No quiero pensar en homenajes

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Hace un año, por estos días, me enteraba del fallecimiento de uno de los poetas cubanos que más me habían sorprendido en los últimos años, y mira que eso de sorprenderme, los que me conocen, saben que no es seguido.

En esas cosas de la vida, encontré un pequeño librito que leí, primero con cierto escepticismo y después con un particular interés que no siempre me atrapa. ¿Era posible entonces la sorpresa?

No podía digerir la situación. Poeta viajero, un poco trashumante, el autor en cuestión llegó a mis manos de la casualidad más pequeña, aquella no lo aguarda a uno en una esquina, sino en los bordes de un librero olvidado, casi desahuciado por el polvo y la segura caída al bote de una basura en donde van a dar los libros que no se venden ni por equivocación.

Hoy no me arrepiento de su adquisición. Era de suponerse que lo utilizaría para uno de mis talleres y así fue, pero por más que pasé toda la tarde del domingo buscando entre los libros aquel ejemplar, y parte de la noche buscando en las fotografías del cara de libro, aquella en donde hacía mención del poema que utilice para dicha sesión, no pude encontrar ni el primero ni la segunda. Una verdadera lástima porque me habría gustado leer alguno de los poemas del escritor a un año de su desaparición.

Sigfredo Ariel (Santa Clara 1962–La Habana 2020) es un poeta al que hay que leer sin pensar en la Revolución Cubana, un poeta del intimismo más profundo y de aquella pasión que lo hizo viajar en el mundo siempre con la mira puesta sus palabras. Nunca tuve la oportunidad de conocerlo más allá de los pocos poemas de aquel ejemplar que me pergeñé hace muchos años en esta ciudad del volcán.

No tuve la oportunidad de hablar al menos de un cordial saludo por las redes y esa respuesta lacónica que me llegó por el mismo medio. Es lamentable que esta época no vaya quitando a personas que valen la pena, y que posiblemente hubiera sido agradable conocer.

Y sin embargo, esta nota no es un homenaje como tal, porque para serlo debería hablar de una persona, y en realidad no la conozco. No sé cómo fueron sus quereres y dolencias, ni cómo luchó con sus demonios internos y externos. Quizá por eso, no quiero pensar en homenajes, ni siquiera para mí, porque estos meses han pasado ya con un dolor terrible y desde que iniciamos con este nuevo mundo en el cual nos hemos visto obligados a vivir, la dolorosa realidad nos ha hecho más débiles y más propensos a hablar de cualquier cosa.