Soñar con los dioses

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Volver a soñar con los dioses para pedir una seña en el horizonte; aguas abundantes para nuestras tierras desérticas con danzas y tambores. Dioses que abandonamos cuando nos obligaron a hablar de manera diferente.

 

Mujeres hadas, brujas y curanderas se bañan de rocío antes de que venga el amanecer en noches de sereno, dueñas de rostros abiertos a la luna con gotas llenan ojos del firmamento retratado, peinan sus largas cabelleras tejidas de quimeras. Campesinos sabios del buen tiempo, plagas y heladas; palpan la tierra sembrada permiso piden para fundirse con sombras renacidas de árboles gigantes con pájaros que vuelven a sus nidos. Se guardan antes de que la nube negra venga.

 

Hay que volver a llenar vasijas de barro con agua del manantial y mirar el vacío lejano de miradas eternas de la noche. Los niños llenan sus brazos y espaldas con leña caída de montañas, sus pies no tropiezan con guardianes del bosque ellos cuidan de sus pasos del rebaños que escalan acantilados y paredes de roca abierta.

 

Raíces brotan en el ciclo de vida es completado en el ese tiempo que se disuelve dentro de estrellas. Somos ese pueblo que sobrevive, cura con hierbas dolores de fronda escondida, desiertos y selva, con flores adornamos la frente del cenit, heridas del alma no tenemos, huellas de la piel se olvidan para volver al origen que sostiene la vida de cada uno.

 

Nos gusta vestir el universo, estrellas, soles y lunas se abren en colores, milpas y flores, mazorcas de la ruta del viento, en los puntos cardinales están presentes con la abundancia de las mazorcas, alimento inmemorial. Ahí está en el atuendo que nos dignifica desde el tiempo que se encuentra en la memoria del guardián que es sucesor del que cuida canales de vida del agua, fuego, tierra y aire los maestros dominan sus energías.

 

Cuidamos enfermos que deliran, vagan con sus voces en alucinaciones llaman a sus muertos, habitan la casa de su niñez miran osamentas de ancianos, vuelven para guiarlos, dejan a un lado sus cuerpos para ese viaje ligero, un mundo deseado les pertenece. Los reciben con bebida de maíz, el pozol que hace ir al otro lado un día de fiesta, colibríes llegan, polvo de flores llenan cuencos. Todos los abuelos ahí están se sientan alrededor de la cama y cuentan fábulas aún están en la memoria que reclama el recuerdo antes de partir. Con cantos los descendientes saben guiar hasta ese lugar de rocas, volátiles voces se perpetúan en sus parpados, en su lengua perdida que pájaros repiten, con sus manos recogen sus sombras para llenar el sitio de su morada final.