo referencia a la amistad como el lazo más fuerte en la convivencia social.
Con dicho club, participaron no sólo en desfiles y exposiciones sino también en obras de caridad como Extiende tu mano y caravanas incluso que ellos inventaron como la Caravana del terror para la cual se disfrazan en época de Día de Muertos para dar una vuelta a la ciudad a bordo de tan preciados automóviles.
Ahora, ve en Toluca una ciudad completamente diferente a la que lo vio crecer, con desagrado, se da cuenta de la cantidad de edificios antiguos que han sido demolidos o dejados en el abandono cuando, asegura, trabajos de restauración podrían dar fe de la belleza que hace mucho tiempo tuvo esta ciudad con sus fachadas coloniales y elegantes.
Desde su cuartel, bautizado así dado que sus amigos lo apodaron El general, en donde la cantidad de miniaturas de automóviles y reconocimientos que ha adquirido a lo largo de más de 50 años, identifica cada uno de sus recuerdos enmarcados, exhibidos o colgados, como una historia que contar y con una razón para estar en ese lugar y en su corazón.
El crecimiento desmesurado de la población para una ciudad que no fue concebida para tantas personas lo hace preguntarse hasta dónde irá a extenderse aquel pequeño espacio, de pocas calles, que lo vio crecer.