Las glorias de ayer
Aunque modesta, la vieja residencia en el sureste de Paris se distinguía por su antigua elegancia y porque ahí vivía la eximia actriz Cecile Darrieux con su única acompañante y amiga Therese.
Languideciendo en un cuasi olvido paliaba su vida con coñac y en recordar detalles del pasado.
Riiing. Se desentumió el ronco timbre. Therese se apresuró a abrir y Madame desde arriba de la escalinata ya estaba al alba.
Apareció gordo, calvo, Henry Laposse su ex empresario y amigo. Chocaron las miradas y los saludos:
– Henry, a que debo el gusto.
– Cecile mi amor, buenas nuevas.
La actriz bajó lentamente, y desde ahí le ofreció una copa de coñac.
– Sí, pero acércate.
Mientras Therese sirve, Laposse habla:
– Vine a ofrecerte trabajo.
– Jajajajajajaja. Yo ya no salgo ni en películas del canal del recuerdo.
– Pero aquí estás y lo que bien se hizo nunca se olvida. Sarrín, Cualeri y yo, alquilamos el Royalty y queremos que interpretes “Las glorias de ayer”. ¿Te acuerdas?
– Cómo no me voy a acordar si con ella comencé… ¿es broma?
– ¿A nuestra edad? Lo analizamos y tú eres la única ¿te acuerdas del argumento?
– Claro. Son cuatro monólogos bien escritos, realistas, que hablan precisamente del teatro y de quienes realmente actuamos ¿Cómo no me voy a acordar? si yo fui la jovencita que cantó y bailó al final del primer monólogo… Henry, se más obvio.
– Ya vi que sabes todo lo de obra y que sobra que te recuerde que la interpretó Fraile Aime…
– Te falto decir la eximia y por cierto ¡Qué actuación!
– Pues tú lo harás mejor. No hablemos más, te dejo el guion y pasado mañana me decides.
– ¿el coñac?
– Pasado mañana lo tomamos.
Al irse Laposse, Therese notó en Cecile un gusto evidente por actuar, como si se renovara su vida. La actriz se sentó a leer, se olvidó del coñac y en la noche, viendo luz en su recámara, concluyó que la casi anciana, se devanaba los sesos entendiendo la obra.
Cuando Laposse llegó, al ver en la mesa del centro despeinado el libreto, supo que era tácita la aceptación. Se apersonó la actriz.
– ¿Qué me dices?
– Que no. Está como hecha para mí, pero tres situaciones lo evitan: Mi corazón, que a veces me falla, mi voz que no está para teatro y mi memoria que a veces olvida el texto.
Sonrió Laposse:
– Mira, la obra será en el teatro Royalty, un estuchito, con una acústica tan fina que se escucha el caer de un alfiler, luego, ¿memorizar?, en qué mundo vives Cecile, ya lo intuía, por eso te traje estas milagrosas lentejitas, póntelas en los oídos. Ahora nadie memoriza, ¿lista?
– Cecile te habla tu amigo. Le dijo apenas subiendo la voz.
Ella se quitó los audífonos y dijo:
– Entonces ¿Me dictarán la obra?
– ¡Claro! Tú le darás sólo el toque.
Cecile asintió y preguntó
– ¿Y cuándo es el primer ensayo?
– Primero ¿Cuánto te voy a pagar?
– Es lo de menos. Bueno, que sea como antes por porcentaje, 20% ¿te parece?
– De acuerdo ¿No te dije que la jovencita que canta y baila al final del primer acto ya fue contratada?
– ¿Y canta mi canción, te acuerdas de quien será el que me quiera a mí?…
– Sí, la misma. Y recuerda que los ensayos serán el jueves que entra, de hoy en ocho exactamente a las 11 de la mañana. Es todo. Me voy porque tengo mucho que hacer.
La puerta se cerró y la actriz cobrando vida se dio a la tarea de ensayar con los chicharitos los parlamentos que Therese le dictaba, pero aunque ponía alma vida y corazón como que no coincidían.
Volvió a la vida, desempolvó el viejo Mercedes Benz negro, le habló a su viejo chofer y el jueves a las 10 am, salió quien estaba presa en su propia casa y al ir circulando, viendo por la ventanilla, descubrió al nuevo Paris: jardincitos escondidos, una fuente de colores, los cristales del Louvre, las mesas al aire libre de los Bistros, Rue Morgue, ¿la calle del cuento de Allan Poe?, el edificio de la Ronde, dos globos de gas que suben por un cielo grisáceo…
Y fue cuando se acordó de ella, de cuando iba en bicicleta al teatro recibiendo piropos, y al fondo siempre la Torre Eiffel y aquí junto un vendedor de algodones de azúcar al que se le volaron cuatro algodoncitos y se deshebraron en el aire. Se le humedecieron los ojos: la vida se me fue, no vi morir a mis padres, no hice caso del amor y mi aborto provocado… y ahora mi soledad.
Al dar vuelta por la elegante calle de Montaigne apareció el Royalty, pequeño, señorial.
Le abrieron la puerta y entró al recinto como reina. Al fondo en el alumbrado escenario la esperaban unas cuantas gentes. Subió a duras penas y Laposse le presentó al equipo:
– Él es el director, ¿ya lo conoces? Es Pierre Lamaris, ellos alumbran el escenario, él es el apuntador, la maquillista…
Cuando de pronto entró una jovencita de singular belleza, rubia, en mini falda y los apetecibles muslos que hacían juego con su sonrisa. Las miradas masculinas se la comían. Era ya la dueña del escenario. Lamaris la presentó:
– Ella bailará y cantará al final del primer acto, se llama Traime Lucian. A Cecile la traicionó su memoria: Yo opaqué un poco a la divina Aime, esta muchachita me puede opacar.
