Nadar es vivir, el tiburón de Baltimore y algunos otros peces

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La natación, como casi todos los deportes tiene un origen ancestral, prueba de eso son los estudios enmarcados en las más antiguas civilizaciones. Es curioso advertir que las personas que eran analfabetas se les decía que no podían ni nadar ni leer, y para los militares era un arte indispensable. Además, para los egipcios el nadar era crucial en la educación pública. Muy importante es el conocimiento de los beneficios terapéuticos del agua, lo cual quedó reflejado en algunos jeroglíficos que datan del 2500 AC. Hay que decir que se tienen sospechas probadas de que fueron los japoneses quienes primero celebraron pruebas anuales de natación ya en un contexto de competencia. Esto se da en tiempos del emperador Sugiu en el año 38 antes de Cristo. Ya en tiempos modernos, la natación de competición se instituyó en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII.

 

Comentaremos en estas líneas dos o tres temas de interés que forman parte de una gran gama de historias que circundan este fantástico deporte ya en su faceta del alto rendimiento. La primera medalla olímpica de natación ganada por un deportista de genética africana tuvo que esperar ochenta años que pasaron desde los juegos de Atenas en 1896 hasta Montreal 1976. Fue en la ciudad francófona canadiense donde Enith Brigitha; nacida en Willemstad, Curaçao; ganó dos medallas de bronce representando a Holanda. Las ganó en cien y doscientos metros en el estilo libre. El momento fue histórico ya que el deporte del líquido vital no parece ser el fuerte de los deportistas afroamericanos. Además de esta hazaña Brigitha ha conquistado once medallas en campeonatos mundiales y europeos, pero ninguna de oro. Para que un atleta de raza negra lograra la hazaña de conquistar la áurea fueron noventa y dos años de espera.

 

Desde los juegos originarios de la edad moderna en Atenas hasta los celebrados en Seúl 1988. El protagonista del histórico evento fue Anthony Nesty, que representó a Surinam, nació en Trinidad y Tobago. Rompió con todos los precedentes y expectativas  en los cien metros mariposa. Nesty era el menor de cinco hermanos. La familia emigró a Surinam en busca de mejores oportunidades económicas cuando él tenía siete meses. Se adentra en la natación a los cinco años. Pronto demostró buenas capacidades logrando clasificarse para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, en los que acabó vigésimo primero. A sus 17 años un cazador de talentos le ofreció una beca para la Bolles School de Jacksonville, en Florida. Este colegio tenía la particularidad de contar con un amplio programa destinado a nadadores de élite. Allí mejoró la calidad de sus entrenamientos a las órdenes de Gregg Troy. Así es que acudió a los Juegos de Seúl 1988, ya con expectativas distintas y más maduras.  Venció en los cien metros, en el estilo mariposa, por delante, nada menos, que del estadounidense Matt Biondi, estrella mediática y gran favorito. Surinam festejó en lo más alto el éxito de su hijo adoptivo.

 

Platiquemos ahora brevemente de otro fenotipo, gran fenómeno de la natación y en general del deporte Olímpico, se trata de Michael Phelps. En esta ocasión haré solo referencia a lo que sería algo así como el quinto capítulo de la historia. El que tiene que ver con el renacimiento de una estrella apagada que ingresó a lo más bajo.  Reinició una relación con su padre, Fred, con el que no había hablado desde 2004. Se comprometió con Nicole para tener un futuro, a largo plazo, juntos. Leyó libros de autoayuda y con apoyo de Bowman tomó la decisión más importante: comprometerse a nadar de nuevo para lograr más medallas olímpicas aunque su marca de 28 presas, entre ella 23 de oro, nunca estuviera amenazada. Así es que logró volverse a enamorar de la alberca. Nadar, en esta historia, primero fue un presente, más tarde un obstáculo, y en esta etapa como una oportunidad de vida de oro, regresó la inspiración de nuevo y con ella se acercó para quedarse la velocidad gracias al duro entrenamiento. Su cuerpo, que en Londres 2012 tenía un trece por ciento de grasa, llegó a Río con sólo un cinco por ciento. Entrenó más duro incluso que en su preparación para Pekín 2008. Logró plaza en el elitista equipo olímpico de Estados Unidos.

