La Obsolescencia Programada de los Modelos Económicos
“La obsolescencia programada no la inventó la industria, la patentó la economía.”
AEFL
NADA ES PARA SIEMPRE: A lo largo de la historia económica moderna, desde la Revolución Industrial hasta el neoliberalismo, los modelos que en su momento fueron celebrados como innovaciones salvadoras han terminado por mostrar grietas profundas.
El símil con la obsolescencia programada en los productos de consumo resulta útil para explicar esta dinámica, cada sistema, como un teléfono o un electrodoméstico, parece diseñado para funcionar durante un ciclo específico, hasta que sus fallas estructurales lo hacen inviable.
No se trata de una teoría conspirativa en la que “alguien” diseña modelos económicos para luego desecharlos una vez exprimidos, sino de un proceso casi natural.
El mismo y obsoleto Karl Marx señaló que los sistemas llevan dentro de sí sus contradicciones, semillas de crisis futuras. Joseph Schumpeter lo formuló como la “destrucción creativa”, la innovación que impulsa al capitalismo es también la que lo erosiona.
Zygmunt Bauman, al hablar de la “modernidad líquida”, mostró cómo, en las sociedades actuales, todo -objetos, relaciones e ideas- está marcado por la caducidad. Y David Harvey, al estudiar el hoy odiado neoliberalismo, evidenció que incluso este modelo, vendido como definitivo, nació con “defectos programados”, concentración de riqueza, vulnerabilidad a crisis financieras y pérdida de cohesión social.
Así, más que una maquinaria diseñada en la sombra, lo que observamos es la lógica interna de cada paradigma económico: brilla en su lanzamiento, alcanza un punto álgido y, tarde o temprano, entra en decadencia, dando paso al siguiente “producto estrella” de la historia económica.
Así como los celulares, automóviles o electrodomésticos se diseñan con una vida útil deliberadamente limitada, los grandes modelos económicos de la humanidad también parecen tener su “fecha de caducidad”. Ninguno ha sido eterno, desde el capitalismo industrial hasta el neoliberalismo, pasando por el socialismo real, el nazismo de más triste recuerdo, el fascismo y algunos “ismos” más, todos han mostrado fortalezas al inicio y obsolescencia después.
LA TRISTELECCIÓN QUE NO APRENDIMOS: El nazismo y el fascismo fueron, en su momento, presentados como las versiones “premium” del autoritarismo político. Con estética impecable, desfiles milimétricos y discursos de alto voltaje emocional, lograron enamorar a pueblos enteros que creyeron haber encontrado el sistema eterno.
Pero como todo producto de moda, la garantía era corta, a los fundadores los eliminó la historia —y a veces sus propios inventos bélicos—, mientras los fanáticos seguidores quedaron confundidos, preguntándose por qué su “marca registrada” había desaparecido del mercado de las ideas (ojo, señores regresionistas).
El caso es un recordatorio de que la obsolescencia no distingue entre teorías económicas ni delirios políticos. Los regímenes que se vendieron como indestructibles terminaron como ediciones limitadas de pésimo recuerdo, tan inviables como un celular sin batería ni cargador compatible. Eso sí: dejaron tras de sí fanáticos desconcertados, como usuarios que intentan conectar un cargador moderno en un aparato de museo.
El consumidor, convertido también en elector, se aferra a cada modelo económico, a veces con tan solo un fundamento político utilitario, con cero fundamentos económicos (Venezuela es un claro ejemplo), pero con la misma fe con la que abrazó su primer teléfono celular: primero un “ladrillo” pesado, después el de teclas, luego el smartphone con apps y hoy con inteligencia artificial o con tributos a Quetzalcóatl (por cierto, blanco y barbado).
Cada etapa parece definitiva, como si hubiera llegado el futuro prometido. Pero el tiempo, implacable, termina por rebasarlos; el aparato queda arrumbado en un cajón, el modelo económico en los libros de historia y la economía devastada. La diferencia es que el celular se reemplaza con un gasto personal, mientras que la transición de un sistema económico se paga con crisis, ajustes y generaciones enteras en la incertidumbre.
DE FONDO
La Revolución Industrial y el Capitalismo Clásico nacen como motores de productividad, innovación y acumulación, pero terminan generando desigualdades extremas, explotación laboral y crisis cíclicas como la “Gran Depresión”, la “Crisis de las Subprimes” o el tristemente célebre “Corralito” argentino.
El Socialismo del siglo XX Se presentó como el gran “producto alternativo” al capitalismo. Al inicio con promesas de equidad, educación y salud universales, pero su diseño centralizado mostró fallas estructurales, represión política y finalmente “obsolescencia” tras la caída del bloque soviético. Cuba sigue empeñada en este modelo en medio de la miseria de la mayor parte de su población y recibiendo “apoyos” y “subsidios” a cambio de “dogmas” y “doctrinas” ya superados.
Y no somos excluyentes. El mismo Estado de Bienestar (Keynesianismo de la posguerra), Diseñado para durar, dio estabilidad y prosperidad en Europa y EE. UU., pero hacia los años 70´s del siglo pasado se “descompuso” con estanflación y crisis fiscales.
El Neoliberalismo (liberalismo refinado) llegó al “rescate”. El “nuevo modelo” de los 80´s. prometía eficiencia, globalización y crecimiento sostenido. Tras algunas décadas, muestra “defectos programados” o, como la corrupción, simplemente incorporados, lo obsoletizaron la concentración de riqueza, la pérdida de soberanía económica, la precarización laboral y las crisis financieras recurrentes, no exclusivas, pero sí justificativas de los que lo abrazaron en su momento y hoy hablan de “lo que era antes”, con la misma vehemencia con que “antes” lo defendieron.
DE FORMA
Cada modelo económico fue vendido como la última maravilla tecnológica. Como con los teléfonos inteligentes, los sistemas económicos no se “rompen” de inmediato, pero poco a poco dejan de actualizarse frente a nuevas realidades sociales.
El marketing ideológico funciona igual que la publicidad, promesas de felicidad, justicia o progreso. Pero con la misma lógica que aplica un fabricante, los arquitectos de sistemas económicos parecieran incluir en su diseño un punto de colapso que abre espacio al siguiente “lanzamiento”.
DEFORME
La ironía es que la humanidad sigue siendo un consumidor fiel. Compra cada nuevo modelo como si fuera eterno, aunque ya sabe que durará lo que dure el entusiasmo de la primera década.
Si la obsolescencia de un refrigerador molesta, la de un modelo económico cuesta generaciones enteras de desempleo, pobreza o inflación. El nuevo modelo nunca viene con garantía extendida, solo con manual de propaganda.
Al paso que vamos, la humanidad necesitará un “Apple Care” para sus economías, que incluya cobertura contra crisis, rescates financieros y populismos defectuosos. Eso sí, sin derecho a reembolso ¿ya checó usted la deuda pública de hoy?…