Nula autocrítica

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Nada tan peligroso como la autocomplacencia, capaz de construir paradigmas alejados de la realidad. Estas visiones de vida resultan un apetitoso bocado para quienes gustan de la mediocridad como forma de vida.

Al ser humano le cuesta mucho trabajo aceptar sus errores, y hace hasta lo imposible por minimizarlos al punto de negar su existencia. Los culpables siempre son los otros, los de enfrente, los de la casa de al lado; jamás tendremos la honestidad de decir que nosotros fuimos.

Como suelo decirlo, todo comienza en casa; muchos padres de familia, ante una llamada de atención de alguna autoridad escolar, llámese profesor o directivo, inmediatamente brincan porque consideran injusto dicho regaño.  Los argumentos son los de siempre, mi hijo es incapaz de hacer lo que me dice, en la casa el niño nunca le escupe a nadie, no voy a permitir que se acuse injustamente a mi adorado hijo.

Es decir, nos cegamos y somos incapaces de reconocer que el contexto juega un rol importante y ese niño que está sobreprotegido en casa, al salir de su zona de confort, corre el riesgo de no saber como reaccionar ante estímulos que salen de lo que le han enseñado que es normal.

Lo preocupante es que en muchos casos, aún con la evidencia enfrente e incluso con la aceptación de la falta del propio niño, existe esa reticencia para mirarse al espejo y al menos reflexionar sobre la posibilidad de que las cosas no sean como yo, aseguro que son.

Una cosa lleva a la otra, y el tema se complica cuando, además de la falta de autocrítica, comenzamos a caer en conductas cada vez más negativas; por defender lo indefendible la gente miente, calumnia, agrede e incluso, mata.

¿Qué hay de malo en aceptar que nos hemos equivocado?, nada, absolutamente nada; incluso hay estudios que demuestran que es justo en el error cuando podemos obtener mejores aprendizajes, porque el cerebro aprende rutas alternativas como mecanismo de defensa ante la repetición de una equivocación mayúscula.

Pero en lugar de tomar las cosas con madurez, preferimos la intransigencia como vía para evitar que se me indiquen áreas de oportunidad.

En el mismo tenor, cuando un hijo no tiene los resultados académicos que esperamos, lo más fácil es culpar al maestro; es que no explica bien, mi hijo me dice que no le entiende, y demás excusas que sólo pretenden distraer la atención sobre el otro antes que aceptar la falla propia.

Hay quienes llegan al extremo de construir mundos paralelos, llenos de fantasía, con tal de quedar bien con las audiencias externas: No, no es que mi hijo no esté estudiando, es de que (sic) está dedicando su tiempo a la lectura de los grandes clásicos de la literatura para empaparse de conocimiento y poder retomar su camino escolar con un bagaje que le permita sobresalir de sus compañeros. Ustedes no entienden.

Y el tiempo pasa y la nula autocrítica se acentúa: no choqué, me chocaron; no es que deba la tarjeta, es que no vinieron a cobrarla nunca.

Sin consciencia de quienes somos, no hay forma de crecer, ¿o sí?

horroreseducativos@hotmail.com