Otras cartas de Julio
La riqueza literaria y humanista de Julio Cortázar es inacabable, con fecha 13 de junio de 1962 escribe al novelista peruano Mario Vargas Llosa, con un pequeño mensaje alude a la obra La ciudad y los perros, por lo que le dice Querido Mario: Anoche acabé de leer tu novela, que me ha conmovido profundamente. Tengo mucho que decirte sobre ella, y quisiera verte pronto para charlar. ¿Me llamas a casa para combinar un encuentro? Por ejemplo, si quisieras almorzar conmigo en la Unesco, podríamos arreglar una cita. O venir ustedes a casa, en fin ya veremos. Un gran abrazo / Julio.
El 2 de julio le escribe otro recado Querido Mario: A la espera de verte lo antes posible, te adelanto esta copia de una carta que te concierne. Este recado tiene que ver con la carta que redacta al editor Joaquín Diez Canedo, al cual le dice en la misma fecha: Puesto que no me es posible proponerle una obra mía por el momento, quisiera darle un testimonio de mi interés por su nueva editorial. Hace unas semanas he leído los originales de una excelente novela de Mario Vargas Llosa, joven escritor peruano que ganó hace tres años un premio en España por su libro de cuentos Los jefes. Radicado en París, Vargas ha terminado hace poco la novela en cuestión, que se titula Los impostores. Admirablemente escrita, cuenta la vida de un grupo de estudiantes limeños en un colegio militar. Es un libro de una violencia, de una fuerza nada común en nuestros países. Un libro exasperado, por así decirlo, pero al mismo tiempo, escrito con un dominio total de la lengua y una maestría que sólo puede dar un talento natural para la novela. Como lector, le he sugerido a Vargas la eliminación de algunos episodios que me parecen subsidiarios y que quitan fuerza al tremendo conflicto central. Si lo hace, creo que Los impostores será una de las mejores novelas de estos años (y no pienso solamente en América Latina).
Recordemos que esta novela terminará llamándose La ciudad y los perros, y como dice Cortázar, vino a resultar otro gran éxito para el joven Mario Vargas Llosa: quien en su autobiografía tendrá que reconocer a todos aquellos que le tendieron la mano —cuando no es el escritor galardonado con el Premio Nobel de Literatura—, para convertirse en uno de nuestros patriarcas más queridos. Reflexiono, que de haber vivido más años Julio Cortázar, hubiera sido merecedor al Nobel también. Pues su capacidad de lectura la vemos en sus cartas. Su sencillez para atender todo tipo de obra que le llegaba por correo, y en su obra epistolar aparece una y otra vez este espíritu de colaboración en los dos sentidos: apoyar ante algún editor la obra del colega de vocación literaria y, ser capaz de señalar los aciertos y errores en la obra que se le da a leer.
Apoya a Vargas Llosa en aquellos primeros años. Sin envidias ni actitudes facciosas —tan propias del ambiente mexicano—, donde se acostumbra tirar a todo lo que se mueva: en lugar de ayudarse para ser mejores escritores y mejor promovidos, por aquellos que tienen relaciones por fortuna de la vida o, la suerte de sus trabajos cerca de editoriales públicas, privadas o sociales. Conmueve el espíritu de Julio Cortázar y son sus cartas fiel reflejo de uno de los escritores de mayor voluntad por atender al Otro: que pide consejo al entregar su obra, en deseo ferviente de que la lea y le dé una opinión. Cada carta es una muestra de humanismo, cito las palabras de lo que Julio le escribe al peruano el 20 de diciembre de 1962 Querido Mario: Julia acaba de darme la gran noticia. Te imaginas mi alegría, yo que tanto admiré Los Impostores. Oye, todavía hay justicia en este mundo (aunque sólo sea de a ratos). Viva el jurado que supo entender tu libro, viva Seix Barral. Tenemos que vernos en seguida para que me cuentes. Un gran abrazo y toda la alegría de Aurora los abraza.
