Resquicios actuales del futurismo
En un pueblo completamente encerrado en sí mismo,
lleno de curas, monjas, beatas, policías fascistas,
con mi padre siendo policía, y con una familia archicatólica
y ultraconservadora absolutamente asfixiante y además
en pleno franquismo, era imposible vivir; era normal que lo único
que quisiese fuesen dos cosas: ser mayor, y después, irme.
-Joaquín Sabina
Uno de los episodios más interesantes y casi quijotescos que tuvo la historia de la literatura fue el nacimiento del Futurismo: un movimiento cultural de la vanguardia italiana que brotó de la nada en la primera década del siglo XX. Único en sus formas e ideas, lo vertebraría una ruptura vulgar y radical a partes iguales con todos los principales cánones de la estética clásica, y el remedio sería un hijo pródigo del contexto de la época: los nuevos cánones del arte, pasarían a ser la efectividad y la alta eficiencia de las máquinas modernas. Así, cualquier construcción artística era fácilmente ridiculizada ante la solemnidad y la practicidad del espíritu bélico, otros movimientos como el feminismo, el humanismo o el academicismo eran estorbos mentales, y algunos términos como rigor o barroco se constituirían en indicadores de insustancialidad. Las esporas del fascismo habían germinado en la literatura.
Inaugurado concretamente en 1909 con la publicación de su Manifiesto Futurista por Felipe Tomás Marinetti, en el diario francés Le Figaro, el movimiento nacería muerto desde lo intelectual, al tratarse de una telaraña de frases pomposas que camuflarían un armazón íntegramente consolidado a base de las más groseras falacias de atingencia. En nombre del supuesto porvenir que se merecía Europa, los términos: lucha, peligro, acción, temeridad y agresividad inundarían los diarios y las obras futuristas para postar por la consolidación del futurismo. El que, de completarse e implantarse, haría ver al resto del mundo a una Italia veloz, robusta e indetenible una vez entrada en calor, como la locomotora clásica.
Llegados a este punto, se comenzó a afirmar taxativamente que un automóvil que ruge veloz por la carretera jubila a la escultura griega por trascendencia y practicidad infinitamente mayor. El rigor extremo de arte clásico se atacaba con crudeza y osadía, y el término inútil no podía despojarse de toda referencia al mundo antiguo. Pues según la óptica futurista, la insistencia en el estudio del mundo grecolatino era la responsable de haber condenado a los tiempos modernos al atraso y a incontables males.
Pero sin duda, la facción del arte más dañada por la mentalidad futurista sería la literaria. Por su parte, el movimiento, tampoco podría estar a salvo de estas modificaciones bárbaras en el sentido histórico de la palabra. Se necesitaba, pues, una supuesta y urgente separación de toda forma posible de sintaxis, para preparar la dictadura de los verbos en infinitivo. Un remedio letal contra todas aquellas capas superfluas y absurdas de adjetivos, que obstaculizaban la potencia y agresividad que un sustantivo y un verbo bien colocado era capaz de transmitir. Y tal sería el grado del oprobio que la literatura futurista supondría en el futuro, que Marinetti, llegaría incluso a separar su escritura de elementos tan básicos como las locuciones conjuntivas, la puntuación, la métrica como el criterio rector de la poesía, y hasta la introducción de signos matemáticos, musicales y caricaturas de cañones y fusiles entre párrafos.
Por lo demás, puede decirse que gran parte del marasmo espiritual y de la vulgarización de la sensibilidad estética que ahora sufre la población occidental, podría haber tenido sus raíces en el contagio por ósmosis de mentalidad futurista que Europa sufrió durante la primera mitad del siglo pasado. Por lo que el episodio tampoco amerita ser condenado al olvido más ingrato: sus cenizas todavía tienen algo de chispa, y los individuos que se les acercan, por lo general no son capaces de ver la infinita ironía que subyace a este episodio literario: el futurismo fue un movimiento cultural que, por carecer íntegramente de cultura, fue ahorcado por sus propias ambiciones dantescas a la mínima que se las tuvo que poner en práctica para enfrontar la realidad.