… igual que cientos de millones de personas más

Views: 346

Ahora sí, ya terminó una parte de mi vida, terminé mi carrera universitaria. Atrás quedaron los días insoportables de levantarse temprano, ir todo mal desayunado a clase, comprar esos carísimos libros con todos sus complementos en páginas de internet y aplicaciones costosísimas, soportar a todos esos exigentes maestros que pareciera que todos los días se levantaban pensando en cómo iban a arruinarnos la existencia. 

Es verdad que había profesores buena onda que hasta nos llevaban de fiesta, pero en general eran pocos. Atrás también quedaron los días en que nos saltábamos la clase, para irnos a echar unas frías o ir a desayunar o al cine. Las tardes y noches de desvelos con los amigos, estudiando o divirtiéndonos, haciendo o repasando apuntes, trabajos y tareas. Desarrollando esos inmensos e interminables proyectos, horas llenas de café y buena música. Gestando principios de gastritis e irritación intestinal. Los buenos y malos, profesores y amigos, los noviazgos… Las prácticas profesionales, las estancias, las becas, que más bien eran compensaciones económicas para o seguir la fiesta o continuar estudiando. 

Somos muchísimos, la foto de generación está bien grandota, no se alcanzan a ver nuestros rostros, se requiere una lupa. Mi abuelo me pregunta si en verdad habrá trabajo para todos nosotros, lo hace mientras la sopesa en sus manos, admirando las letras de molde y grabadas que indican el nombre de la escuela, la carrera y el año de generación. Hubiera pedido mejor la foto sin enmarcar, la que te entregan enrollada en un tubo, pero mi familia insistió en tener una igual a la de mis hermanos: grandota y pesada para colocarlas en el despacho de papá.    

En el centro de la mesa están todavía el gigantesco ramo de flores y el no menos gigantesco peluche que tuvieron a bien obsequiarme mis familiares, aún se siente la resaca por la fiesta de anoche, la de graduación. 

Vaya fiesta, ¡fue épica!, pero temo que el golpe de realidad sea duro, y es que, como bien dijo mi abuelo, ¿habrá trabajo para todos nosotros?, pues no lo sé, no es algo que me preocupe demasiado, ya que puedo hacerle como mi hermana, que lleva dos maestrías y varios diplomados, pero no ha encontrado un buen trabajo. Ella sigue estudiando. Se ha especializado mucho en su carrera, aunque le dicen, en broma, que mucho estudio y pocas nueces

Mi hermano no es diferente, otro igual, terminó su carrera, pero se la pasa viajando, también tiene maestría, pero sólo una, no dos como mi hermana, él dice que va por el doctorado. Sigue buscando escuela, no la ha encontrado aún, dice que no tiene prisa. 

En fin, en esta casa los hijos no trabajan, ni se casan, sólo estudian. Y todo parece indicar que sí, pues pienso inscribirme inmediatamente a la maestría en mi escuela, así me ahorro el tener que estudiar para un examen de admisión en otra. Como voy a continuar en la misma institución, tengo pase directo.   

  

Así que no me despediré del todo de la vida de estudiante. Voy a tener que continuar levantándome temprano, soportando a terribles profesores, ir todo mal desayunado al colegio, al que mi abuelo llama fábrica de títulos, ya que dice que las escuelas se han convertido en eso: simples fábricas donde les apura más que cumplas con la cuota económica que con la asignatura. Todos los años salen a la venta cientos y cientos de egresados, todos iguales, pero de diferentes sabores

Aún así, mi trabajo me costó, derramé lágrimas, sudor y sangre, tengo un título universitario… igual que cientos de millones de personas más.