Por un Salazar y una educación de aires frescos
Esta semana concluimos con los comentarios sobre la obra de Augusto Salazar Bondy. Como se había dicho en la primera columna, los temas que interesaban a la materia y carácter de ésta, eran principalmente tres: la filosofía, la cultura y la educación en el Perú y en Latinoamérica en la obra del peruano. Ya abordadas las dos primeras problemáticas, es pertinente hacer lo mismo con la tercera. Pienso que no es nada bueno acercarse a las ideas de filosofía de la educación de Salazar sin conocer su vida, su obra, su carácter filosófico y su genial diagnóstico del espíritu y cotidianeidad peruanas.
Salazar también fue un autor prolífico y fecundo en este rubro. Sorprende y podría parecer que se le está sobreestimando al decir que produjo tanto bueno en tantos campos, pero me temo que su trabajo sobre la educación no sólo es igual de basto sino tan pertinente e imperecedero como muchas de sus obras más recordadas. Mitos y dogmas de la reforma universitaria, La educación peruana en el mundo contemporáneo, Didáctica de la filosofía, Educación y cultura, En torno a la educación o Dominación y liberación, son algunas de ellas. El valor de cada una es patente, pero, me inclino a pensar que las dos más logradas y a la vez peor leídas son las últimas.
Como fuera, la tesis que vertebra el pensamiento de Salazar sobre el fenómeno educativo y lo que debería ser son las siguientes: Primero, que El sector creativo es fundamental para la definición de la educación humana y conlleva un elemento cardinal de la libertad. Segundo, que Toda forma de anular al hombre y sus potencialidades no es en sentido estricto educación, sino malformación, y finalmente que El hombre no tiene desde siempre una formación, debe lograrla desprendiéndose de vicios y elementos que pudieran socavar su valor como tal. A estas tesis añade dos pares de categorías: Naturaleza e Historia y Educación y Cultura, fundamentales para pensar el fenómeno educativo, pues gracias a ellas se hace claro que el primer par, lastra y el segundo, es la garantía del progreso. La lectura de Salazar deja ver que al interior de todo hombre existe un potencial humano sucinto de ser explotado en directa proporción a qué tanto éste quiera desprenderse de lo que le vino dado y por quien es genealógicamente, y en indirecta proporción a qué tanto quiera aferrarse a él.
Según lo anterior, puede verse que Salazar anhela una plenitud de las personas de su tiempo y de los venideros a través de una formación adecuada. Ojo, no entendiendo formación adecuada como identificarse con una esencia fija de persona humana o buena persona, sino eliminando formas alienantes de vivir y de pensar, porque sólo así es posible realizar al hombre en tanto que así también se realiza su libertad.
Por otro lado, también se nota que su filosofía de la educación está profundamente influida por su concepto de dominación. El mismo que, como se ha repetido hasta la saciedad, conviene entender al margen de sus implicancias o matices económicos o políticos. Como ha declarado Pablo Quintanilla, también creo que actualmente se puede leer y evaluar a Salazar mejor que nunca porque la ventaja histórica nos permite entenderlo y depurar su propuesta libre de pasiones. Volviendo, Salazar comienza a relacionar el problema con dicho concepto declarando que, antes que nada, se está ante un arma de doble filo; ante un mecanismo presto a preservar lo antiguo o lo superado y a la vez capaz de ser el conjunto de herramientas con las que liberar a cualquier individuo de cualquier nivel socioeconómico de su propia alienación.
Está claro: el sujeto que es inmerso en su sistema educativo no necesariamente está siendo determinado hacia las ideas de una cosmovisión que sea la más adecuada para adaptarse al mundo nuevo. Solo si se supera esta dificultad básica, este vicio de conservadurismo sustantivo, puede la educación cumplir sin serias trabas su sentido humano de acción para el desenvolvimiento del hombre, no para la sujeción del hombre, dice textualmente Salazar Bondy. Si aterrizamos este asunto en el ámbito más concreto y común, nos topamos no solo con que estas dificultades aún no han sido superadas, sino que siguen encontrando maneras de afianzarse. Y es que, en sintonía con el autor, creo que nada más malo puede pasarle a la educación nacional que, como en el caso de la filosofía, terminar convirtiéndose en un agente y garante de la permanencia de estructuras de dominación adscritas a perpetuar valores y conceptos muertos y mistificados.
El otro y segundo punto al que es imposible no referirse en la filosofía de la educación de Salazar es su análisis y críticas de los télos, a los para qué subyacentes a todo el fenómeno educativo, que están directamente representado en el manejo de los contenidos educativos. Esto, se hace más claro con una pregunta simple, ¿cuántas veces se han parado a evaluar nuestros educadores a pensar la trascendencia o la pertinencia o la vigencia de las motivaciones, del télos que impulsa su labor educativa?, ¿saben ellos que en muchos casos estos se pueden inocular hasta lo más hondo? El estudio de los télos de los educadores es un tema amplísimo, y más si lo extendiésemos hasta considerar las repercusiones en el espíritu y en la subjetividad del educando en una infinidad de contextos. Pero para lo que nos interesa aquí, basta con hacernos aquél par de preguntas.
Frente a lo anterior, Salazar impulsa la idea de que cualquier forma de educación movida por el afán de reforzar y santificar valores y nociones, es íntegramente incapaz de liberar a nadie por cuanto que estos se dedican a velar, sin enseñar a poner nada al descubierto. Salvo que uno crea en la narrativa apocalíptica típica del conservador, según la cual la insistencia en ciertos valores o instituciones es lo único que puede liberar al educando de ciertos males que amenazan todo lo que de bueno tiene la sociedad, el problema es claro. Si a esto sumamos que los alcances de dicho velo llegan hasta el nivel existencial más hondo de las personas, todas estas características tomadas en su conjunto bien pueden entenderse como una causa primera de la mayoría de los más fuertes impases del día a día. Algo nada trivial, sabiendo que la mayoría de los problemas de la realidad peruana estriban en que su intercomunicación es muy difícil.
Finalmente, creo justo decir que, continuar viendo el trasfondo de la educación nacional como reductible a dos grupos de poder socioeconómico ha caducado frente la posibilidad de analizar y criticar los télos educativos y su adecuación a los tiempos modernos. Y además que, develar, desnudar, desarmar y reconstruir el problema críticamente es una carta que la filosofía peruana del siglo XXI debe aprovechar, en tanto que es una mina aún sin explotar dentro del profundo túnel que S. Bondy cavó en el Perú de manera infatigable.