INTROSPECTIVA

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El acto mediante el cual el hombre se funda y revela a sí mismo es la poesía

Octavio Paz.

El día que un objeto cobra vida ante nuestros ojos, el día en que las personas son visibles más allá de nuestros ojos y tacto; cuando las voces se alojan en los lugares más recónditos del corazón y dan pie a un nuevo canto de palabras, ritmo y belleza.

Un día se revela la belleza del paraíso terrenal, en unos ojos, en unos labios, frente a una cascada, en el mar, entre las nubes, en lo más alto de una montaña, en la mañana lluviosa o en un atardecer amatista.

Cuando un llanto de alegría o desgracia; la muerte, un nacimiento; un desamor, un amor correspondido; un triunfo, un fracaso, cobran tanta fuerza que se vuelven palabras, versos dulces o mordaces,

Los días, las horas y cada minuto con sus sonidos, olores, sabores, terminan siendo más de lo que parecen, dentro de una persona.

Y entonces uno ruega que la vida alcance para llenar de versos cada día, cada espacio, cada centímetro del cuerpo propio o ajeno y la tinta que palpita en las venas sea  suficiente para inmortalizar en cada letra, el alma, el sentido, el sentimiento.

Escribir los gozos y dolores que me habitan, que me mueven o paralizan, pero que se escapan en palabras. Distraerte con mis teorías, símbolos y figuras;  transcribirte mis pesares.

Borradores y borradores de sueños y desenfreno, tallerear con la luna y el viento los textos que me habitan, las palabras que me carcomen, las imágenes que tapizan mi memoria.

Uno acaba por aceptar e incluso amar a la poesía que late y late sin cesar alrededor, para que un día, con suerte, ésta se manifieste.

Esa Poesía de la que no podemos prescindir y que viene a transformar, a renovar y llenar de vida y que para algunos pasa desapercibida mientras miran hacia otro lado, la que dice Octavio Paz, funda y revela el verdadero mundo, dentro de los ojos, donde no hay voces ni palabras.

El poeta quiere saber quién es, quiere entender de qué se trata este juego tragicómico de la vida, por qué está aquí, por qué ha de morir…  Dice el maestro Alberto Blanco a quienes atienden al llamado y el don.

Dormido o despierto, realidad y sueño, se mezclan en una especie de duermevela a la que llamamos vida y que intenta descifrarse con lo oído y lo leído, con una pizca de intuición.

Pero cómo escribir de la vida, si sólo puede vivirse, aseveraba Óscar Wilde; será que es verdad que uno escribe de la vida cuando no se le conoce, desde la imaginación, la inteligencia.

Aunque como decía Jean de Menase, lo verdaderamente oculto es tan sólo aquello que es sagrado y que, aun al revelarse, se retiene la naturaleza de lo inaccesible puesto que sólo  puede ser manifestada por un símbolo. Por una palabra.

Y al final somos bien poca cosa y, no obstante, la totalidad nos mece, somos un signo que alguien hace a alguien, somos el canal de transmisión: por nosotros fluyen los lenguajes y nuestro cuerpo los traduce a otros lenguajes. Decía Octavio Paz, en su discurso de ingreso al Colegio Nacional.

Queda ahí la poesía, la palabra, el canto para acompañar, para revelar, para dar vida…

Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando.
Rabindranath Tagore