PAZ Y GUERRA, ¿QUÉ ELIJES?
¿Paz y Guerra? ¿Qué opuestos titánicos, capaces de dar calma o dar muerte? Es curioso, cuando las personas dicen hagamos las paces, o el famoso: Ha terminado la Misa, podéis ir en paz. ¿El sacerdote realmente es consciente de lo que exclama? ¿Realmente somos conscientes de lo que estamos pidiendo? Las personas solemos confundir los conceptos, ya sea por poca referencia, por costumbre, por jerga, da igual el motivo, total los motivos siempre sobran. ¿Qué es la Paz? La paz, no es un simple nos arreglamos, nos amistamos, dejamos de pelear, quedamos en buenos términos. La paz es un sentimiento que la humanidad, la de hoy, en la que vivimos, pierde poco a poco, a simple pulso y poco esfuerzo.
La paz es vivir tranquilo, dando lo mejor de sí, lo poco o mucho que uno pueda tener, tendiéndole la mano a la persona que tiene al lado, regalar una sonrisa a aquel transeúnte que se nos cruza en el camino en nuestro día a día, vivir buscando soluciones, creando empatía no indiferencia, no permanente conflicto.
Conflicto, la palabra clave, pues ahí radica el inicio de lo que muchos conocemos como la guerra. ¿Qué es la Guerra? La guerra no es una simple discusión, un intercambio de palabras, un adiós, mañana no te veo o no nos vemos más. La guerra es pérdida definitiva, es sangre disparándose por doquier, es una coreografía de luces, humo, sonidos desgarradores donde personas danzan sabiendo que tal vez sea el ultimo baile de su vida, agitados, desorientados, muertos de miedo huyendo del adiós definitivo, del famoso: hasta nunca.
Se imaginan un mundo de Paz y no de Guerra, un mundo, donde los humanos seamos capaces de generar empatía, de generar alegría a pesar de las tristezas que a veces nos envuelven y las dificultades que tan sólo el derecho de vivir nos pone en el camino, sin opción muchas veces a huir de ellas. Un mundo donde desearle el bien al otro, sea nuestra ley, descartando la envidia, la sed de poder y de ver al otro hundido. Claro, suena al mundo mágico de los cuentos de Hadas Madrinas o al fabuloso y único Mundo de Walt Disney, donde todo es simplemente magia y felicidad absoluta, donde todos volvemos a ser niños inocentes, subiendo y bajando de las montañas rusas, llenos de júbilo y adrenalina, sabiendo que lo que nos espera después es más diversión y alegría, por el mínimo instante que eso dure. Los cuentos de Hadas sí existen, el Mundo Mágico de Disney también, viven dentro de nosotros mismos, si tan solo buscáramos siempre la Paz y diéramos la espalda a la Guerra.
Cabe recalcar que estamos hablando de conceptos, de puntos de vista, de ojos subjetivos, que ven lo que pueden ver y como pueden de acuerdo con sus vivencias, oportunidades y también a veces por la ausencia de ellas. Sin embargo, cuando los ojos son los espectadores vivientes en tiempo real de la Paz y de la Guerra, la cosa cambia y créanme que notoriamente, si no, preguntémosles a todos aquellos soldados, que estoicamente se ponen en la línea de fuego, llenos de temores, pero con la esperanza de que habrá valido la pena luchar esa guerra para salvar a tantos inocentes como puede albergar una nación, intentando recuperar la paz.
No es lo mismo escuchar a través de la tele, sonidos de bombas, que perder la audición, porque esas bombas te revientan a 100 metros de distancia, mientras que tu cuerpo nervioso y aturdido no sabe a dónde ponerse a buen recaudo, para simplemente sobrevivir.
No es lo mismo, escuchar gritos desgarradores de niños que son separados de sus padres, sin entender que es lo que sucede, que ser el niño que está sintiendo el miedo más grande que jamás pensó sentir, el miedo del abandono eterno, de quedarse huérfano sin entender los motivos, gracias al enfrentamiento con armas, ese acto tan cruel e injusto.
