LAS DOS EMPAREDADAS

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La novela tres, titulada Las dos emparedadas/Memorias de los tiempos de la Inquisición, publicado por Vicente Riva Palacio y Guerrero en el año de 1869 es parte del panorama que dibuja con palabras la situación de la Nueva España en el siglo XVII, en esa componenda entre reyes, virreyes y alto clero. Publicado por la colección Sepan Cuantos de Editorial Porrúa en el año de 1985, es oportunidad de nueva cuenta para regresar al mundo tenebroso y sangriento del Santo Oficio y sus pecados terrenales en contra del ser humano. No fue cosa menor el terror que creaban en la vida de pueblos y del individuo en particular, leo en Historia / National Geographic, en una investigación de María Lara Martínez, profesora de historia y antropología Universidad a Distancia (Madrid). Cita: Judíos, herejes, brujas y otras víctimas del Santo Oficio en manos de la Inquisición, Durante la Edad Moderna, miles de personas fueron juzgadas y condenadas por diversos delitos relacionados con la pureza de la fe católica. Es el punto nodal del estudio que se hace en nuestra historia, esto y la actuación de los encomenderos, de las fuerzas gubernamentales que bajo el virreinato hicieron un genocidio del que no hemos estudiado lo necesario.

Nos sorprendemos ahora el vivir como vivimos bajo gobiernos que ponen permanentemente en peligro las libertades del ciudadano y de los pueblos, nos aterrorizamos con los graves hechos sangrientos de la delincuencia organizada y, con todo lo que, a partir de la corrupción e impunidad, al revisar la historia de la humanidad nos damos cuenta que esta larga existencia de miles de años ha estado llena de terror, sufrimiento, delincuencia y malos gobiernos. Lo dice el filósofo, jurista y politólogo Norberto Bobbio: la historia de la humanidad ha estado ligada a los gobiernos de todo tipo, sujetos a las decisiones del Rey, el Clero y los Militares. No importa el nombre de los que gobiernan, tal parece que el pueblo es el último beneficiario. Cuando se revisan esos siglos XVI, XVII y XVIII, siglos de la Colonia en América Latina, los resultados son los mismos: sujetos a terribles gobiernos, pocas veces, el pueblo en sus mejores expresiones se salva de salir adelante. Señala la investigadora: Fundado por los Reyes Católicos en 1478, el Santo Oficio de la Inquisición fue una pieza esencial del engranaje de la monarquía española hasta la supresión por las Cortes de Cádiz en 1808, e incluso más allá, pues el régimen absolutista de Fernando VII la revivió unos años después y su abolición definitiva se produjo en 1834. En la cúspide de la institución. Ser Inquisidor era sacarse la lotería, pues se estaba al igual que el virrey en condiciones de decidir todo. Podemos pensar hasta dónde llegaba la corrupción entre esta institución y las relaciones políticas, militares y del clero en las figuras del Arzobispo como jefe de la iglesia en la Nueva España.

El poder concentrado para aterrorizar. Cuenta Vicente Riva Palacio en su primera novela Monja y casada, virgen y mártir los hechos de tormento que sufre Sor Blanca, acusada de huir del convento, y peor aún, de haberse casada con don César de Villalva siendo que su matrimonio lo había hecho con Cristo al hacerse monja. Terrible pecado que pesaba sobre las mujeres, que así quedaban sujetas a los mandatos del convento y a las autoridades de la religión católica. Para atormentarla sin misericordia se le desnuda ante todos los presentes, quienes acostumbrados a tales sucesos gozaban cada vez más con esos momentos, en que por medios mecánicos y materiales se llegaba a romper todo tipo de huesos del cuerpo humano, a desgarrar los músculos sin misericordia, frente a un escribano que burlándose decía: Se reconoce que la acusada no quiere confesar sus pecados. Y era la orden para seguir atormentado a la víctima con verdadera y monstruosa crueldad. De los grupos enunciados, la investigadora dice: Aparte de estos grupos <<heréticos>>, la Inquisición persiguió otras conductas desviadas desde el punto de vista de la moral católica, como la blasfemia, la superstición o la brujería. Los Inquisidores también se ocupaban de delitos sexuales, como la bigamia (tener dos maridos o dos mujeres), la solicitación (Clérigos que seducían a los feligreses), el bestialismo (trato sexual con animales) y la homosexualidad, llamada <<sodomía. La Inquisición también ejercía funciones de censura y desde 1551 publicaba el Índice de libros prohibidos, que incluía todas las obras irreligiosas.

