¿LA VOLUNTAD DEL PUEBLO?
Se probó el odio, y los países venían cada año a menos.
Cansados del odio inútil (…), se empieza a probar el amor.
Se ponen en pie los pueblos…
Nuestra América
José Martí.
La FundéuRAE, que impulsa el buen uso del español en los medios, eligió a la expresión inteligencia artificial como la más consultada en el 2,022. Esta compitió junto a 11 candidatas: 1. Apocalipsis, 2.Criptomoneda, 3.Diversidad, 4.Ecocidio, 5. Gasoducto, 6. Gigafactoría, 7. Gripalizar, 8. Inflación, 9. Sexdopaje, 10.Topar y 11. Ucraniano. Todas reflejan el espíritu y preocupaciones de esta época, aunque si usted ha tenido la misma sensación que yo, coincidiremos en que existe otra expresión, que no ha sido considerada y que ha sonado hasta el hartazgo en las calles, en las redes, en los discursos políticos, en las sobremesas y los medios –especialmente latinos– en los últimos años: EL PUEBLO.
La RAE, registra cinco definiciones para ella, pero ¿cuál es el significado vivo de esa palabra? ¿Qué o quién es EL PUEBLO?, ¿es cada uno?, ¿somos todos? Decía el francés Voltaire: Conozco al pueblo– cambia en un día. Derrocha pródigo lo mismo su odio que su amor, y Séneca, el romano, escribía: Sacra populi lingua est (Sagrada es la lengua del pueblo); cuyo significado en política es que la comunidad tiene la razón y su mandato debe cumplirse. ¿Es posible hablar de una voluntad popular, clara y única? ¿Cómo, cuando cada ciudadano cree que su propia verdad, representa la de toda la población?
Mi abuela, sabia como todas las abuelas, proclamaba: Mientras más suena la carreta, más vacía está. Lo recordé, a raíz de las recientes protestas y marchas, en el Perú; unas en nombre de la paz que pide el pueblo; otras, de la rebelión que pide el pueblo. Es un sesgo humano pensar que nuestra opinión traduce el clamor general, no obstante, en un país tan diverso y plural, ella es como mucho, la sagrada voz del interés propio. Es importante tomar conciencia de que argumentos del tipo el pueblo, exige…; la ciudadanía, rechaza…; todos los peruanos, respaldamos…, son un exceso de verbo que nos pone al nivel de una carreta que hace mucho ruido, pero está vacía de objetividad y realidad.
El derecho a expresarse ¡es aire puro en democracia!, hasta que la opinión pública se fragmenta en razones tan múltiples como válidas, y aparecen ¡las mil y una voces! Sin una propuesta CLARA y estructurada; el noble objetivo de defender una posición, corre el riesgo de transformarse en permiso para el drama (hormona manda a neurona), aparece la arenga repleta de ingenio y vacía de soluciones (que muchas veces, enrola más que la propuesta), las pasiones desbordan la impaciencia que llevó al ciudadano a las calles, y en este clima, la agresión física y moral hacia los opositores, el descontrol y el vandalismo, son casi seguros –lo hemos visto–. A esto, sigue la represión por parte de la autoridad y a ella, la violencia repelida por las fuerzas del orden, con mayor fuerza.
En este punto, dialogar o negociar ya es imposible. ¡Despropósito total! porque, ¿cuál es el sentido de protestar si no se espera un resultado? El saldo de este fuego cruzado, lo lloramos todos. Si vulnero el derecho del otro, en nombre del mío, ¿puedo reclamar respeto?, ¿cómo puedo lograr un eco mediante un mensaje errático, enfocado en descalificar a mis opositores pero incapaz de plantear algo, con nitidez? ¡¿Cuántas oportunidades de cambio ha traido abajo, quien sucumbió a sus emociones y olvidó que había salido a comunicar algo?!
En las redes sociales y noticiarios, la voz del pueblo rubrica frases que ponen al país en llamas hasta que aparecen los resultados de las encuestas y nada parece tener sentido. ¿Nos mienten las encuestadoras? Es posible, pero, más nos miente el ego. ¿De dónde viene aquella voz, entonces?, ¿del norte?, ¿del sur?, ¿del centro?, ¿del este? Eso solo dependerá de cómo sujetes el mapa, pues la estadística confirma que la mentada voluntad del pueblo, tiene tantas cabezas y discursos como habitantes. ¿Cómo concertar?, nos queda abrazar el concepto de empatía, la capacidad de calzar los zapatos del otro, y que el gobierno asimile que servir, es su misión y la vía para desarrollar los intereses de todos.
José Martí, en Nuestra América, nos pedía ser responsables y atentos a resolver, no perder el tiempo en reclamos que nos alejan del problema real: somos un pueblo dividido, que sufre; que perenniza viejos odios y presta oídos a discursos irracionales que no promueven la evolución y nos mantienen en el estatus de víctimas; que no sabe domar sus hormonas ni sus circunstancias; que espera que alguien tome las riendas para bajarlo del caballo. ¡Un pueblo que no se conoce y no sabe cómo gobernarse! Y, a la vez, somos gente solidaria, emprendedora, creativa, valiente, resiliente, rica en diversidad, con sed de justicia, capaz de deponer nuestras flaquezas para respaldar las causas en las que creemos y hacer cumplir la voluntad popular (la que el corazón y la razón, reconocen como tal).
En estos días, ciudadanos de un país vecino, instaban a los peruanos, a borrar fronteras y exanguinar a amigos, enemigos e incluso a la policía, con el fin –literal– de jalar agua para su molino (y sus barcos). ¿Habrá quien aún no vea quiénes agitan estas olas? Alentar una guerra fratricida con el fin de imponer una agenda oculta, es bajo. Ya lo advertía Thomas Jefferson, tercer presidente de los EEUU: La vieja práctica de los tiranos es usar una parte del pueblo [agrego, propio o ajeno] para tener sometida a la otra parte. Cabe recordar aquí que, seas gobierno o poblador, el riesgo de escuchar solo a una parte de los ciudadanos, pasa una factura impagable y es tan peligroso como escuchar una pequeña parte de la historia, o analizar los hechos desde un solo frente.
Los gobiernos están para servir y resolver controversias, en forma constructiva. Para tomar decisiones que reditúen valor en el largo plazo, aun cuando les traiga impopularidad en el ahora porque ese pueblo, que respira y habla, desde cada ciudadano, sabrá reconocer a quien tiene como motivo, velar por su bienestar, su paz, soberanía y dignidad. Parafraseando a Martí, el gobierno ideal tiene el genio de hermanar, con la caridad del corazón, la vincha y la toga, es decir, fusionar con buena voluntad, el espíritu luchador del ciudadano a la educación; para no intentar dirigir, sin herramientas, a ese pueblo al que amamos profundamente, pero poco o nada conocemos, todavía.