Riesgosas empatías
Es indudable que los seres humanos tenemos la necesidad de buscar sinergias que nos hagan más amable el trayecto de vida; la necesidad de pertenecer es natural y hasta cierto punto comprensible, pero eso conlleva un análisis profundo sobre quién o quiénes deben ser nuestro modelo a seguir.
Empatizar con los demás es una cualidad humana que nos permite conectar y comprender las experiencias ajenas; sin embargo, cuando esta empatía se dirige hacia personas que no nos aportan cosas positivas, puede convertirse en un peligro para nuestra estabilidad emocional y nuestra autenticidad. En ocasiones, el deseo de comprender o ayudar a los demás puede nublar nuestro juicio y hacer que nos desvíemos de quienes realmente somos, llevándonos incluso, a hacer cosas que normalmente no haríamos.
El peligro de empatizar excesivamente con personas que no suman a nuestra vida radica en el riesgo de perder nuestra identidad y traicionarnos a nosotros mismos en ese afán de ser alguien en determinados contextos.
Las relaciones interpersonales, especialmente las cercanas, tienen un impacto significativo en nuestra forma de pensar, sentir y actuar; si estamos rodeados de individuos cuyo comportamiento es negativo o destructivo, puede que, sin darnos cuenta, adoptemos actitudes que no son propias de nosotros, nos vemos inflluidos por sus perspectivas, sus inseguridades y, en la mayoría de los casos, por su energía tóxica.
Esto puede llevarnos a cuestionar nuestras propias creencias, a entrar en dinámicas poco saludables o, incluso, a comportarnos de una manera que va en contra de nuestra esencia, sorprendiendo a propios y extraños.
Uno de los aspectos más insidiosos de una empatía mal dirigida es que puede enmascararse como una virtud; creemos que estamos siendo comprensivos, pero en realidad estamos permitiendo que las emociones o los problemas de otras personas nos absorban. Este desgaste emocional no sólo nos afecta de forma personal, sino que nos desvía de lo que realmente nos hace sentir bien, de lo que nos impulsa a crecer y de lo que es genuinamente importante para nuestra vida.
Este tipo de riesgosa empatía puede llevar a una dependencia emocional, donde nos asumimos responsables del bienestar de los demás, incluso a costa de nuestra propia salud mental, ya que nos dejamos arrastrar por sus dramas, sus inseguridades o sus dificultades, y poco a poco, nuestra vida se ve marcada por sus problemas o resentimientos.
Es importante poner límites, cuidarnos a nosotros mismos y priorizar nuestro propio bienestar, lo que significa identificar a esas personas que navegan con bandera de buena gente, de solidarias, pero que en realidad sólo están en búsqueda de seguidores para legitimar su existencia.
La clave está en reconocer que la empatía no debe significar sacrificarnos ni perdernos en el proceso. Es posible ser comprensivos sin perder de vista quiénes somos. Establecer límites claros y mantener nuestra autenticidad es crucial para que nuestras relaciones sean saludables y enriquecedoras.
Andar de queda bien, buscar convertirnos en ángeles salvadores, sin una razón genuina, habla de lo bajo que podemos caer. ¿En donde estamos parados?