MI MAESTRO
Quiero empezar esta columna haciendo una gran confesión. Hoy me ha costado mucho escribir, porque cuando intento hacer un retrato de alguien tan admirado y querido, no me alcanzan las líneas y se hace eterno el ensayo y error de que palabras escoger, porque son interminables.
Recuerdo que lo conocí en persona un 11 de abril de 1980 a las 9:15 de la mañana. Antes de eso ya lo conocía varios meses, pero no lo podía ver, sólo lo escuchaba metida en una como burbuja, creo que la llaman técnicamente placenta, mientras que nadaba y me alimentaba por un conducto largo, llamado creo cordón umbilical. No tengo muchos recuerdos los primeros años de existencia, pero según me cuentan fueron maravillosos junto a él.
Ya con un poco más de millaje de vida, años después, empecé a registrar en mi memoria momentos, que hoy finalmente se convierten en vivencias que al recordarlas agradezco el haberlo conocido y aún tenerlo a algunos kilómetros de distancia, respirando el mismo oxígeno, siempre cerca de mí.
Recuerdo nuestros viajes a la elegante Londres, Capital del Reino Unido, tan majestuosa, fría y sobria como suele ser, pero siempre muy acogedora, gracias a él, que hacía mil planes post chequeos médicos míos, para que siempre me sintiera segura y nunca me rindiera. Él siempre, el Vikingo.
Recuerdo aquel primero de mayo, regresando de la playa, chocamos muy fuerte, por falla técnica del automóvil, con él al volante. Recibí 25 puntos en la cabeza, pero nada grave, corte superficial, y él me abrazo llorando, diciéndome que había sido su culpa, cosa que no era cierta, él siempre, el Empático.
Recuerdo cuando empecé a nadar y a bucear en el Mar Adriático, cosa que se lo debo a él y a mis abuelos paternos. Su amor desmedido por el mar, como buen buzo que es, me mostró que el mar es el lugar donde encuentro paz, donde siento que soy libre, donde no tengo límites ni ataduras y donde ante cualquier marea, saldré librada y ni las más altas olas podrán conmigo. Él siempre, el Anfibio Guerrero.
Recuerdo las vacaciones de invierno, donde íbamos en pandilla a esquiar, a la bella y buena anfitriona Italia, las caídas en esquís, las subidas a las montañas, compitiendo por quién lograba bajar primero sin caerse, las empujadas en trineo, yendo siempre detrás pendiente por si necesitaba auxilio, siempre ahí, siempre dispuesto, él siempre, El Protector.
Recuerdo nuestros primeros viajes a Disney, las montañas rusas, el sin fin de juegos, desde los más aburridos, donde él se montaba sin importar nada y los más divertidos llenos de adrenalina, donde lo miraba y me parecía que veía a un niño como yo, pero él era el adulto, sin embargo, él siempre El Niño Juguetón.
Recuerdo vagamente, cuando en África en plena guerra civil, para ser exacta en Luanda, en la madrugada, se metieron a nuestra casa, 4 delincuentes enmascarados y armados dispuestos a matarnos, y el preparado a dar la vida por los suyos no dudó en tomar su arma y ponerse en la línea de fuego, él siempre, El Valiente.
Recuerdo cuando volví de una fiesta a la media noche con unos minutos de más. lo de cenicienta no me ligó claramente, y cuando lo saludé me dijo: Estás castigada, por haber llegado tarde cinco minutos, porque hija mía: la vida se pierde en un segundo, no lo olvides, él siempre, El Disciplinado.
Recuerdo cuando llegó una vez de viaje y mi madre me había castigado (cosa que no era raro porque era demasiado traviesa y siempre me metía en problemas, lo asumo, me lo merecía) y yo le dije: Dile a mi mamá que me levanté el castigo, no era para tanto. A lo que él en tono cálido, pero firme exclamó: De ninguna manera, la palabra de tu madre para mi es no negociable, él siempre, El Respetuoso y Leal No Negociable.
Recuerdo un día cuando me chapó una mentira, la mentira clásica de adolescentes que se creen astutos y piensan ilusamente que van a poder engañar a sus padres, me castigó un mes y me dijo, más vale la verdad que duela, que la mentira que mate la confianza para siempre. Él siempre, El Honesto Implacable.
Recuerdo cuando decidí estudiar Ciencias de la Comunicación. Muchos me decían, no estudies eso, te vas a morir de hambre, no hay futuro en esa carrera y él me recordaba que, si eso me hacía feliz, él me apoyaba y que estaba orgulloso de mi, él siempre, El Coach Positivo.
Recuerdo cuando un día como hoy, 16 de noviembre, antes de entrar a aquel espacio blanco, lleno de máquinas que te pueden salvar la vida, con aquellas personas disfrazadas llamadas cirujanos, me dijo: Estoy orgulloso de ti, eres una gran luchadora y ejemplo, todo va a salir bien, vamos a ganar la batalla juntos, él siempre, El Seguro y Estoico.
Recuerdo las miles de veces, de miles de formas, que le demostraba a mi madre el respeto y la admiración que le tenía y le tiene, poniéndola en un altar, como sin duda se merece y apoyándola en las decisiones que ella tomara, sin reclamos, siempre con la confianza plena de que ella iba hacer lo mejor para la familia, él siempre, El Amor sobre todas las cosas.
Y así podría pasarme escribiendo pliegos de pliegos, hojas de hojas recordando tantas vivencias, tantas risas, llantos, bailes, cantos, viajes, miles de interminables anécdotas que hacen de mi vida un lugar donde quisiera quedarme siempre, sabiendo que lo tengo cerca y que llevo su sangre corriendo por mis venas, que soy sangre de su sangre.
El Vikingo, El Empático, El Anfibio Guerrero, El Protector, el Niño Juguetón, El Valiente, El Disciplinado, El Respetuoso, El Leal, El Honesto Implacable, El Coach Positivo, El Seguro y Estoico, El Amor sobre todas las cosas, MI MAESTRO como yo lo llamo, Es MI PADRE, y a él van dedicadas estas líneas, un pequeño retrato a mano alzada de lo que es y significa para mí, y si me permiten quiero cerrar diciendo:
¡Que nunca me faltes Churro de mi vida, gracias por Existir!