La riqueza latina: el pájaro de canto amordazado

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Anteriormente, el panorama político del Perú se hizo propicio para apuntarle con desdén y un cierto fatalismo historicista. Nada más cabía esperar de más de dos meses seguidos de descalabros y de groseros desplantes a los estatutos de autoridad política. Como tampoco podía esperarse nada de un momento cuyo único resultado esencial con el paso del tiempo, ha sido agrietar de tal manera la identidad del país hasta formar un territorio compuesto por micro regiones delimitadas geográficamente por prejuicios y odios, cuyo único punto en común es estar obligadas a vivir en la unidad meramente semántica que el mundo entero reconoce por Perú.

Sin embargo, vemos, sin prejuicios reduccionistas o imperialistas, que el país, es, a su vez, parte de una geografía igualmente delimitada por ciertos males. Que prácticamente se unifica por ondear mayoritariamente la misma bandera. Y también por tener apresados políticamente a las naciones que la componen bajo los terribles efectos de las llamadas hiperdemocracias. Nos referimos, pues, a lo que Ortega y Gasset quiso explicitar al decir que el triunfo de la masa sobre el individuo es una amenaza para la democracia. Una sentencia que, interpretada con pureza de términos, alza la voz del individuo hispanoamericano afanoso de hacer notar, que, aún con lo que pueda verse con los ojos de la cara, todo el extranjero debe entender que Latinoamérica no es un tumulto de subdesarrollo, populismos y narcoestados.

Mucho más que lo anterior, la no económica riqueza de las naciones latinoamericanas ahora mismo se caracteriza por atravesar, sincrónicamente, un mismo periodo histórico. Que resulta, fatalmente, ser el prisma que más comúnmente utilizado por el ojo poco educado para mirar el panorama político del continente. Dicho infortunio social, aún con todos los nombres que ha recibido según la tarea historiográfica de cada nación, se unifica bajo la idea de pasar episodios populistas. Unos lapsos de tiempo en los que se explicita la deformación de los totalitarismos de antaño en vulgares hiperdemocracias que pontifican la convicción llena de pasión y enferma de amnesia histórica, en las que el azuzamiento se camufla de representación parlamentaria. Y, que, por lo demás, se especializan en sepultar el honor y la valía de los cargos políticos, flexibilizando sus requisitos hasta límites denigrantes.

Y es que, resulta que el asunto principal tras la fatídica sincronía de todos estos interludios despóticos, se hace más clara si se emancipa a la conciencia de pseudohistoria y con el panorama de la centuria pasada en américa latina, se hace la pregunta: ¿por qué 13 de los 20 países latinos ondean la bandera roja?