LOS CRONISTAS
¿Porque son tan amados los cronistas por el pueblo?… Al escribir me doy cuenta que simple y llanamente son la memoria del mismo. Tienen la cualidad de hablar o escribir sobre el pueblo o el barrio, sin dejar nada de lado. Y bien se puede decir, como lo viví en una anécdota allá por el sur, en Tejupilco, cuando un hombre hablantín y simpático nos contó varias cosas, eso sí, diciendo y tomando el machete ¡Mato a quien diga que soy un chismoso con este machete, soy un informante y nada más!. El cronista es un informante de las cosas que se suceden en la vecindad, en la colonia, o el condominio. Y no es un chismoso, sino un informante, que lo hace en las buenas y las malas, de buena fe. Nunca con mala leche. Informante lo fue don Poncho en su clásico libro del barrio chiquito: El mesonero vino a ser don Serafín Aguilar, allá por Gómez Pedraza. En su enorme mesón tuvo que encerrar sus excedentes de marranos mi señor padre, y ahí nos mandaba a llevarles el alimento y a corretearlos para que no hicieran demasiada grasa y pudiesen servir para los macizos jamones o las pulposas carnitas. Y ahí supimos también que nuestros aborígenes no tienen complejos virginales o de falsa castidad “Mariacandelariesca”. Por las noches, desde ciertas rebuscadas claraboyas, veíamos a los maridos dormir la “mona” de aguardiente y a los jóvenes abstemios, saltar de petate en petate en busca del suculento manjar de la entrepierna de las mujeres. Y ellas casi no despertaban, nomás abrían los remos indolentes y, como en Francia, todo era dejar hacer, dejar pasar.
El cronista nació para ser in informante, pero no un chismoso. Eso se lo dejan a los banales parlanchines, hombres y mujeres, que van a meterse donde no deben de meterse. Es decir, en la vida privada, que de privada no tiene nada en la vecindad o en el barrio, pues todo mundo anda buscando el chisme del día. El cronista que es un informante habla o escribe porque lo vio y vivió. Como Santo Tomás, siguiendo su máxima no sólo de ver, sino que hay que tocar. El cronista, eso aprendí en la primera etapa de la AMECROM como asociación civil —constituida por Notario Público en Ixtapan de la Sal en enero de 1986—, es el juicioso estudioso que hace de la información una pasión que debe ser divulgada a vecinos y a la gente del barrio. Es el científico social que hace de la radiografía de su sociedad y del patrimonio cultural recreación del ser humano, motivo de sus estudios.
Por eso a don Poncho no se le escapa nadie en lugar donde reside: El fotógrafo del barrio lo era el melodioso Juanito Gobea. Trabajaba en el Jardín de los Mártires, mal llamado Zócalo. Imprimiendo sus placas de chiquitines charros a caballo de madera, niñas ofrece-flores, parejas recién yuguladas… y por las noches volvía a su dulce hogar chiflando ¡Pero amigo, eso no era un chiflido cualquiera, era el rey de los chiflidos! No rebasaba aún la plazuela del Carmen, cuando ya escuchábamos el sonoro aire de sus potentes pulmones entonando aquello de “¡Ya las gaviotas, tienden su vuelo…!”. Informantes y no chismosos, son los cronistas en tiempos de la humanidad. Todos ellos son imperdibles, motivo de estudio y respeto por su labor que dejan; con lo que han dado al Estado de México. Elocuente servicio y orgullo por la cultura de la crónica a nivel nacional e internacional. Quien vive y sigue la crónica de los cronistas, tiene oportunidad de vivir su vida por escrito y, en imágenes imperdibles de la memoria, cual si la vida se repitiera en otras personas o lugares. Eso mismo pasa con poetas y poesía, pues hacen vivir emociones con sus versos como si fueran espejo que trae emociones y sentimientos a granel. Recordar por siempre las letras de don Poncho, lección viva de la crónica: El “gentleman”, pero deveras gento-hombre de la barriada, lo fue Luisito Mondragón, árbitro de la moda en Toluca y que todavía corta para muchachos de pantalón-campana, ahí por las calles de Juárez. Muchas horas de mis mocedades las pasé también en su domicilio. Su hermana Cata y mi hermana Estela resultaron muy buenas amigas. Conmigo jugaban a la comidita y solían confeccionar unos chilaquiles tan, pero tan picosos, que jamás pude ni siquiera probarlos.
