¿Se podrá?

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En el proceso de enseñanza-aprendizaje se conjuntan al menos tres actores principales: escuela, alumnos y padres de familia.

Las primeras, ofrecen el servicio educativo con base en los criterios, visión, misión y filosofía que consideren adecuadas y pertinentes para el contexto que busquen atender; los segundos son la razón de ser de la educación misma, pues sin alumnos es imposible generar modelo formativo alguno.

Los terceros, en el papel, son los adultos que están en la búsqueda de las condiciones más apropiadas para que sus hijos encuentren un proceso de crecimiento integral que incluya lo cognitivo, afectivo y social, en un marco de respeto. Al final del camino, lo que debiera suceder es, no solo la construcción de buenos alumnos, sino de grandes seres humanos.

Los tiempos han cambiado, sin duda alguna, pero desafortunadamente no para bien; otrora, un padre de familia no cuestionaba las decisiones de las instituciones educativas porque al inscribirle en ellas, confiaba plenamente en sus criterios, y quedaban tranquilos ante el esfuerzo de directivos, profesores y personal de apoyo, porque comprendían que nadie en su sano juicio, labora en un espacio de saber con la premisa de molestar al otro.

El profesor tenía la autoridad dentro y fuera de las aulas, pues si el alumno cometía alguna falta, el padre reforzaba en casa y de manera conjunta se lograban establecer sinergias encaminadas a que el menor fuese construyendo una historia de vida encausada en el deber ser, el respeto y la capacidad de aprender del error, visto no como fracaso, sino como área de oportunidad.

Si la escuela tomaba alguna medida, los padres la apoyaban para, de manera conjunta, trabajar en la consolidación de una comunidad sólida, que inspiraba pertenencia y compromiso; hoy la realidad es lastimosamente diferente.

Agresiones, ofensas, peticiones desmedidas, amenazas, incongruencia y mal ejemplo para los pequeños, son algunas de las conductas que se pueden apreciar en las nuevas generaciones de padres de familia que, con la intolerancia por delante, asumen que pueden tener el control en las escuelas.

Lo más grave de todo, es que en muchos casos se hace desde el anonimato que propician las redes sociales; los Colegios nos hemos convertido en rehenes de la percepción o el dicho de unos cuantos, que ante cualquier situación que vaya en contra de sus intereses, se organizan, se lamenten y empujan a otros a contradecir a la autoridad educativa sin análisis de por medio.

No confundamos las cosas, por supuesto que se puede diferir, pero toda desavenencia debe ser resuelta con argumentos sólidos y no con dimes y diretes cuya finalidad es la de echar agua para el molino propio. El nivel de irracionalidad es sorprendente, al punto de sostener, aún con un reglamento firmado, que desconocen las normas que se aplican dentro de las instalaciones.

 

Por supuesto, aún hay un número importante de padres que entienden que se debe trabajar de manera conjunta y haciendo alarde de clase y educación, buscan el consenso y apoyan las decisiones emanadas desde la institución que ellos mismos seleccionaron para el desarrollo de sus retoños.

A pesar de todo, la sensatez y la prudencia todavía tienen cabida en el sistema educativo actual, sólo es cuestión de voluntad.  ¿Se podrá?

horroreseducativos@hotmail.com