“Lo tuyo es tuyo. ¿Y lo mío?”

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Espero que haya pasado un excelente día del amor y la amistad.

Continuamos con el tema de finanzas en pareja.

Reza un viejo adagio: Cuentas claras, amistades largas, y eso aplica también para la relación de pareja. Entre menos secretos financieros existan, la relación será mejor.

Quizá usted tenga un novio o novia, esté casado o casada, con hijos, o sin ellos. Permítame decirle que, aunque la semana pasada comenté que lo mejor era juntar ambos ingresos, hice hincapié en distinguir cuánto era de cada quién, saber con cuánto contribuye a la manutención o creación del patrimonio. Ahora bien, también le comenté que mi recomendación es, si se casa, que no sea por bienes mancomunados, ese es uno de los peores errores que alguien puede cometer.

Mire, ese concepto funcionaba, –lo pondría entre comillas, pero lo dejo sin ellas porque estoy seguro que muchas parejas se casaron enamoradas. Pero en honor a la verdad, debo confesar que muchas otras no. A varias las robaban, de ahí viene la tradición de llevar el contento; después de un tiempo la familia del novio llegaba con su familia y su novia a la casa de ella con regalos, muchas veces fruta y carnitas, para encontentar al padre de la novia y a la familia en general, para limar las asperezas, y dar a entender que ya habían empezado una vida juntos. Otras más, no corrieron con tan buena suerte y los padres las obligaban a casarse. Recuerdo el caso de una señora que me comentó que, salió a una cita con su novio, después de una bonita velada, se les hizo un poco tarde, llegaron a la casa a las 21:05 horas y el padre de ella ya no la dejó entrar, pues la esperaba a las 21:00 horas. Argumentando que su casa no iba a ser deshonrada, los obligó a casarse a los pocos días. Y esa, es de las historias menos violentas–.

Entonces, decía que funcionó lo de bienes mancomunados porque el padre de la novia otorgaba la dote, que es una cierta cantidad de dinero o bienes, para ayudar al recién esposo con la empresa solitaria de mantener una familia.

Se acostumbraba a que la mujer se quedara en casa al cuidado de los hijos y el hombre saliera a trabajar. El divorcio era impensable, y en algunos casos, muy poco probable. Por eso es que el concepto de bienes mancomunados funcionó en otras épocas.

Pero hoy, la mujer ya trabaja, ya no se acostumbra la dote, cada quien tiene sus cosas, los divorcios cada vez son más comunes. Entonces el tema de andar dividiendo los bienes mancomunados se vuelve bastante engorroso.

Lo mejor es casarse por bienes separados. Lo tuyo es tuyo y lo mío es mío. Ojo, se van a juntar los ingresos, porque en teoría, el ideal, sería que existiera una comunicación transparente. Trabajar en conjunto, pero teniendo bien claro qué es de cada quién. Porque, para bien o para mal, la vida da muchas vueltas.

Obviamente, quisiera que la gente no se divorciara. Es más, creo que nadie, en su sano juicio, se casa pensando en divorciarse –a menos que se trate de un villano o villana de telenovela jeje–, pero desafortunadamente ocurre.

Lo mejor es estar prevenidos, si no llega a ocurrir, ¡Qué bueno!, ¡felicidades!, ¡albricias!

Pero si sí. Se evitarán grandes problemas.

La gente sabe con quién se casa, pero no sabe de quién se divorcia.

¡Ánimo!