Prosas poéticas…
Bálsamos rojos
Ella, estaba viendo la fotografía de su madre. Ahora, no soy más que un fantasma intentando gatear en su memoria. Olvidó mi canto, mi asustado misterio agónico en su acorralado destino. El hedor de un ángel muriendo en sus manos, incendio a las aves, las no graciosas, las de sueños heredados; el umbral con cincuenta y cuatro rostros deterioró el perdón de su lengua.
Al baúl del cautiverio se cuelan los ciervos inmaduros; sangrando en nerviosos caminos, con mente triste. Ya no estoy sin respirar, porque he tropezado desde el naciente frío, hasta los maullidos mitigados por estúpidas coincidencias de leños desarticulados en tu abdomen.
Lejos de morir en esta ausencia, de ensuciar las ideas resguardadas en los templos, bajo muros de engañadora lluvia; suena estruendosa tu risa, hermosa, fugaz, lascivia, estremeciéndome en el viento adornado con bálsamos rojos.
¿Qué pasa bajo el llanto de siete lágrimas, acurrucadas en los confines de una cerveza? ¿Puede el azahar perfumar un desenlace sin la ayuda de dos copas alcoholizadas? ¿Puede el pasado renacer sin el temblor o el sudor de mis dedos?
Resguardo contra el agua, la voluntad del yo enojado. El insomnio absurdo nacido de un tiempo donde se beben cuchillos de lunas tibias, maduras sólo de la entrepierna; sabedoras del mañana sin existencia, lejos de huellas y luces existenciales.
Expulsado de mi piel, abrazo tus rizos, maldiciendo mi existencia en el tedioso conjuro de una vida de fallas lastimeras y movimientos impensables. Fui liberado al presentar pergaminos de manías, donde mis huellas hablaron de un romance con la eternidad de los muertos. Da vuelta a la fotografía, tal vez encuentres un beso desahuciado.
Humeantes demonios
Brillaron tus diamantes en inmaculados relicarios, como humeantes demonios en la orgia sin misterios; salamandra arrastrándose en hoguera, en el abismal reino del tequila. Fantasmal órbita corriendo por la nieve, desenraizando espuma en el canto blasfemo de tus estigmas.
Dónde rasgaste tus vestiduras, tus cadenas, dónde desandaste tus neblinas. Amada virgen de laberintos en cascabel, regálame tu ventisca sonámbula, el elixir de tus riscos sin ataduras, bendíceme con el tembloroso estupor que me atraganta, arrasa con gemidos el enigma ancestral de la aurora, reflejada en las cantarinas del valle de la provincia, de los desaparecidos milenarios, que ya no ríen, ni deletrean en las enredaderas de remanso seductor; con racimos de maná, quebrantando venenosas brumas al norte de la pecera prohibida.
Creo que tus tormentas te volverán loca, agridulce, turbia en el estiércol de insomnios salados, soñaras devastada con lujosos cristales, las íntimas lluvias infectaran las demenciales brasas que te revuelcan en metales sin visiones, donde a diario la sal tiene perfume para amarnos entre espinas abrazadas a la mansedumbre de innumerables palabras, despedazando dardos que escurrirán en mis dedos, bajo la sagrada furia, sonámbula, ancestral, de trigos inflamados en la natural devoción de aspectos grises. Te encaminaste entre cortinas de surcos castaños, en matinal pobreza de partos de barro, los que se volvieron derrotas a partir de una memoria abandonada, en la hondura de un delicado y afortunado sembrador de mares; inevitable y diáfana realidad de un destino atrapado en terrenal pureza, donde volveremos al clima vecinal en tanto devoramos lentamente a la transparencia, de un rubor brincando en las defensas de la nada, de la sugerencia silente en edificios movedizos de tierra remota, donde pienso nacer bajo el pan sin rumbo, sin estéticas ni compromisos austeros para justificar una lección de inasible partida y el polvo de los sueños desasiéndose por atrapar instantes, para a armar un rostro de diamantes sin reproches, ni privaciones en este descenso de agua en la piel, a la velocidad de perder la respiración bajo el almendro…