Soledad y Abstinencia Parte III
Te has quedado en soledad, las personas que creías eran tus amigos no están, algunos se irán para siempre, otros tal vez se queden, pero sientes que todo el mundo te ha dado la espalda, algunos te hicieron daño, no más del que tu permitiste, y no logras recordar si tú también heriste, es posible, pero lo que te importa más en este momento, es que nadie está para ti.
Te preguntas por qué te abandonaron, la respuesta la sabes, pero aceptarla es complicado en las circunstancias en las que te encuentras. Estás en un estado emocional de desgaste, de profunda tristeza. Tocaste fondo y en este cuento entendiste que debes parar, porque te olvidaste de ti y te destruiste. Elegiste el rumbo que te pareció divertido, que te permitió elevarte a lo más alto para después dejarte caer sin paracaídas. Un golpe contundente. Llevaste tu vida al extremo y te perdiste.
Sebastián y la Mujer del río
Después de enfrentar lo inevitable, Sebastián cambió el rumbo de su vida. Aquel golpe contundente le hizo reaccionar y decidió darse una oportunidad, tal vez la última. Sus excesos durante años lo habían llevado a perderlo todo. No le quedó otro remedio más que refugiarse en sí mismo. Al enfrentar su divorcio y entender que nunca estuvo presente como padre para sus hijos, Sebastián replanteó su camino. Ya no viviría con su familia, sanar las heridas esta vez, requerían un poco de distancia.
Le fue difícil encontrar un nuevo empleo, pero dadas las buenas intenciones que tenía, se le concedió, también encontró una casa linda que rentar y en sus tiempos libres, además de ver a sus hijos de vez en cuando, se dedicó a tomar cursos de fotografía que desde joven había querido hacer. En algunos de ellos, se fue a pueblear para ensayar lo aprendido, conoció a personas increíbles. Conoció también a mujeres interesantes, pero el camino que había elegido había sido más bien de soledad y abstinencia, tenía muchas cosas que sanar y qué perdonarse a sí mismo, así que no estaba listo para ningún tipo de relación.
Pasó un tiempo, algunos días eran más difíciles que otros, algunas terapias ayudaban y otras no tanto. En los momentos en los que ya no podía más y todos los pasatiempos del mundo no eran suficientes para controlar sus deseos de regresar a sus excesos, recurría a los amigos que aún le quedaban, prueba superada. Ya comenzaba a extrañar la compañía de alguien más en su vida; sin embargo, siempre había algo ahí que no lo terminaba de convencer. Conoció a alguien por internet, también divorciada, y aunque no hubo nada significativo para ambos, la pasaron bien un rato hasta que Laura comenzó a llamarle puchungüin. Gracias por participar Laura, sales de escena. Sebastián no estaba para ese tipo de cosas. Luego vinieron las vacaciones.
Ya había transcurrido un año, Sebastián aún no llevaba un ritmo tan tranquilo, ni había logrado erradicar algunos excesos, lo intentaba, vaya que tenía la intención, pero parecía que faltaba algo más por pasar. Le tocaba tomar vacaciones en su trabajo, no sabía muy bien a donde ir, pero le habían recomendado un lugar en las montañas, llenó su maleta, se puso sus botas y salió de su casa para aquel lugar.
Era un lugar hermoso, un poco frio al amanecer, pero hermoso. Una cabaña en medio de un bosque, una cascada se oía a lo lejos, vivían algunas otras personas cerca, se podían ver los techos desde donde Sebastián estaba. La cabaña contaba con todos los servicios, tenía suficiente comida y al parecer no requería de nada más. Preguntó a las personas que se la retaron si había algún inconveniente en explorar los alrededores y si existía camino para la cascada, las respuestas en orden fueron: no hay inconveniente y si hay camino. Aquel día de llegada solo desempacó, comió un refrigerio y tomó mate, mientras veía el atardecer, sintió una gran paz interior y una especie de cosquilleo. Al día siguiente, se adentró en el bosque.
Caminó largo rato, sentía que no llegaba a la cascada, incluso, el sonido se escuchaba cada vez más lejos. De pronto se vio un claro y había llegado a una parte del rio, pero la cascada ya no se veía, paró un rato ahí, porque caminó bastante. Se sentó en una gran piedra y se lavó la cara. Al sacudirse las manos del agua alzó la vista y notó una silueta, se talló los ojos y una mujer al otro lado del rio lo saludaba.
– ¿Estás perdido? – le grito la mujer.
– Creo que sí. – Le respondió Sebastián con una risita nerviosa al final.
La mujer cruzó el río sin temor y sin ninguna complicación. Sebastián quedó perplejo ante la expresión de la mujer, que nunca dejó de observarlo con una gran sonrisa.
– ¿Vas para la cascada?, te puedo guiar, ¿es fácil perderse sabes?, pero no te preocupes.
Sebastián sólo asintió con la cabeza y le sonrió, aquella pocahontas de los bosques lo había cautivado. Al subir por el camino lodoso, Sebastián comenzó a resbalarse, se cayó de rodillas, se levantó, y la mujer volteo y dijo: vamos, no falta mucho. Alguna fuerza impedía que Sebastián no pudiera levantarse rápido y cuando lo logró, perdió de vista a la mujer, en ese momento, se le cayó la cámara, y en un esfuerzo por recuperarla derrapó por el mismo camino, unos segundos después reaccionó y estaba tirado a un lado del río, comenzaba a llover. Se sintió invadido por la desesperación y la ansiedad, entonces la escena se repitió; al otro lado del río la mujer sonriendo, le hizo la misma pregunta y él le respondió mecánicamente lo mismo de la última vez. Esta vez cuando llegó la mujer a donde estaba Sebastián, ella le preguntó:
– ¿Estás seguro que quieres hacerlo?
– ¿Hacer qué? – preguntó Sebastián
– Subir, llegar a la cascada, terminar con esto.
El hombre asintió. Ahora llovía y se hacía más pesada la subida. Sebastián agarro fuerte su cámara para que no se le cayera, hizo un gran esfuerzo por seguir de cerca a la mujer y no caerse, pero un relámpago cayó muy cerca e hizo a Sebastián cerrar los ojos unas milésimas de segundo, mismas que fueron la causa de otro resbalón. Sabía que estaría a lado del río, tirado, mojado, dolorido, roto, así que no se molestó en abrir los ojos, sólo se colocó en posición fetal y comenzó a llorar, recordó las muchas cosas que hizo, las personas que lo engañaron, a las que él lastimó. Pero sobre todo lo que se hizo a sí mismo, en lo que se convirtió, se vio devastado, muerto. Cuando abrió los ojos la mujer con la sonrisa más linda lo miraba con admiración:
– ¿Listo? Anda levántate, ¿vas a poder? – le preguntó la mujer
– No sé, tengo miedo – respondió Sebastián con cierta frustración.
– Vas a poder – afirmó la mujer con una voz dulce y se le acercó a él, lo miró tiernamente y le dio un beso en la frente.
Sebastián se hallaba subiendo la cuesta solo, y horas después, con un sol tremendo y con su cámara apuntando a la cascada, supo que debía aprovechar aquella última oportunidad.