Improvisar, leer y memorizar
Gobernantes y legisladores son exhibidos porque se les traba la lengua, abusan de la verborrea y tienen dificultades para leer frente al público. Las audiencias perciben esos errores como graciosos, desafortunados y, a veces, imperdonables.
El error es parte del proceso de aprendizaje significativo, pero errar con frecuencia significa que no se está aprovechando la experiencia personal inmediata.
Cuándo improvisar, cuándo leer y cuándo memorizar, para expresarse de manera oral frente a un auditorio, son un saber básico para las figuras públicas del entretenimiento, el gobierno y la empresa.
En qué temas improvisar, cómo leer y qué memorizar para las intervenciones orales ante las audiencias son un saber básico para ganar credibilidad y notoriedad. Un poco de entrenamiento ayudará.
Nadie puede improvisar acerca de cualquier tema y en cualquier circunstancia, nadie puede leer siempre y ante todos los públicos, nadie puede memorizar todos sus mensajes para satisfacer las necesidades de comunicación oral ante diversos perfiles de espectadores.
Hablar trastabillando, con datos imprecisos y con mentiras, conduce al descrédito del personaje público. Ya no queda en anécdota. Los audios y videos, cuando son auténticos espectáculos de lo que no se debe hacer, fulminan cualquier reputación.
El orador consuetudinario puede gozar de un teflón o carisma que lo proteja de sus disparates durante un tiempo. Puede ser que se le resbale todo mientras goza las mieles de la buena fe y la confianza de las audiencias que conceden plazos de gracia a las figuras públicas sobre la bondadosa idea de “vamos a darle una oportunidad”. Al final, la comunicación oral, sin un equilibrio prudente entre formalidad e informalidad, conducen a la falta de credibilidad, al descrédito que será su lápida.
Ningún político, gobernante o figura pública, está obligado a conocer acerca de todos los asuntos, a lo que sí está obligado es a investigar, a preguntar y a que sus redactores de mensajes le provean de información estratégica. A lo que sí está obligado es a tomar con seriedad sus dichos, pues arropan su prestigio y desnudan su mala fama pública.
Un dirigente popular podrá parecer auténtico, abusar de la mentira y contar con el respaldo del público durante un periodo de encantamiento. Pero hay que tener cuidado cuando la popularidad se sostiene sobre el hartazgo hacia el pasado, sobre la desgracia y desgraciadez de otro, pues ante la falta de una narrativa apegada a la verdad y a los hechos, lo dicharachero y desparpajado terminarán encontrándose en el cruce de las promesas incumplidas y las esperanzas insatisfechas.
La popularidad y la autenticidad sucumbirán ante la demagogia y quedará desnudo el demagogo. El teflón de credibilidad del personaje se habrá derretido y el mensaje se tornará poco creíble.
De ahí que valga detenerse un poco en el trajín de la representación popular para estudiar y conjugar tres verbos: improvisar, leer y memorizar.