Razonamientos perversos
La insensibilidad en el ser humano se torna cada vez más común; la cantidad de medios electrónicos, redes sociales y demás espacios para denunciar lo que consideramos injusto, ha propiciado un exceso que, lejos de beneficiarnos socialmente, acaban por ser un contrasentido.
Hoy día, cualquier persona se asume con el derecho de denostar, calumniar, acusar, mentir y ensuciar al otro, por el simple placer de hacerlo, sin investigación de por medio, sin argumentación alguna y sin un dejo de moralidad en sus venas. Estamos razonando de manera perversa.
Todos los ámbitos de interacción se han contaminado: hogares, escuelas, centros de trabajo, espacios públicos. Habla el que tiene boca y no hay autoridad que pueda poner orden, ni tampoco la voluntad de la gente por medir sus palabras.
En la calle, personas que, con la mano en la cintura, agreden al otro por motivos tan absurdos como el color de piel o el tono del cabello; expresiones como naco, corriente, jodido, entre otras linduras aparecen de lo mas natural en la boquita de muchos.
En espacios deportivos, también es común ver que la gente pierde los estribos de forma irracional y, sin mediar palabra, se van directo a los golpes para tratar de resolver los conflictos; no hay el menor esfuerzo por buscar una solución, sin fundamento alguno se busca revancha a cualquier costo. Recientemente me tocó testimoniar un diferendo en un estadio de futbol, en el que una persona reclamaba a otra el haberse sentado en lugares que no le correspondían, y lejos de recibir una disculpa por el agravio, recibieron la amenaza de la madre del joven impostor a la voz de no te lo echo porque estás viejo. Como si se tratase de un perro de pelea –quizás lo es–.
Cualquiera pensaría que en los espacios educativos esas cosas no sucederían, pero ¡Oh! sorpresa; resulta que las generaciones de padres de familia modernos –afortunadamente no todos– tienen la desfachatez de poner ¡por escrito!, que una profesora les parece anticuada y vieja. Su inconsciencia les impide darse cuenta de que una declaración escrita de este tamaño ameritaría, de menos, una queja ante Derechos Humanos.
Lo acontecido con los hoy ex alumnos –afortunadamente– de la Universidad Anáhuac y del Tecnológico de Monterrey en Puebla, es otra muestra de la barbarie en la que vivimos permanentemente; estos barbajanes, con todo respeto para los barbajanes, acomodaron senda golpiza a otro joven, porque osó reclamarles el que les hayan arrojado, de la nada, un vaso de cerveza, mojándolo a él y a su novia. Los niveles de brutalidad que los videos demuestran son preocupantes y debieran hacernos sentir vergüenza por lo que somos como sociedad y por lo que estamos dejando de hacer con las generaciones futuras.
No hay capacidad de razonamiento, no se considera necesario hacer análisis de las cosas; actuamos con insensatez y pareciera que alguien ha dado el poder de asumirnos como dioses al punto de pretender decidir quienes pueden y deben trabajar en determinado sitio, quienes pueden y deben ser parte de un grupo en particular o, incluso, quienes pueden vivir.
¿En donde están los papás de estos individuos?, porque evidentemente madre no tienen.
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