Sucedió en la Habana
Con la llegada de Miguel Díaz Canel –Prime Ministro en Cuba–
terminó la era de los hermanos Castro Ruz…
media vida.
¿Por qué los saraos de lujo no se hacían en la noche que hacia menos calor?
Y a las seis de la tarde, tardecita cálida en el Salón de los Espejos de la Habana el presidente Fulgencio Batista echaba toda la carne al asador, pues buen motivo tenía: Su feudo estaba de moda: juego, prostitución, dólares…
La Habana era el paraíso de los gángsters, luminarias de cine y gente de los negocios más malos que buenos y de la política oscura.
El salón era el summum de la elegancia y palacio del ego. Los enormes espejos reflejaban la figura, los vestidos, las joyas, el orgulloso andar. Al fondo Los Románticos de Cuba que habían vestido de gala al bolero, amenizaban con Oración Caribe. De la roja escalinata, van bajando, las guapas, curvilíneas actrices que triunfan en México. Abajo, chocan las copas, algunos embajadores. Los meseros de librea, reparten mojitos a trajeados gringos de mala calaña.
Finalmente, de la mullida alfombra roja, baja del brazo de elegante dama Fulgencio Batista, con negro smoking que ostenta tres, cuatro medallas y se desgrana la ovación.
Los políticos isleños sonríen, los embajadores y achichincles, –sobre todo los de USA–, aprueban y abrazan al caribeño mandatario, los seconds de Al Capone deploran que anoche perdieron buenos dólares en las mesas del Rivera. María Antonieta Pons y Rosa Carmina, al caminar hacen que suba el calor. Desde lejos se oye Siboney de Ernesto Lecuona, muchos de los asistentes no saben que don Ernesto se las dedicó a los siboneyes, dueños, originarios de la isla.
¿Cómo lo hallaron? El caso es que un grupo de negritos harapientos apostados afuera, en el terregal, encontraron un claro entre los cortinajes ven el fiestón y cada que ven a una exuberante dama, se masajean el pene.
De pronto, entre el grupo de mirones, un joven blanquizco, devora con colérica mirada el escenario y sin contenerse exclama:
–¡Desgraciados! ¡Hijos de puta! Y siguiendo su camino, el joven Fidel Castro –que así se llama– sigue cocinando en su cabeza el menú para acabar con este circo.