De esta manera para el siglo XIX no dudemos que las tres novelas de 1868 dos y la tercera de 1869 fueran consideradas como obras irreligiosas y, por tanto, al autor el considerarlo un pecador contra la iglesia. Me pregunto si en su exilio que vendría varios lustros después, no haya sido sólo el tema político del que Porfirio Días, como presidente del país tiene la culpa, pero quizá por lo bajito haya participado el alto clero con el fin de alejar a un ciudadano e investigador que sólo hizo, a través del relato o la narración histórica, darle por su talento literario una cierta vida a los hechos del siglo XVII que él nos hace mirar con total reconocimiento a sus altas cualidades de novelista, uno de los primeros narradores grandes del nuevo país. Las dos emparedadas/Memorias de los tiempos de la Inquisición se inscribe en lo que el crítico Antonio Castro Leal dice: la literatura narrativa mexicana de la época del romanticismo descubre bien pronto una rica mina de asuntos en nuestra historia colonial. Pero, en lugar de la novela voluminosa, se ensaya en los relatos cortos, como en José Gómez de la Cortina, La calle de don Juan Manuel y José Joaquín Pesado, El Inquisidor de México (escrita en 1836 y publicada en 1837). Sobre un tema americano de la conquista escribió José María Lafragua su Netzula (1832) que, con excepción del Jicoténcatl, publicado anónimamente en Filadelfia (1826) <<Nota del que esto escribe: se sabe que es novela escrita por el poeta José María Heredia y Heredia>>, y el de Xicoténcatl, príncipe americano (Valencia, 1831), del español Salvador García Vahamonde, es la primera narración en prosa sobre un tema americano. Así entendemos del porqué se van desarrollando los capítulos y se hace muy fácil la lectura. El crítico señala que: son unos setenta volúmenes de documentos que, a la muerte de Riva Palacio, fueron a parar a la Biblioteca del Museo Nacional. De esos documentos sacó nuestro autor inspiración y muchos datos para sus novelas de ambiente colonial.

La disciplina en el estudio de lo que escribía hace de Riva Palacio un investigador nato. Un investigador que sólo escribe de lo que sabe. Que sólo inventa, porque ha revisado la historia. En su tercera novela cuenta: En el año de 1665, por el mes de septiembre, entregó el alma al Criador, el célebre rey Felipe IV de España, llamado por sus contemporáneos el Grande, y dejó por heredero de su reino y extensa monarquía, a su hijo, no menos célebre, aunque por diversas causas, el tímido y fanático Carlos II, conocido en la historia con el sobrenombre de El Hechizado. Pero don Carlos II era un niño, cuando acaeció la muerte de su padre, y éste nombró para regenta del reino, y tutora de su hijo, a la reina doña María Ana de Austria, su esposa, hija del Emperador de Alemania Fernando III. Así pues, da principio nuestra historia durante el gobierno de Su Majestad la reina gobernadora doña María Ana de Austria en el año de 1668. Historia que une dos territorios: España y la Nueva España, atento el investigador extiende su visión, pues de España viene el terror del Santo Oficio, y los documentos que tiene en sus manos le hablan también, de lo que sucede con la religión y sus persecuciones en la madre patria.

Por eso, cita el escritor mexicano: Antes de llegar con nuestra historia a México, necesitamos llevar a España a nuestros lectores, a fin de que reconozcan mejor a los personajes que deben presentarse después en la colonia. Acertada idea, ir a la fuente de lo que es la sede del imperio; de ahí viene el oro de las palabras, como escribe el poeta Pablo Neruda, pero también el Santo Oficio y, sus demonios. Así comienza, Las dos emparedadas: Era una mañana de invierno, por demás fría y nublada, un vientecillo delgado y molesto recorría las calles de Madrid…