Invierno en Toluca
En Toluca solemos quejarnos de todo, empezando por el clima. Es cierto, resulta tan cambiante que en un solo día puedes experimentar las cuatro estaciones del año, como si el día buscara seguir el paso de Vivaldi. A pesar de ello, desde que era una chamaquita, el invierno toluqueño me ha parecido mágico, tanto en sueños como en añoranzas. Aún, recuerdo, por ejemplo, que en Los Portales podías encontrar muchos juguetes de madera, reviviendo los cuentos infantiles que mamá solía leerme antes de dormir. Y sin duda, no puedo olvidar aquel año nuevo, todavía del siglo XX donde nevó tanto que, hasta La Marquesa se vistió de blanco y todo el valle emulaba el acto. Vivir en Toluca, aún con sus cambios, siempre ha significado una fortuna.
La historia de Toluca puede leerse de dos maneras: en documentos que nos acercan al relato de los hechos lo que permite cumplir con la rigurosidad de la Historia como ciencia; y a través de la tradición oral de sus habitantes que otorgan el tinte emotivo al paso del tiempo. La maravilla reside en el hecho de que ambas voces nos permiten dibujar a Toluca como esa bella dama que tan bien describiera Manuel Gutiérrez Nájera en el siglo XIX y de donde surgiría aquella frase de Toluca, la Bella. Un caso especial es la discusión sobre el rango de ciudad o villa. Existen documentos del siglo XVIII que ya mencionan la ciudad de Toluca de San José, sin embargo, sería a finales de dicha centuria que se obtendría la cédula real como ciudad y años después se reconocería su primer ayuntamiento. No obstante, para el momento de dicho reconocimiento, la forma de vida correspondía a la de una villa y no por eso perdía su encanto: su corazón, el antiguo Convento Franciscano donde hoy se encuentran los tradicionales Portales de Toluca y con una más que prestigiada producción de embutidos y la producción de dulces, entre ellos, el alfeñique. Los rasgos de ciudad vendrían mucho después de haber iniciado el siglo XIX con la denominación de ciudad capital en 1831 y la posterior construcción de los primeros arcos de sus portales. Un caminar lento que realmente se consolidaría a finales del siglo XIX donde, gracias al registro fotográfico, la revisión de documentos en el Archivo Histórico Municipal y el poco patrimonio inmueble que sigue en pie, podemos constatar que la ciudad convenientemente cercana y lejana a la Ciudad de México, realmente era una ciudad.
Parte de esta historia ha sido escrita por migrantes que ya no son forasteros. Si revisamos los últimos dos siglos de la historia de la ciudad, tanto en esa tradición oral como en los documentos escritos, varios son los casos de toluqueños cuyos periplos generacionales se enraízan en tierras lejanas. Un factor que suelo sostener como historiadora es justamente el clima de Toluca, ese del que tanto nos quejamos. Si somos conscientes, para la población europea y de Medio Oriente que marcarían rasgos en la ciudad, nuestro clima resulta más que benigno. No hace el calor sofocante ni el frío de tundra, además de que, al encontrarse en un valle, cuenta con recursos para el desarrollo de diversas actividades económicas. Recordemos al joven Santiago Graff, fundador de la Compañía Cervecera Toluca y México que, de acuerdo con reseñas de sus descendientes, decidió probar fortuna en Toluca guiado por las referencias de la calidad del agua en la ciudad gracias a su fuente natural: el Nevado de Toluca. De esos sueños y aventuras surgió, décadas después, la cerveza Victoria, considerada una de las mejores en el mercado cervecero y toluqueña de nacimiento.
Otro factor que ha propiciado la migración reciente a la ciudad resulta ser el gran potencial de su zona industrial y su impresionante crecimiento urbano. Podría pensarse que la ciudad solo es una opción de pernocta, pero en el juicio cuidadoso de la cotidianidad, podemos encontrar buenas opciones de educación para las familias, la más importante sede de una de las cinco mejores universidades públicas del país, además de opciones recreativas para todas las edades, que van desde espacios verdes hasta complejos culturales. Me gusta pensar que lo que ven los otros cuando llegan aquí es justamente ese rasgo de una Toluca que, siendo ciudad, no pretende olvidarse de su corazón de provincia.
Hace una semana me asaltaron y al día siguiente, a dos cuadras de mi trabajo, prendieron fuego a un autobús. Los motivos no son razón de esta columna, más sí la sorpresa de la autora de este texto, hija de dos jóvenes que migraron hace más de cuarenta años a esta tierra, y quien nunca había vivido ambas circunstancias, tan solo había escuchado de ellas. Al ver en la poesía del momento, a mi Toluca en llamas, pensé que la fortuna de vivir aquí no puede ni debe ocultar los graves problemas de la ciudad: contaminación, inseguridad, desempleo y feminicidios. No somos ni la primera ni la última ciudad mexicana en sufrirlo, pero quizás apenas nos hemos dado cuenta: ya saben, como cuando va a una terapia y se da cuenta de lo mucho que se debe trabajar para mejorar.
Entonces pienso en este invierno teñido en fuego y la posibilidad de resurgimiento. El sábado, en la cuenta más larga de cambio de poder, Toluca iniciará una nueva administración con un proyecto que apuesta al futuro. Me imagino un ave fénix, en la ciudad más cercana al cielo mexicano y en el porvenir. Decía Octavio Paz que quien ha visto la esperanza la busca por todas partes. Y esa esperanza no pertenece a un partido político o una causa dictatorial, sino al presente. Hemos visto a Toluca transformarse de villa a ciudad, enamorar a un joven suizo para encontrar su victoria en esta tierra; y la veremos reencontrar su propia belleza, como capital y como provincia. Es finalmente el invierno, el tiempo para recibir la primavera. ¡Feliz 2022!