LA JAULA INVISIBLE: UN TEXTO URGENTE
El libro La jaula invisible representa uno de los peores calvarios que tuvo y que aún tiene que sufrir la juventud peruana desde los 70 en adelante. Autoría de Martín López de Romaña, y a la vez el título de su último libro, con el subtítulo Mi vida en el Sodalicio, un testimonio, es, además, un concepto; por cierto, nada escaso en pertinencia. En él se ha contenido y encerrado el mecanismo de sumisión mental más sofisticado con el que cualquier joven puede seguir tomando contacto: el apostolado del Sodalicio de Vida Cristiana[1], gracias a un armazón narrativo y a una potencia explicativa sin precedentes en la narrativa peruana.
Como si se tratase de un cubículo férreo que se va soldando sobre la psique de los captados, advertir su presencia es algo casi imposible. Su título no es retórico: el mecanismo funciona con la inmaterialidad de los sentimientos y de las emociones, y se impulsa por el carácter sistemático de lo que emana de las ambiciones enfermas de poder. No en vano, el autor ha reconocido que ha necesitado cerca de una década para cerrar la obra, y para lograr la inteligencia del proceso y de las consecuencias de haber sido capturado mentalmente por una institución que, de católica, tiene únicamente el llamarse como tal.
Pero si hay un factor que trunca e impide conocer la gravedad del asunto, sin duda es ignorar qué supuso en el Perú El caso sodalicio, y cómo con él fue destronado el último integrante de la trifecta de la pederasta-eclesial en América Latina. Además, del destape de la larga lista de instituciones, personalidades, negocios y centros educativos o universitarios que fueron arrastrados con el escándalo. Un episodio que alcanzó tanta negrura judicial, que hasta la institución misma pudo decir con un cinismo sin límites que todo lo presentado en su contra pecaba de subjetivo. Además de gestar un acoso beligerante contra la dignidad de sus víctimas, causa de que la gravedad de todo lo ocurrido tras el destape de los abusos sea casi inexistente, por la fuerza que alcanzaron los bulos del tipo los testimonios pudieron ser inventados, al final nadie fue a la cárcel, qué padres tendrían esos chicos, que dejaron que los abusasen, yo no me dejaría.
Así es, pues, como la institución y todas sus ramificaciones han conseguido camuflar, entre otras cosas, la más importante sobre sí misma: cuales son las ambiciones que realmente subyacen a las guías espirituales que ofrecen a los jóvenes, y qué consecuencias tienen. Y es que, qué congregación de manto religioso quiere que se descubra, que tras sus retiros y servicios de confirmación a jóvenes, se esconde toda una maquinaria para ir erosionando el desarrollo del pensamiento crítico en adolescentes con el fin de reducir su contacto con el mundo a un pensamiento único y de colmena que, por lo demás, implanta sobre sus razonamientos más simples y cotidianos un circuito cerrado que premia con gracias divinas y que castiga con culpas voraces.
De vuelta a la obra, tampoco se puede dejar de felicitar el haber podido trazar, de principio a fin, la ruta que tenía el proceso de aprisionamiento mental que se ha venido detallando. Que era, eso sí, brillante y nubosa por donde se la mirase, por estar perfumada de respuestas fundamentales y seguridades férreas cuando más se necesitan. Si se atiende a que todas las dudas y temores de juventud de un adolescente iban siendo sepultadas en su delante, con una eficacia sin igual y un ropaje divino, cabe pues, preguntarse: ¿cómo no iba a terminar siendo algo progresivamente adictivo?, y a la vez, ¿no era, acaso, extraña, una disciplina y productividad genuina, elevada y repentina en jóvenes que, en su mayoría, se sentían solos o incomprendidos? Pero ya presentado este escenario poco podía hacerse. Lo próximo era iniciar el convencimiento de los captados de que iban lo suficientemente bien encaminados para optar a la vida consagrada. Que se figuraba como un estado de autorrealización en el que se acariciaban unas cotas de felicidad inauditas hasta entonces para el adolescente, y que era accesible tan solo respondiendo a una pregunta: ¿Entregarías por completo tu vida a Cristo y al Sodalicio de Vida Cristiana?
Visto así, resulta que cualquier excusa es buena para tomar contacto con los jóvenes para el Sodalicio, cualquiera de sus ramas, o sencillamente para Figari y sus huestes. Catequesis, preparación para confirmarse, o simplemente ser invitado a una reunión de apostolado, o a un grupo de oración, porque ni los jóvenes ni los padres son conscientes que en ellas se esparce por todo el recinto un afrodisíaco potentísimo de una abstinencia feroz: el Pensamiento Figari. Una suerte de ensayo de lo que, de forma medianamente ordenada y consistente, pudo emanar de una de las mentes más delirantes y sádicas que ha tenido que sufrir la iglesia peruana. Cuyo aparato químico había sido elaborado, eso sí, con extremo cuidado para poder disminuir sus efectos secundarios, después de haberse corregido destruyendo las juventudes de generaciones enteras. Fascismo puro, grandilocuencia, ropaje divino, dogmatismo, juventud, y una capacidad de discernimiento aún por aparecer, sirvieron y sirven para capturar las mentes, corazones y vidas de decenas de muchachos de sentimientos nobles y que después, serían entregadas para, con la obediencia más ciega posible, cumplir con los dislates falangistas de su fundador, entre los cuales, el principal era conquistar el mundo para Cristo.
Llegados al punto detallado líneas arriba, ya poco podía hacerse con el germen que se había contraído. Lo próximo para lograr con plena seguridad el cumplimiento de la promesa propuesta, era hacer saber a los captados que seguir disfrutando de todos aquellos beneficios espirituales, no era algo para todo el mundo, sino solamente para algunos elegidos. Después, se remataba un sinfín de circunloquios teológicos que siempre terminaban en lo mismo: Dios los había llamado especialmente para cumplir una misión divina, y el intermediario, había sido el SCV. Y efectuada la perorata sólo quedaba esperar un cortocircuito por parte del mismo joven promesa, que solía decir:
¡El contacto con la institución es una oportunidad imperdible!, ¿cómo no voy a aprovecharla y abrazarla con todo el compromiso y la devoción que tan feliz me han hecho? Y…, aquello de que todos los que viven en las masas llevan una vida banal y común, es que no puede ser mentira. No hay más que verlos. Están realmente rotos y lejos de trascender… Y ni hablar de mis amigos…, que todos los fines de semana se quedan más sordos ante las buenas ideas por el ruido de las fiestas, y que se adentran más y más en la escotosis…
Ya en este punto, sin saber con qué suerte, decenas de jóvenes pasarían por el campo minado de la vida sodálite. Cuyos más íntimos y punzantes detalles, ahora, gracias a la obra, se han esclarecido más que nunca con el pulso de una novela de culto. Además, de haber podido narrar con gran sobriedad el dolor que lleva detrás haber sido privado de dos décadas enteras de juventud, y de haber sido cazado indiscriminadamente, aprovechando algo tan sensible como la desnudez intelectual.
[1] El Sodalicio de Vida Cristiana es una institución católica fundada en Perú por la década de los 70 con un pasado de sectarismo, abusos y escándalos sólo comparables con lo ocurrido en Los Legionarios de Cristo en México y con Fernando Karadima en Chile.