Mister Acumulador

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Otra vez saliendo del trabajo, me apuro con mis pendientes, la aplicación me avisó que ya llegó mi paquete, y ando contando las horas para llegar a casa y poder por fin poseerlo. Las chicas me llaman acumulador, pero no, existe una línea muy delgada que espero no cruzar, yo no soy acumulador, yo soy coleccionsita. 

¿Qué colecciono? Pues todo lo de mis personajes favoritos de la infancia. 

Una vez, una chica me dijo que lo mio era bastante grave, que tengo que aceptar la verdad, que aunque yo diga que coleccionar juguetes no es acumular cosas, en realidad ambas se tratan de carencias emocionales, restricciones, cosas que en mi infancia dejaron un vacío o algún trauma psicológico. Que tomar, fumar o drograse también son actividades que están en el mismo nivel y que el nombre de coleccionista es sólo para justificar el trauma. Ese trauma que traemos todos, en cierta o mayor medida, termino por rematar yo.

Colecciono varias cosas, modelismo, autos en miniatura, comics, personajes de caricaturas y de series de televisión. Nunca comprometo el gasto familiar, que se reduce a mí, ya que no tengo esposa ni hijos, lo que me compro lo hago con lo que voy juntando, aunque a veces, he de ser honesto, me quedo sin comer, para conseguir la edición limitada, sin abrir, del año mil novecientos ochenta y cinco. Y si a alguien no le gusta lo que hago con mi dinero, pues que se vaya por allá lejos. Es mi gusto y mi dinero y yo hago lo que yo quiero. No le hago daño a nadie. 

Conozco a un señor, bueno, yo tengo mas de cuarenta, también soy un señor, jeje. Me dijo que recuerda haber invertido mucho tiempo y dinero en sus colecciones, pero que al vender y deshacerse de todo sintió que se le quitó un apego. Es muy bonito ese hobby, fue una etapa, en el sentido de dinero fue satisfactorio, ver que las tuve y que compré buenas piezas en excelente precio y que los pude vender con ganancias razonables. Comentó. 

Hace unos días, caminando por las calles del centro de la ciudad, me topé con una venta de garage. La tentación era bastante, iba con prisa, pero me ganó mi vena coleccionista, así que me detuve entré y en la mesa estaban ahí, bastantes ejemplares de cosas que colecciono. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no mostrar mi alegría y sorpresa, que estuvieron a punto de salir mediante un exclamo, y delatarme, o más bien un grito. 

Guardé la compostura y con el más completo desinterés pregunté por el precio de aquellas bellezas. Una señora de mediana edad se me acercó para atenderme, los tomó, los vió con cierto desgano y le gritó a una señora de más edad que estaba en un rincón: Ma, ¿Cuánto, éstos?, ella miró con más desgano y dijo: Mira, ya que se lleve todo, diez pesos cada uno. 

Si cuando los ví, estuve a punto de saltar de alegría, no se imaginan lo que ocurrió dentro de mi ser, al escuchar lo que salió de la boca de la señora de mayor edad. Tuve que hacer un supremo esfuerzo por aparentar ecuanimidad.  

No cabe duda que la basura de unos es el tesoro para otros. Para que se den una idea, pagué por una sola figura en ese bazar  ¡una bicoca!, cuando en internet, se cotizan en miles de pesos, yo pagué sólo ¡diez pesos!   

Ya analizando bien, lo que se me ocurre es que quizá el hijo falleció hace algunos años y han decidido poner en venta todo lo que tenía, sin saber realmente el valor de lo que poseía. Y es que es muy común que personas que no saben del valor de lo que se posee, cuando el propietario muere, tiren a la basura, libros, documentos y pertenencias de gran valor. Sabidos son los casos de bibioltecas bellízimas que terminan en basureros incluso cuadro con pinturas cotizadas. 

Creo que ha llegado el momento de girar instrucciones precisas de lo que deben hacer cuando yo ya no me encuentre en este plano terrenal, y asegurarme de que mis colecciones no terminen igual. Pero, a quién se las he de dejar, si no tengo desendientes, ni amigos en quien confiar. ¿Será a caso a mi madre?