LOS PORTALES DE TOLUCA
Rodolfo y sus amplios y profundos estudios sobre la Toluca que le ha robado el corazón. Se le notaba enamorado al verle caminar por la avenida Miguel Hidalgo, al transcurrir por La Alameda, tanto cuando era ese espacio que cubría una amplia arboleda de lado a lado por norte y sur de ella… como igual, por sus lados de oriente a occidente. Era entonces el espacio de los patos en su estanque viejo y añoso, donde el agua se llenaba frecuentemente de lama por donde se veían los novios amorosos besarse y abrazarse por doquier. Cambió cuando se le hizo esa espantosa plancha negra y desvalida, con todo y que en el centro de la misma, el último líder azteca reinara con su enhiesta figura: Cuauhtémoc, nuestro joven mandante, que no tuvo tiempo de gobernar, en ese mundo cruel y salvaje… civilizado en el sentido de fortalezas de una cultura que asombró a españoles, nada más llegar a límites de un centro habitado por cientos de miles de habitantes aztecas, mexicas, nahuas y decenas de otros grupos sociales que vivían de la pesca y la cosecha de los bienes que, tierra y agua les daban.
Tenochtitlan, es territorio legendario para cualquier cultura del mundo. Aún sigue siendo una incógnita su sometimiento, pues pareciera que había un destino manifiesto por culpa de leyendas que los propios indígenas profetizaron en sus visiones del futuro. Y aun así, no se puede comprender cómo razas de tremenda fuerza y acostumbrados a guerrear sin parar ante las peores batallas, pudieron perder su imperio en Mesoamérica. …la culpa es de los Tlaxcaltecas, diría la magnífica narradora Elena Garro en el siglo XX, utilizando esa imagen para imaginar sus cuentos y novelas bajo la visión de los vencidos convirtiendo esa frase muy mexicana en descargo para no reconocer las debilidades propias.
Rodolfo García lleva a tales reflexiones al acercar el pasado con el presente. Otro tema que él no pudo soslayar en su vida es el amor por Los Portales, de ellos escribe: No siempre ha sido Toluca capital del Estado. A raíz de la Independencia, los poderes estuvieron radicados en la ciudad de México. En el año de 1827 fueron trasladados a Texcoco; posteriormente a San Agustín de las Cuevas, y, finalmente, a esta ciudad en 1830. Con el arribo del gobierno recibió Toluca una considerable población flotante, compuesta de funcionarios y burócratas. Como unos y otros estaban acostumbrados a las comodidades que entonces se disfrutaban en la ciudad de México, buscaron acomodo provisional en las casas de las principales familias toluqueñas. La escasez de viviendas decorosas, obligó a los vecinos emprendedores a la construcción de nuevas casas o a la reparación de las antiguas y ruinosas, con el objeto de obtener ganancias con sus terrenos. El hecho anterior hizo nacer en José María González Arratia, la idea de transformar el centro de la ciudad aprovechando una gran extensión de terreno inútil que circundaba el antiguo convento de San Francisco. Este es el origen de la construcción de los portales. Es historia y leyenda la construcción de la obra arquitectónica más vistosa de la pequeña ciudad de no más de 8 mil habitantes en aquellos años en que Toluca se hace capital de un territorio enorme que pasaba por Tulancingo, Tula, Cuernavaca, Taxco, Tixtla, Acapulco y Jilotepec. Miles y miles de kilómetros son los que tiene este ambicionado territorio, que ha de ser fraccionado de manera grosera en el siglo XIX, por la ambición de propietarios y políticos que veían más adecuado fundar sus propios estados políticos en Morelos, Guerrero, Tlaxcala y la propia capital del país sin tener que subir a las alturas de una ciudad que como vemos no tenía condiciones en décadas del veinte y treinta del siglo decimonónico.