No es lo mismo, ver a través de una pantalla imágenes de destrucción, ver gente corriendo sin rumbo, clamando piedad y pidiendo clemencia, que formar parte de esa gente que busca refugio y no tiene una mano amiga que la albergue.
No es lo mismo sentir hambre por un instante, que morir de hambre, por desnutrición infantil como los niños de Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y una larga lista sin fin, producto de las eternas Guerras y extrema pobreza, que estas mismas ocasionan.
No es lo mismo, manejar por la capital, escuchar sirenas y hacernos a un lado, para cederle el paso a una ambulancia, que estar dentro de ella, en medio de un campo de batalla, sabiendo que el salvarte, es un hecho casi imposible de lograr, porque tu cuerpo está lleno de esquirlas, o tu corazón tiene atravesada una bala de la cual dependen tus siguientes alientos y tu derecho de volver a casa para abrazar a tu familia, que te despidió con lágrimas en los ojos antes de partir y te espera con la ansiedad insuperable y con angustia que ahoga, duele y hace mucho daño, envuelta en una eterna incertidumbre.
No es lo mismo, ir a una farmacia, y no encontrar el remedio que necesitas, sabiendo que, a la vuelta, es posible que otra lo tenga, que inventarte medicinas, improvisar jugar al médico, mientras que las balas cruzadas te persiguen con los pocos recursos que tienes, ya que no hay otra forma de sobrevivir ni sanarte las heridas, para seguir luchando y mantenerte de pie.
¿Realmente somos conscientes, que se avecina y es casi inminente una tercera guerra mundial? Somos conscientes que las potencias mundiales, como China y Korea ya empezaron a lanzar misiles, que Estados Unidos está listo, preparado para atacar y destruir todo a su paso, como lo hace siempre, sin que lo llamen, y un Vladimir Putin, líder político de Rusia, que ya dio orden para trasladar su submarino que contiene un misil, una de sus armas más letales, en búsqueda de su siguiente víctima, una víctima que no es una persona, un objeto, un animal, una planta, esa víctima se convierte en naciones enteras de niños, mujeres, hombres, ancianos, animales inocentes que serán aniquilados, por el deseo vehemente de una persona de no querer y saber vivir en paz, sino goza viviendo en guerra.
Porque el poder lleva a eso, a demostrar quién manda, quién es el más fuerte, ese machismo, ese ego, esa soberbia que se aleja de la paz dejando sólo rastros de guerra, esa paz que es simplemente, la humildad, la sencillez, la empatía, la sonrisa, una mano estirada, un abrazo sincero, una palabra de aliento, un trabajo de equipo buscando siempre el bien común, la paz no son las armas, el ego, la soberbia, la baja voluntad de hacer lo correcto, la sangre, las lágrimas, la pérdida definitiva de un ser querido asesinado en medio de un tiroteo y fuegos cruzados o niños huérfanos sin futuro inminente.
¿Finalmente para qué ocupamos oxígeno en este planeta? ¿Para sumar vidas o restarlas? ¿En busca de la paz o de la guerra?
Considero que no es cuestión de buscar el Mundo de las Hadas Madrinas o el Mágico Mundo de Walt Disney, pero podemos cada uno, poner tres chispas de humildad, y diez menos de soberbia, generar más diálogos y menos silencios confusos, más seguridad y menos delincuencia, más situaciones de paz y menos campos de guerra. Tomará tiempo, nadie dijo que será fácil. Cuando necesitemos pelear, pelearemos, siempre por el bien común y las causas justas, es ahí donde la pelea deja de ser guerra, y se convierte en paz, porque la paz también es hacer las cosas correctas sin abusos, donde la justicia siempre sea la meta final y donde a causa de ella nos volvemos inquebrantables y dignos de estar vivos, salvando vidas inocentes que merecen ser vividas.