Interminable etapa de creatividad es la que vivió el profesor Mosquito en esos años. De cronistas está hecho el mundo. Extrañamente no les atendemos en la medida de su grandeza dentro de la literatura. Para el pueblo mexicano los cronistas aparecen por todas partes. Cito a uno que falleció hace no mucho, Armando Ramírez. Su muerte dejó un hondo vacío en la crónica de otro barrio bravo, el de Tepito, en ciudad de México. En la cuarta de forros de su libro, titulado Chin chin el Teporocho, leo lo siguiente: Vendedores de drogas, prostitutas, asesinos, policías, alcohólicos, seres marginales que intentan salir del círculo de la pobreza y el determinismo social. Crónica descarnada de la vida del barrio de Tepito, registro minucioso de costumbres, formas de hablar y maneras de ver la vida, la presente obra sorprende por su poco ortodoxo estilo narrativo que rechaza las “buenas maneras” y las convenciones de la narrativa más conservadora.
Igual Gonzalo Martré, Alfonso Sánchez García y Armando Ramírez, desde la crónica, cuento o novela forman el mosaico admirable y rico en colorido o lenguaje particular, que les define y nos define. Cito de la novela-crónica de Armando Ramírez fragmento en que vemos su lenguaje que le creó respeto en barrios de ciudad de México, que bien puede ser la Guerrero, Tepito o la Bondojito, dice el escritor: Se me quedó viendo el Teporocho y luego muy decidido me pide —pasa un tren— se lo doy y comienza a aspirar macizo aguantando la respiración y que comienza el cotorreo, ahí todos agarramos la onda y de repente que nos vamos de viaje a visitar todas las galaxias habidas y por haber, pero, como siempre, regresamos. El teporocho danzaba que daba gusto, le ejecutaba chido a la danza, al compás de los Rolling Stones estuvo danzando hasta que se cansó, rápido, tendrá como unos veinte años o treinta o cuarenta o cincuenta o mil años o quién sabe con eso de que se dan “mala vida” el cotorreo era efectivo por eso nadie vio cuando el Teporocho se piró, sólo yo lo vi, sólo yo lo seguí, sólo yo lo alcancé y como que le influí confianza porque luego agarramos plática. Comparar prosas de cronistas es una suerte de polifacéticas personalidades, que se juntan en su vocación por tratar de definir en hechos a personajes y circunstancias sociales.
Retorno a la prosa del profesor Mosquito: El taxista era el señor Zarza, que pasaba con su fotingo de ruleteo y muy serio. Igual que Villegas “El Panano”, que dice Beto Correa que es el chafirete de alquiler más connotado que ha tenido Toluca y suegro del profe Agripín García. Taxista como esos ya no hay, que deveras conocían y practicaban profesionalmente el oficio. Sabían llevarlo a usted a su casa, derechito, cuando lo encontraban en estado “burro”, acudían presurosos ante cualquier emergencia, podían oficiar de comadronas en caso de que se impacientara el niño, en fin, eran buenos como el pan. Así era el paisaje humano de San Juan Chiquito, abigarrado, multicolor, versátil… Y un punto final a la memoria de mi madre, Chelita, que fue en el barrio la encarnación de la energía bondadosa.
Con ese orgullo, es que el cronista trata a su barrio, del que escribe: Mi barrio de San Juan Chiquito es tan viejo, que puede decirse con toda verdad histórica que fue el primero y único de que gozó Toluca, ya que algunos otros como San Bernardino, Tlacopan, San Juan el Grande, o sea el Bautista, etcétera figuraban en los primeros tiempos de la Colonia más bien como poblados adscritos civil y religiosamente a Toluca. Los cronistas son orgullo ciudadano. Por eso en un marco protejo y, tengo colgado en mi hogar, el nombramiento de Miembro Honorario, que me entregara la primera mesa directiva de la AMECROM, bajo presidencia de la Doctora Margarita Loera Chávez y Peniche, expedido con fecha 28 de septiembre de 1986: distinción que sólo fue entregada al gobernador del Estado de México, licenciado Alfredo del Mazo González y al Lic. Emilio Chuayffet Chemor, secretario de Educación, Cultura y Bienestar Social en aquellos tiempos.