¿Liderazgos correctos?
Desde tiempos inmemorables, la figura del jefe suele ser objeto de opiniones diversas, probablemente por la variedad de estilos de liderazgo y por la particular interpretación de las teorías que en esta materia existen.
Infinidad de leyendas urbanas se escuchan al respecto, y en la medida en que éstas se transmiten entre los miembros de una organización, un desfile de suposiciones, ideas y paradigmas comienzan a cobrar vida propia, a grado tal de convertirse en verdaderos entes dentro de los espacios de trabajo, en los espacios educativos tiene mayores implicaciones.
Quienes tenemos la fortuna –porque eso implica– de estar a cargo de un grupo de personas, adquirimos de manera tácita un compromiso con la organización, porque está confiando en nosotros; con el grupo de colaboradores, porque esperan una persona que marque pautas para el desarrollo y crecimiento personal y profesional; y con nosotros mismos, ya que se está ante un reto que necesariamente compromete y hablará de la calidad como ser humano.
Uno de los principales debates en torno al perfil de un directivo escolar está referido a la necesidad o no, de contar con un grado académico. A razón de ser honestos, la respuesta tendría que ser sí.
¿Por qué?, simple, se está en proceso de formación de estudiantes, y una de las tareas de las escuelas es mostrar, en la teoría y la práctica, que el esfuerzo constante y permanente ofrece alguna recompensa, en lo intelectual, cultural, afectivo y económico.
Suele decirse que la experiencia basta y sobra para subsanar esa carencia académica, pero un argumento del tipo Tengo 35 años de experiencia docente, puede transformarse en tengo 35 años cometiendo los mismos errores. La experiencia es fundamental, sin duda, pero lo es más si va acompañada de formación continua y pertinente.
Otro elemento importante por considerar se refiere a los esquemas de comunicación que los directivos deben establecer en sus líneas de gestión. La comunicación debe ser, por sí misma, clara, directa y asertiva, conllevando con ello una enorme responsabilidad.
Suele ocurrir que algunos directores pretenden que los profesores o coordinadores tengan un poder sobrenatural y aprendan a leer la mente, y que sus acciones se rijan por supuestos que el director asume deben ser comprendidos por osmosis por sus dirigidos.
Si no sucede así, suele reprimirse al incumplido por no haber tomado una decisión sobre un hecho particular, sin instrucción de por medio. Se debe recordar que el hecho de que uno tenga paradigmas arraigados no implica que todo el mundo los conozca o los aplique de la misma forma que nosotros.
El ironismo, la prepotencia, el sarcasmo y la agresividad no suelen ser buenos mecanismos de dirección, lejos de propiciar un ambiente armónico, se esmeran en ser detonantes de rencores y actitudes de rechazo a la autoridad, en consecuencia, afectando el trabajo cotidiano y, de nueva cuenta, a los estudiantes.
Vale la pena alejarse de las gestiones de escritorio, y ser actor primario en los distintos procesos de una escuela, desde la docencia hasta la actividad más básica; buscar liderazgos correctos.
En síntesis, se debe contar con la virtud de saber dirigir, en la medida en que eso quede claro, el panorama educativo de nuestro país obtendrá mejores resultados en el mediano plazo.
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