¡Tráiganme a un Cabrón! Fragmento: Parte 2 de 3

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En ése momento, viendo la guía Roji de Madrid al ver el campo de trabajo, Ciprián notó que lo difícil de la acción estribaba en sacarlo de la península y eso era lo más importante: ¿cómo diablos sacarlo de España?

Eso le sorbió a Ciprián media tarde y parte de la noche. Secuestrarlo es pan comido, es como quitarle un dulce a un niño, pero, ¿y luego? Y cuando en la madrugada dormitaba sin haber resuelto el problema se le vinieron en cascada, soldados, policías, leyes internacionales. Ciprián en un intranquilísimo sueño se vio navegando como un pendejo en ¿un río, un mar? Pero lo curioso es que iba en una balsa, una precaria balsa de troncos que, de tan ligera, sentía que a cada momento podía caer al agua. A los lados, una ubérrima vegetación enmarcaba la travesía. De pronto de las copas de los árboles salían mil balazos.

Ciprián sin tener plena conciencia que era pesadilla, mecánica, inconscientemente despertó. Tardó en situarse en su realidad; respiraba agitadamente y unos tragos a la botella de tequila lo tranquilizaron. Entonces fue cuando le vino la idea de cómo culminar el secuestro: sacarlo en el heliavión por Gibraltar. Ah… respiró más tranquilo.

Y si nos detectan Peña o Coladerón se escudan en Madrid y en la perseguida nos pueden hasta meter al bote”. ¿Pero que pienso? ¡Qué pendejada! Ya me llego la vejez. Torna Ciprián a servirse otro caballito de tequila Sauza y su mente no le halla la cuadratura al círculo; toma papel y lápiz y dibuja de memoria la Península Ibérica, luego pone un puntito donde se supone está Madrid. Bien ya, lo tenemos aquí bien resguardado en un cuarto abandonado que hallemos, ¿luego?, es difícil que en una avioneta Cessna los pasemos por Gibraltar hacia una parte de Inglaterra, ¡es lo único!, pero poca madre está muy arriesgada.

Ciprián va al WC se abre la bragueta y expulsa la orina que desde hacía rato le pedía salir. Toma agua fría con las dos manos y con el húmedo sobrante se da unas palmadas en el cuello y regresa a su mesa de trabajo: Trae ahora el mapa de Europa, lo deja caer, lo extiende y mentalmente traza una línea de Madrid a Gibraltar y después a Inglaterra y luego dentro de la isla, especifica un punto, aquí, se dice interiormente y marca un punto cercano a Sussex, en la islota.

Esto es lo óptimo. Bien, ¿y luego a México? El brazo ejecutor reparó en que ese era el punto nodal: No tanto como sacarlo de España; ni llegar a otro país sino llegar a México. Entonces, vio nítidamente cómo sus planes, se venían abajo: Se dan cuenta del secuestro y me ponen a funcionar hasta la Interpol; seguramente vigilarían cada esquina de cada ciudad y cada pedacito de cielo español. Y retornaron las dudas; ahora más dudas que antes, pero ¿si este cabrón pasó tanto tiempo desapercibido porque nosotros no podemos sacarlo sin que se note?

Ciprián hizo un plano y otro, anotó, borró y así pensándole lo sorprendió la luz de las seis treinta de la mañana. Vio el reloj y se metió a la ducha, abrió los grifos frío-caliente y se metió en la tibia lluvia; mientras se enjabonaba, pensó que lo mejor sería abortar el plan.

A la hora convenida Don Antonio le preguntó al jefe terrorista:

   – ¿Y bien?

   – Y bien, nada. El problema no está en secuestrarlo.

   – ¿No está en secuestrarlo? ¿En qué carajos pues?

   – En sacarlo de España.

   – ¡Pues inténtelo, chingados! ¿Con quién vas?

   – Con Luis, pero…

   – ¡Pero nada malandrín Ciprián! Llévate el dinero que quieras, pero inténtenlo, y si no sale pues ni modo.

   – Y antes de mascullar, de expresar el acepta ahuevo al decir OK, el terrorista pensó que el viejo ya desvariaba. 

   – ¿Se van a ir juntos?

   – No… que va. Yo llego antes y luego al otro día o a los dos o tres llega Luis. Nos movemos, le buscamos y a ver que sale.

   – Buen viaje.

 

Las maletas, las visas y la temporal despedida del viejo que se notaba nervioso y tristón.

Ciprián después de pasar por la difícil aduana española, pensó: están peor que los gringos y a estos no les tiraron sus torres gemelas.

   – Todo en orden. Puede pasar. Y mientras localiza su enorme maleta negra dentro del ruedo giratorio, piensa que unos días viviendo a cuerpo de rey no le harán daño. Don Antonio le sugirió el hotel Palace, de lo mejor que hay en Madrid. Localizó su maleta, salió al aire madrileño y cuando subió al taxi más próximo, no tuvo dudas.

   – Al hotel Palace.

   – ¿Señor? El acento castizo del taxista le hizo repetir a Ciprián.

   – Escuchaste bien mano, al “Palace”.

Madrid se fue metiendo por la ventanilla del taxi: primero las modernas, espaciosas avenidas flanqueadas por edificios de colores grises, plomos, puros tonos cenicientos; tal vez funcionales -pensó Ciprián- pero como que debían ponerle algo de calor y color tropical. Impensadamente se vino el tráfago citadino; los primeros semáforos hicieron parar al taxi detrás de una procesión de autobuses, autos compactos y motocicletas, Ciprián mentalmente alabó su buen tino para no traer nada, absolutamente nada que dejara entrever su verdadera misión. Dar la impresión de ser un rico mexicano -político, taquero o travesti, como vienen muchos a España- cuya única misión es divertirse.