Los estoques contra el uno mismo

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Desde que tiene memoria la humanidad se ha mirado al individuo altisonante con cierto reparo y se ha tendido a excluirlo, perfilando el eje de las sociedades por primitivas que fueran, y dejando claro que la conformación de grupos organizados, por rudimentaria que fuera, inquiere siempre una cierta homogeneidad a sus participantes. Bajo tales presupuestos se inicia la senda árida y empedrada de quien es fundamentalmente distinto, de quien hace variar por muchas cifras al denominador que fracciona al grupo social en el que se enmarca. Así pasaríamos de la incongruencia con las primeras comunidades nómadas a la demencia, deteniéndonos en la locura y despuntando en la posesión demoníaca hasta la hora corriente, la hora de la hiper especialización científica, que comprende psique humana como algo perpetuamente prestado a que el principio de indeterminación la marque teniendo un carrusel químico en sus adentros.

Como nadie puede divorciar la práctica médica de lo humanístico sin protagonizar periplos argumentados por la soberbia, muchos de los males de los que pueda adolecer hoy en día el individuo de a pie, tendrán que ver con el carácter del tiempo en el que vive. Y es que, refiriéndonos a lo psiquiátrico, ningún campo del ámbito médico podía verse más nutrido en su comprensión por lo que en las sociedades ocurre; además del psicológico.

Por lo demás, reconocer que se vive como se puede bajo la gloria de lo tecnológico, el auge histórico de lo científico y el saneamiento y resurgir de las humanidades ayuda a esperanzarse respecto de las soluciones duraderas que se den a los problemas del siglo. Pero muy distinta es la comprensión que de estos pueda tenerse, pues el precio de todo lo anterior evidentemente ha sido pagar ingentes cantidades de fecundidad intelectual y de calidad educacional y académica; además de inundar partes fundamentales de cualquier vida intelectual de una fusión de doctrinas pragmáticas y utilitarias conductora de un facilismo y superficialismo de los que resultan males masivos como: preferir prejuicio a juicio, legislación a derecho, y lo acostumbrado al libre examen.

Por tal estructuración de la vida intelectual común y colectiva y tras algunos restos de instituciones hechas polvo estar enfermo psiquiátricamente continúa siendo un estigma. El informarse e informar desprejuiciada, honesta y poco temerosamente sigue siendo algo inconcebible para gran parte de la esfera educativa y familiar, pues la mente conservadora teme por antonomasia a ver los límites de su comodidad resquebrajados, tarea en la que curiosamente la enfermedad mental se especializa en cumplir de manera violenta cuanto más se ignore el asunto. De tal situación, es normal la derivación masiva de un miedo igualmente mal controlado, que no habiendo aprendido a refugiarse en lo grandioso de la zambullida en lo inconsciente se condena a la negación y a la represión, manteniendo una relación proporcional entre aliviarse momentáneamente y entre consagrar la sentencia que asegura que Todo deseo reprimido repercute contra uno mismo a través del auto atentado.

Por lo demás, señalar que las sociedades contemporáneas son realidades muy frugales para tender a la abundancia de patologías psiquiátricas, se obvia tras todo lo anterior. Como también se comprende que la indigencia y la poca preocupación en el conocer sin temor qué es lo verosímil y qué es lo no verosímil de la esfera psiquiátrica, empeora su tratamiento y posible cura por pretender que un asunto así puede curarse con el tiempo o con disciplina. Pues embravecer al monstruo de los torrentes químicos encerrándolo en una jaula soldada con ardiente ignorancia, sólo puede redundar en dos destinos: prorrogar el dolor y agudizar el sufrimiento.