 

La gente comenzó de nuevo a hablar de él y a creer. ¿Aún podría llegar más lejos y conseguir más cosas el hombre que lo había logrado todo? Con Bowman y Nicole de cómplices, llegó su hijo, Boomer. El pequeño de sólo tres meses, y su novia, Nicole, han sido testigos de los logros de Phelps en Río. Se le nota feliz con la distracción de su  reenamoramiento, parecía no quedar nada del antiguo Michael. Nicole y Boomer han visto sus triunfos desde la tribuna. La natación regresó y sigue ahí, pero en este quinto capítulo, hay otras cosas ya en su vida. Phelps sigue siendo tan fuera de serie como lo fue siempre. Nos pudimos dar cuenta cuando se vengó de Le Clos por su derrota cuatro años atrás. Fue a buscar a Nicole, y a su madre, Debbie quien sostenía al pequeño Boomer, de sólo tres meses. En fin, era su gran sonrisa, una emoción que no podía ser disimulada por un hombre que es genuinamente feliz. Era observar a un hombre finalmente en paz. Así es que a sus 31 primaveras de hace cuatro años, Michael Phelps debe ostentar el título de El Renacido.

 

La historia de los Juegos Olímpicos está llena vivencias heroicas, historias inverosímiles de heroicidades y muchos récords. Eso me hace recordar a Eric Moussambani quien modificó esta idea. Logró que pudiéramos mirar cómo se podía ser un héroe sin lograr un metal, sin batir un récord, sin ser un súper atleta. Se trata de un nadador de Guinea Ecuatorial que siempre será recordado como el hombre que, en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, hizo los cien metros libres en 1:52.72, una marca el doble de alta de la que emplean los campeones e, incluso, superior a los que nadan los doscientos  libres. Se sabe que Moussambani siempre quiso participar en atletismo, pero el equipo de su país ya estaba completo y la federación le dijo que había una plaza en natación que les había destinado el Comité Olímpico Internacional, quien tenía un programa por el cual se permitía la participación a deportistas de países en vías de desarrollo aunque no alcanzaran la mínima. Como su ilusión era participar en unos Juegos, no se lo pensó dos veces y aceptó a pesar de que sólo tenía ocho meses por delante para prepararse. La primera vez que vió una alberca de cincuenta metros fue en los propios Juegos en Sídney. La vio tan grande que en el momento pensó que era de cien metros y por lo tanto sólo sería el trayecto de ida, sin embargo al ver esa alberca aún no se imaginaba que pasaría a la historia.

No tuvo un camino fácil, entre otras cosas antes la falta de infraestructuras en su país, tuvo que entrenar en la alberca de un hotel, la cual solo contaba con 25 metros. Ya estando en la competencia se generó en su serie otros dos nadadores que habían llegado allí por el mismo programa del COI. Ambos, uno de Tayikistán y otro de India, hicieron salida falsa, por lo que quedaron descalificados. Por tanto, a Moussambani le tocó nadar solo. Fue al lanzarse al agua cuando todo el mundo pudo comprobar que estaban ante una persona que no era un profesional de la natación. A pesar de su estilo poco ortodoxo, consiguió completar con orgullo el primer tramo. Sin embargo, el segundo se le hizo eterno. Por momentos parecía que se ahogaba. El público perplejo tardó en comprender lo que se estaba vivenciando. Era muy difícil de asimilar que en unos Juegos Olímpicos, donde todo era heroico, pudiese haber una especie de antihéroe. Una vez que empatizaron con el evento, todos se pusieron a animar a Moussambani como si fuese el deportista del año. Con sus aplausos y sus porras lograron que el buen Eric llegara al toque final: Los últimos quince metros han sido muy difíciles, aseguró tras salir de la alberca aquel inolvidable día  el día.

 

Pero no le importaba porque él había cumplido su sueño, ese tipo de sueños que sólo dan los Juegos Olímpicos. Así es que esta experiencia tiene sus consecuencias a nivel mundial y se hizo tan célebre como los que ganaban medallas. Eso le animó a seguir nadando. Se trasladó a Barcelona, donde tenía familia y llegó a clasificarse para Atenas. A pesar de haber podido bajar su marca de Sídney en más de un minuto, al final no pudo participar porque su país no le tramitó la visa a tiempo. Lo volvió a intentar para Beijing , pero su momento ya había pasado y no logró clasificarse. A pesar de todo, es considerado un ídolo en su país y en África, siendo un modelo a seguir para muchos jóvenes que se entrenan en ríos para poder imitarlo.