De sobra la historia toluqueña recuerda las palabras de su construcción en voz de Rodolfo: La idea encontró eco en el gobernador en turno, general Melchor Múzquiz, y con el apoyo de tan encumbrado personaje, pudo González Arratia vencer las dificultades presentadas por los religiosos que no querían deshacerse de sus propiedades… e interesar a vecinos pudientes, especialmente hacendados y comerciantes que de este modo se convirtieron en socios capitalistas. Imaginemos aquellos años a principio de la década de los treinta, especialmente en el año 1832, en el estado de la ciudad que por encontrarse en las alturas en pleno centro de Mesoamérica, no había podido desarrollarse tal y como sí sucedió con la capital de la Nueva España, la ciudad de los Palacios ya para entonces. Se cuenta, dice Rodolfo: La construcción de los portales dio principio en febrero de 1832, con la apertura de los cimientos de seis casas, por el Oriente y Sur del convento de San Francisco. Después de nueve años de trabajos, y de una erogación de setenta y cinco mil pesos, se dio término a las alas oriental y meridional de los portales. Los arcos que miran al Poniente fueron erigidos en 1870, por voluntad de fray Buenaventura Merlín, y los últimos once en la presente centuria, cuando fue presidente municipal el licenciado González y Pichardo.
Es tanto el afecto por el presidente municipal de aquellos tiempos, José María González Arratia, que se considera por cierta parte de estudiosos y habitantes de Toluca, que la misma se debería de llamar Toluca de González Arratia, pues se le considera el gobernante municipal más avanzado de su época y, el primer verdadero constructor de la ciudad moderna a que aspiraba un hombre singular y relevante de la política en la historia municipal. Gobernante constructor de ciudades y civilizador que no podemos ignorar por ser ejemplo para otros de la entidad en el siglo XIX, como sucede con el tres veces gobernador del Estado de México: Mariano Riva Palacio, otro político constructor de ciudades: él y el general José Vicente Villada, son ejemplo civilizador al que la ciudad de Toluca les debe mucho. Sobre el presidente municipal admirable de aquel año de 1832, cuenta Rodolfo: Personaje singular este José María González Arratia, fue en su tiempo uno de los toluqueños más distinguidos. Como presidente municipal y ciudadano, se preocupó a lo largo de su vida por la urbanización de Toluca. Construyó tres teatros, entre ellos el Principal, donde actuaron relevantes figuras teatrales y que fue demolido hace algunos años para dar sitio al actual cine Rex. Con ayuda de doña Micaela Monroy, formó el Parque Cuauhtémoc, mejor conocido por Alameda. Dos ideas que se hacen realidad: el hombre de visión futurista que ama a Toluca, capital naciente del Estado de México, y la idea arquitectónica, que ha de permitir urbanizarse de manera veloz a la ciudad que por entonces tenía muchas limitaciones en su desarrollo arquitectónico y demográfico.
El cronista nos trae imágenes en palabras de aquellos acontecimientos que pertenecen a la crónica histórica de la vida toluqueña. Pero nos llena de gozo saber a través de esa prosa que es sabia y humana, cuenta Rodolfo: Fotografía de principios de siglo nos muestran los portales con sus añejos comercios, con sus falsas fachadas de madera, sus estancias penumbrosas y sus minúsculos aparadores. Los cubos de los zaguanes rellenos de alacenas dedicadas a los más variados giros, entre ellos el de la zapatería. Entonces los restaurantes, inclusive el San Carlos, no pasaban de profundos galerones, en donde meseros de largos mostachos servían el pescado blanco del Lerma, y otros platillos de la sabrosa cocina toluqueña. Fotografías de la memoria —lo mismo de memoria—, que como en el caso de Juan Govea, termina retratando cimas del Nevado de Toluca, o que desde los Portales o Alameda; antiguo Parque Cuauhtémoc, nombre que sigue siendo oficial al paso de los siglos para orgullo citadino. Fotógrafos que nacieron para cronistas a través de la lente, hablan como se reconoce en una sola toma, con más posibilidades que mil palabras mal dichas, sobre un suceso relatado una y otra vez. Esa es su ventaja y ese debe ser nuestro reconocimiento.