La primera del año

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Se siente acalorada, el sol de las cuatro de la tarde, en tierra caliente, es terrible. Levanta la cara y a lo lejos mira nubes negriazules y grisáceas, es extraño verlas tan amontonadas, amenazan desprenderse.

Enero fue muy frío, febrero se mostró inclemente con el calor, ahora que es marzo, el astro rey iba a más por eso se extraña ver nubes de temporal.

Llega a su casa apurándose a guisar, ve la ropa tendida y los nubarrones más cerca que hace diez minutos, se pregunta: – Es marzo. ¿Lloverá? Su intuición la lleva a meter las vestimentas en tanto la comida se sazona.

Entretenida con los quehaceres de la casa, consiente el cambio de clima. Sale al patio viviendo el aire humedecido. Si, las primeras gotas chocan contra el piso, mira la magia de la estrellada agua. Las nubes están sobre su casa, sobre su cabeza. Ataja el tiempo para apreciar cómo las pizcas de cielo se convierten en aguacero.

Respira hondo, quiere atrapar por siempre el olor a regada tierra: extiende los brazos, las palmas de sus manos, cierra los ojos, aspira más profundo, se aferra a la sensación de sentirse bañada por la madre tierra, refrescar su cuerpo como quien se siente purificado.

Permanece así por unos minutos, una agradable melancolía le sobreviene. Regresa a la cocina, una tranquilidad la invade, empieza a servir la sopa caliente, humeantemente armónica a la melódica lluvia de marzo ¡la primera del año!