La mejor médico del mundo
Hace no mucho que el ranking de las mejores series de todos los tiempos salió: Una de mis series favoritas, Dr. House, no está siquiera entre las 30 primeras. Ni hablar, esas cosas pasan. La serie me gusta en primer lugar, porque es mucho más una serie que aborda temas en torno a la psicología, que a la medicina. No recuerdo uno sólo de los padecimientos médicos que ahí aparecen, pero sí tengo claro las muchas lecciones que sus capítulos me han dejado acerca de la psique humana.
En segundo, me fascina la mezcla de humor, ironía y melancolía que tiene cada una de las temporadas. En tercer lugar, el valor que le da al conocimiento a través de la indagación. ‘House’ (Hugh Laurie), es un médico diagnosta y de ese modo deja claro el mensaje de que nada vale más en el terreno de la ciencia, que la habilidad de pensar.
Una constante en la serie es la crítica que hace ésta a la figura del médico en sociedad. En uno de los capítulos finales de la temporada 6, luego de tratar a un genocida, la carrera de ‘Chase’ (Jesse Spencer) se ve en peligro luego de alterar una serie de pruebas para terminar con el dictador. El dilema ético lleva a los personajes al límite y a un quiebre, dejando de manifiesto de menos, su condición humana. Pero la cosa no para ahí, en situación no tan apremiante, como una consulta ambulatoria, frecuentemente los personajes de la serie se ven encarados por los pacientes quienes no ceden a la figura del médico inmaculado. Así es gente, tengo un problema con los médicos de este país.
Hablar de que a los médicos de otros países se les revisa en la ficción, por supuesto no es un parámetro de que en la práctica así suceda, sin embargo, sí que nos habla de un caldo de cultivo distinto. Cuando menos, más crítico. Sin embargo, sí que podemos utilizar un número que nos sirva de guía. Se sabe por número avalado por quien entonces era la coordinadora del Centro de Simulación Médica de IUEM, que en Estados Unidos esta tecnología logró prevenir en un 96% las muertes por negligencia médica. De ese modo, no sólo se reconoce que los médicos pueden cometer error, sino que, en efecto, se les revisa meticulosamente. La pregunta es, ¿sí es el índice en los Estados Unidos?, ¿cuál será en este país y cuáles serán las precarias condiciones en que se trabaja?
Y mire, tuve el mejor de los ejemplos, mi bien ponderado tío de la CDMX, el tío Jorge, a quien cada vez que iba a visitar a casa, la acera se le abarrotaba por las tantas personas que esperaban a ser atendidos por él. Y es que sí algo tiene el tío, es un majestuoso trato con los seres humano. Esa vara tan alta contrasta con las muchas veces en que haciendo labor social en el hospital, los médicos de por ahí te trataban como si fueras poco menos que mierda. Sobre todo, a mis compañeras a quienes trataron de humillar, pues tenían esa imagen en un pedestal casi inmaculado. Varias veces terminamos en la oficina de RH, pues sólo hay que ver ahora los índices de estrés en que se hallan los nosocomios pospandemia y lo valioso que es ese rubro, no solo para los pacientes, sino para el personal médico. Nefastos pues. No menos importante, las aberrantes opiniones de estos muchachos ante la crisis de SARs Cov 2 y es que por increíble que parezca, por mucho que estén relacionados con el asunto de la salud, eso los hace licenciados ultra especialistas en un tema, pero no conocedores de la ciencia. A veces, ni del sentido común y la lógica que ésta muchas veces exige.
Pero, al asunto; lamentablemente para mí, tuve el peor de mis días en mucho tiempo y tuve que toparme con una persona cuando menos incompetente. La noche del jueves supe que las cosas no son parejas, que el hombre no tiene derecho a equivocarse y que de todos modos las mujeres no están dispuesta a aceptar nada. Coraje. Corajazo. Luego, me topé con un cobarde en una oficina de conciliación la cual yo mismo había solicitado. Por otro inepto, un abogado sin criterio, salí sin voz y con una reprimenda que de todos modos acaté, pues el cobarde del otro lado de la mesa, irónicamente fue quien me enseñó, ahora sé, accidentadamente, a tener honor. Tenía pensado dar cierre a ese mal trago desde la semana anterior, pues notaba, necesitaba una consulta médica. Sin embargo, con las atenuantes vistas, ahora me apremiaba. El estrés me rebasó y los padecimientos físicos fueron en ese instante ineludibles.
Así llegué a una consulta en una farmacia de genéricos. Ahí, fui atendido por una extranjera que se resumió a hacerme un par de preguntas y a checarme la presión. Dos preguntas. Ridículo. En ese momento no sólo estaba frustrado y estresado, sino que me sentía mal. Alegué un par de cosas para sumar al DX pues como lo dije arriba, sé que el DX es elemental. No hubo más, se quedó anotando una serie de cosas y me ordenó subir a la mesa. Pensé que me auscultaría, pues eso hizo una pareja con quien salía unos meses antes de la pandemia, quien fue la que me dio el primer DX. No. Me dijo, quítate la camiseta. Le pregunté, ¿las dos?, dijo que sí. Cuando se dio la vuelta y yo tenía el dorso desnudo, me dijo, no, sólo una. Caray, ni siquiera me estaba prestando atención. Pero, ¿y si hubiera sido una mujer y un hombre ocupara su lugar? En fin, no es tema.
Al terminar, anotaba como loca. Me dio una receta y me vendió otra sin su cédula para otro medicamento, que porque su cédula estaba en trámite. Le pregunté si mi cuadro de ansiedad estaba relacionado y dijo que sí. Agregué que conocía mi estado y mi evolución al respecto y me dijo, si sabes cuál es el ciclo, debes cuidar ese aspecto para que no te afecte en la evolución de este padecimiento. Yo de todos modos sentía que mi atención no había sido óptima ni meticulosa. Que mi DX no era correcto. Lo peor, de una consulta de 25 pesos, pasé a pagar 120. Por las recetas, y lo más ridículo, por una consulta psiquiátrica, dijo, que me había costado 20 pesos. Era ridículo.
Tres meses después, volví a otro consultorio con los síntomas agravados. El medicamento que me había recetado, no estaba haciendo efecto en absoluto. Esta vez mi experiencia fue distinta. Y mire, bien podría decir que la jovialidad en su rostro, era lo que le daba ese temple y esa paciencia, pero no, lo cierto era que sus preguntas fueron mucho más específicas, mucho más meticulosas y mucho más indagatorias. Me pidió que me tendiera sobre la mesa de auscultaciones y con las manos me sacó unos buenos quejidos. De paso, me relajó el rostro por la tensión que llevaba en él. Me hizo un par de recomendaciones y no hubo costos extras. Son dos días y a veces me siento bien y otras siento que no progreso. Incluso logramos hablar del miedo, de la ceguera emocional que provoca cualquier padecimiento. En un año he ido con tres médicos, pero estoy seguro de que, en mi corta experiencia, es la mejor médico del mundo.
¿Les dije que titubeamos al despedirnos? Le iba a dar la mano, pero inmediatamente reaccioné, pues #covid. Ella hizo lo mismo. Esa conducta errante y hasta un poco accidentada me dijo que sí, que por lo menos ahora es mucho más humana y sí, aunque es probable que sea un poco exagerado decir que es la mejor médico del mundo, ese trato centrado en el paciente, la pone en un mejor nivel por encima de los anteriores y eso ya es decir bastante, pues una negligencia está construida esencialmente de desatenciones. Y en cuanto a Dr. House, he de decir que cada que la veo, su cuarta o quinta vuelta ya, le hallo cada vez más detalles, pero la sigo disfrutando.