Cortázar no es el escritor envidioso de los logros de los otros: lo mismo alaba a Amparo Dávila, cuentista muy joven, que seguramente en su corazón guardó la primera carta que le respondió el argentino. Pienso por qué el ambiente mexicano está lleno de seres envidiosos; que en lugar de preocuparse por su obra, a tal grado, que la excelencia comience a permear sus escritos –y les convierta en referentes– pero no: pues andar destruyendo al Otro, es su principal tarea en la mediocre cotidianidad de su existencia. Largas cartas, imposibles de citarlas una por una, cuyo espíritu refleja uno de los más grandes escritores de Iberoamérica de todos los tiempos. Desde que América es América y el castellano se convierte en nuestro idioma principal. Qué bueno que el argentino Julio Cortázar no reniega de su origen argentino: son 33 años los que vive fuera de su patria y, a la vez, no abandona su defensa por Latinoamérica.
Varios latinoamericanos aparecen. Están los cubanos José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante, al primero en una carta del 25 de abril de 1963 le dice: Compañero Lezama Lima: te envío escrita la entrevista que sostuvimos. No es costumbre mía. Lo hago por tratarse de ti y del planteamiento de una tesis difícil que puede no estar interpretada por mí o tener deficiencias. Escribí, textualmente, cuanto me dijiste, pero quiero antes de entregarla estar seguro de su fidelidad. Te ruego me la devuelvas lo antes posible. No saqué copia y es la única que tengo para entregar a la dirección de Bohemia.
Las relaciones del argentino con varios de los mejores escritores de América Latina son prueba de su ubicación como contemporáneo de quienes le eran iguales. Convertido en maestros de su generación, deja huella en la vida de muchos de ellos. Si con Lezama Lima hay esa empatía, el otro cubano, que le es cercano, es Guillermo Cabrera Infante, del cual escribe en una carta con fecha de 8 de septiembre de 1963 Querido Cabrera Infante: Gracias por su carta tan cordial. También a mí los amigos de Cuba, todos los que usted nombra, me hablaron largo de usted y me dijeron que le escribirían para que acabáramos por vernos. Pero está escrito que cuando usted baja a Lut-eh-Cia, yo subo a Helsinki o Addis Abeba. Ahora, por ejemplo, me vuelvo a Austria por un mes, y probablemente usted ya está tomando el avión para venir a París. Vaya juego absurdo el que hacemos, pero un día vendrá en que nos encontraremos, y entonces habrá desquite.
Julio fue capaz de tener amistades que no necesariamente eran del mismo parecer en política y en posiciones ideológicas. Cada vez que se revisa su personalidad, bien podemos escribir, que fue el centro de un sociograma donde estuvieron nuestros mejores escritores, sin que él se pusiera en dicho centro para juzgar como si fuera un Zeus soberbio e infalible. Su humildad para tratar entre escritores le defendía de toda posición contraria, que le llevara a hacer enemigos o adversarios a diestra y siniestra. Está lo mismo por Cuba que por Nicaragua, o por todas esas batallas que deseaban la democracia y abjuraban de las dictaduras por entonces regadas cruelmente en Sudamérica y el Asia. Es necesario citar aquí una de las cartas, que como siempre en él son dignificantes, la que le escribe al poeta argentino, Roberto Juarroz —más o menos entre abril y mayo de 1963—, … acabo de terminar la lectura de Segunda poesía vertical, y estoy todavía maravillado, sin dar ese paso atrás que inevitablemente damos después que un poeta nos ha hecho avanzar un poco más hacia la gran verdad de su mundo, del mundo. Sus poemas me parecen de lo más alto y lo más hondo (lo uno por lo otro, claro) que se ha escrito en español en estos años. Todo el tiempo he tenido la sensación de que usted logra asomarse a lo que busca con esa visión totalmente libre de impurezas (verbales, dialécticas, históricas) que en el alba de nuestro mundo tuvieron los poetas presocráticos, esos que los profesores llaman filósofos: Parménides, Tales, Anaxágoras, Heráclito.
Es tan afectuoso en su carta, que dudo que otro lector igual, haya escrito algo parecido para el poeta. Julio Cortázar —es, sobre todo—, un ser humano inigualable. Eso reflejan cada una de las decenas de cartas que escribe, y son tesoro de las letras argentinas y de toda Hispanoamérica para nuestro placer y orgullo.