El director habló:
– Ya presentes vamos a comenzar. Todos saben su papel, maestra Cecile usted comienza.
Recapitulando: 4 actos de un cuarto de hora o más. Al final del primer acto, la niña bailaba y cantaba como referencia al descubrimiento alucinante del escenario, ese primer acto narraba la magia de interpretar, de entrar a un mundo imaginativo y enamorarse de él, en el segundo se narraban los trabajos para posicionarse como actriz: convertirte en otro, ser otra persona. En sacar el corazón para vencer y convencer la voluntad del espectador, ser un mago o maga que en un cuadrilátero te transporta. El tercer acto consistía en reunir teatro y vida real en pintar el drama interior de la actriz cuyas dos vidas a veces no compaginaban los aplausos en el teatro y el fracaso en la vida real y algunos no dejaban la capa del personaje y próximos a la locura lo llevaban a la vida real. Y por fin el cuarto mini acto era la conclusión terrible: la fama no es el total del vivir el glamour y el boato, falsamente se convertían en la razón de vivir y llegabas a la conclusión, ¿valió la pena?
Antes de comenzar, Cecile se acercó al apuntador del chicharito y quedaron ambos en que sería lentamente.
– ¡Tercera llamada comenzamos!
Y desde el principio, Cecile no se sintió a gusto. No sentía la obra y no tenía acoplamiento con el apuntador. Y lo peor: los ojos de quienes la rodeaban estaban entre aburridos y tristes y en el fondo ella pensó: ya no sirvo. A trompicones terminó el primer acto y acto seguido la jovencita iluminó el escenario bailando y cantando en franco-español: Quien será el que me quiera a mí. Quien será el que me dé su amor… su contoneo, sus piernas, su sonrisa, hicieron que los que la veían aprobaran su actuación.
Atrás del escenario Cecile quería llorar y de pronto en un lance de milagro mental apareció despierto su espíritu teatral: pero yo soy actriz y esta que interpreto soy yo, es mi vida, es la síntesis de lo que he sido.
Irónicamente la obra era ella. Y salió su dicho todo o nada que se decía cuando tenía que arriesgar.
Entonces se quitó los chicharitos le dio una ojeada al segundo monólogo y recordó las falsas luces de la fama que a ella le dieron sombra.
– ¡Segundo acto, segundo… Cecile a escena!
La actriz decidida, se plantó en el centro del escenario como los toreros valientes que reciben a cuerpo limpio al bravo burel. Las luces le derretían el maquillaje y ella comenzó su monólogo:
– ¿Qué es la fama? más vanidad que realidad…
El director y el apuntador cruzaron miradas interrogativas que decían: Esto no está en el guion, mientras Cecile improvisa sin salirse de la esencia argumental, notando los ojos de agrado y sorpresa del poco público. Alzando la voz casi llorando habla del gusto de actuar y del aplauso que luego no encaja en la vida real. Cuando creyó necesario, terminó y los audiooyentes aplaudieron.
El director solamente le dijo:
– Excelente improvisación y además respetaste el texto. Maestra, mis respetos.
Con el ánimo en las nubes y la inspiración a flor de piel en el tercer acto se sublimó:
Penetró sutilmente en el fondo del actuar y con palabras destilando sentimiento, pintó la magia de entrar en vidas ajenas, de partirse el alma en el escenario y cuando se requería, hasta provocar una sonrisa, por cierto, lo más difícil.
Esa había sido su vida. Cecile actuaba lanzando al aire jirones de ella misma, con sus fracasos y sus triunfos.
Y finalmente expresó:
– Cuando se va la belleza si no eres actriz, te mueres.
Calculó bien, el tiempo e inmediatamente solicitó entrar al cuarto monólogo y comenzó con una pregunta: ¿Valió la pena?
El teatro de la vida abarca al teatro ficción, y te hace menos triste el vivir, pero de miles que te aplaudieron a veces no quedó uno para regalarte una palabra de aliento o un vaso de agua.
En este acto final tuvo dos ocasiones en las que a duras penas contuvo el llanto y termino con un
– ¡Viva el teatro de la vida!
Se cerró el telón. Ella, exultante, fue gratamente arropada, mientras les decía:
– Y el primer acto también será improvisando sin salirme del tono argumental.
Y al ver a la jovencita en un rincón la atrajo diciéndole que tenía un excelente futuro.
Laposse alzó la voz:
– Estrenamos en tres semanas, ¿ok?
– ¡No! Dijo Cecile, lo que está caliente no dejemos que se enfríe ¿Qué les parece si sorprendemos a todos y estrenamos de hoy en ocho?, ¿es posible?
Laposse preguntó a socios y personal.
– Sí, mejor dijo Sarrin. Nos ahorramos tiempo y dinero.
Obvio, cuando fue el estreno, el morbo, los nuevos cronistas de teatro y sobre todo el público parisino abarrotaron el Royalty.
Éxito total, Las Glorias de Ayer y el retorno de la eximia Cecile fueron un acontecimiento: la actriz nunca muere terminó la columna de Le Monde.
Estaba planeado que fueran dos funciones semanales, pero a raíz del éxito de alargó a cinco funciones.
La única persona que notó que Cecile, agotada, a veces se desvanecía fue Therese, pero como siempre las luces del triunfo opacaron las sombras de un posible mal y en la función 33 cuando Cecile iba a agradecer cayó casi de golpe. Rápidamente llamaron a una ambulancia que atrás del teatro recogió a una actriz infartada, que quien sabe por qué iba sonriendo en la camilla, escuchando a sus espaldas una sonora ovación y unos vivas que no terminaban, que no paraban, haciéndola concluir que si valió la pena vivir para el teatro
Mientras en el Royalty, fue bajando lentamente, muy lentamente, el viejo telón.
THE END