Imagen fraudulenta

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Tres son los elementos que permiten a un ser humano construir una imagen pública poderosa: comunicación verbal y no verbal, imagen física y manejo de protocolos.

La congruencia de estos tres elementos es lo que genera en la percepción de los interlocutores esa sensación positiva que en muchos casos se interpreta como una personalidad magnética que acaba por cautivar, en toda la extensión de la palabra, a cualquier persona del entorno.

Justo esa parte, la congruencia, es la que, en contraparte, acaba por tirar al cesto de basura cualquier esfuerzo, por meditado que parezca, para pretender ser lo que en realidad no somos. Cuando la esencia de la persona no corresponde con lo que dice que es, la lectura inmediata es la de un mentiroso, fanfarrón o fantoche.

Alinear el ser con el parecer, el decir con el hacer, el pensar con el actuar; cuando mandamos mensajes contradictorios o nuestros actos resultan ir en sentido contrario de lo que pretendemos, acabamos por mostrar una imagen fraudulenta.

El asunto es no teorizar, es decir, no hablar de lo que no sabemos o no conocemos a plenitud; es ahí en donde se obtiene algo sumamente valioso para el respeto de las personas, la autoridad moral.

No puedo ostentarme como una persona plenamente exitosa, cuando he fracasado en alguno de los ámbitos de mi vida; no puedo asumir que tengo un conocimiento pleno de una institución, cuando no le he vivido desde adentro; mal haría en presumir que soy una persona íntegra, cuando tengo cola que me pisen.

De nueva cuenta, no se trata de negarnos la posibilidad del error, completa y absolutamente humano; lo inquietante es que muchas personas no aprenden y vuelven a tropezar con la misma piedra. Justo ahí es en donde todo esfuerzo por ocultar la verdad se torna infructuoso.

Esto deriva de un proceso de formación mal llevado; el padre de familia pidiendo a los hijos que respeten al prójimo, cuando ellos mismos ven a sus progenitores mentando madres a todo y todos cuando van manejando; trabajadores que juran y perjuran que son dechados de pureza, a la par que todo el mundo ve que su pregón es más falso que un billete de 7 dólares.

Al salir a la calle, inmediatamente estamos sujetos al escrutinio público; nadie puede evitar ser visto, nadie puede evitar proyectar una imagen.  Ante esta realidad innegable, ¿qué tipo de imagen pretendemos mostrar?

Si a esta, de por sí, compleja interacción, sumamos el cúmulo de inseguridades que cargamos, que nos llevan a fingir, actuar, mentir, justificar o argumentar para defender lo indefendible, vuelvo a citar al filósofo nacional El Buki con su emblemática canción: ¿A dónde vamos a parar?

 

Lo primero es ser lo suficientemente autocríticos para saber en dónde estamos parados, siempre habrá muchas personas mejores que nosotros; lejos de buscar la grilla barata, mejor enfoquémonos y hagamos valer nuestras fortalezas.

Que la imagen que proyectemos sea lo suficientemente sólida y convincente; nada de simulaciones.

horroreseducativos@hotmail.com