Tres cartas de Sor Juana Inés de la Cruz

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Dos cartas son en la vida de Sor Juana Inés de la Cruz su epitafio y su tragedia. Dichas cartas, en particular, Carta de respuesta a Sor Filotea de la Cruz, es el clavo de la cruz donde los integrantes más altos del clero crucifican a la monja que se ha atrevido a desafiar la sabiduría de uno de los más altos prelados de la Iglesia de su tiempo. Es difícil encontrar en estos tiempos, en pleno siglo XXI, una monja que sea capaz de ponerse al tú por tú con algún Cardenal u Obispo, no se diga con algún párroco de pueblo, o en algún monasterio o convento que se encuentre en Europa o América. Lo que vive la Décima Musa no tiene parangón en el mundo occidental. Al revisar la vida de decenas y decenas de mujeres se encuentra el ejemplo de la lucha en todos los campos, en particular de la política, de la guerra, de la lucha por sus derechos humanos o ciudadanos. En todo, la brillantez y tesón de ciertas mujeres, es ejemplo señero de lo que saben, pueden, y han hecho, a través de cientos de años de la historia humana. En el caso de Sor Juana Inés, lo que destaca es su interés profundo por saber más, como ella dijo: No estudio para saber más, sino para ignorar menos.

El texto escrito en año de 1690llamado Carta Atenagórica por su confesor—, tiene, en realidad por nombre: Carta de la Madre Juana de Inés de la Cruz, religiosa del Convento de San Jerónimo de la ciudad de Méjico, en que hace juicio de un sermón del mandato que predicó el reverendísimo P. Antonio Vieira, de la Compañía de Jesús, en el Colegio de Lisboa, al paso de los siglos, es prueba de la inteligencia que tiene Sor Juana Inés, pues este documento dejó seguramente perplejos a quienes pensaban en su siglo, que la mujer —fuera monja o cualquier otra cosa— no podía competir con ninguna autoridad de la Iglesia o en general con el clero o dentro de las cortes españolas. La monja de Nepantla, ingenuamente, se atreve a escribir dicha Carta para hacer saber su punto de vista sobre el Sermón del Padre Antonio Vieira en la Capilla Real, año de 1650, Las palabras del padre Vieira todavía retumban dentro de los estudios de las letras religiosas, así que no son asunto menor, en él dice: El estilo que guardaré en este discurso, para que procedamos con mucha claridad, será éste: Referiré primero las opiniones de los santos y después diré también la mía; pero con esta diferencia: que ninguna fineza del amor de Cristo me darán, que yo de otra mayor y a la fineza del amor de Cristo que yo dijere, ninguno me dará otra igual.

Estas palabras dichas a mitad del siglo XVII, comprueban que la fama de que precedía el padre Vieira ya le había subido al tabique de la soberbia. Eso lo capta Sor Juana Inés, y en su infinita ingenuidad se atreve a dar su opinión en un documento que termina llamándosele Carta Atenagórica dirigida a su confesor. Las palabras del reverendo padre Vieira retumban al paso de los siglos y llegan al nuestro: Pero con licencia de San Agustín y de todos los Santos y Doctores que le siguen, que son muchos, yo les digo que morir en Cristo por los hombres, no fue la mayor fineza de su amor; mayor fineza en Cristo fue ausentarse que el morir; luego la fineza de morir no fue la mayor de las mayores. Discurro así. Cristo Señor nuestro amó más a los hombres que a su vida; pruébase porque dio su vida por amor de los hombres: El morir era dejar la vida, el ausentarse era dejar a los hombres; luego mucho más hizo en ausentarse que en morir, porque muriendo, dejaba la vida, que amaba menos; y ausentándose dejaba a los hombres, que amaba más.

La respuesta de la Monja de Nepantla tiene todo el contenido no del dogma religioso, sino el del pensar objetivamente con la conciencia de una filósofa que sabe que nada puede ser banal, soberbio o ajeno al tema que se estudia con toda rigurosidad, dice: … habla de las finezas de Cristo en el fin de su vida […]; y propone el sentir de tres Santos Padres, que son Agustino, Tomás y Crisóstomo, con tan generosa osadía, que dice: El estilo que he de guardar en este discurso será éste: referiré primero la opinión de los Santos, y después diré también la mía; mas con esta diferencia: que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos, a que yo no de otra mayor que ella; y a la fineza de amor de Cristo que yo dijere, ninguna me ha de dar otra que la iguale. Se puede comprender que ante la humildad y sencillez de la Monja de Nepantla, esta actitud era un pecado de soberbia y eso lo señala destruyendo las posiciones del Reverendo Jesuita de Portugal. La respuesta a la solicitud de su confesor dice: De esto hablamos, y V. md. Gustó (como dije) ver escrito; y porque conozca que le obedezco en lo más difícil, no sólo de parte del entendimiento en asunto tan arduo como notar proposiciones de tan gran sujeto, sino de parte de mi ingenio, repugnante a todo lo que parece impugnar a nadie, lo hago; aunque modificando este inconveniente, en que, así como de lo uno y de lo otro, será V. md. Sólo el testigo, en quien la propia autoridad de su precepto honestará los errores de mi obediencia, que a otros ojos pareciera desproporcionada soberbia, y más cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras con la común acepción de todo el mundo. La Carta Atenagórica es un documento universal, gracias a que el envidioso confesor decide darle fama y le pone el nombre de Atenagórica para hacer resaltar la sabiduría de la Monja del Claustro de Santo Domingo, donde reside con más humildad y sencillez: pues su deseo es que le dejen estudiar para ignorar menos. Sólo eso quiere, y de ningún modo ser alta autoridad dentro del convento donde vive o en otras esferas del poder virreinal o eclesiástico.

Antes, otra carta deja huella de lo que es la vida de Sor Juana Inés, ésta del año de 1681, lleva por título: Carta de la madre Juana Inés de la Cruz escrita al R.P.M. Antonio Nuñez de la Compañía de Jesús. Documento que se conoce como Carta de Monterrey por haberse encontrado en dicha ciudad. En dicha Carta se ve los prolegómenos de lo que ha de ser el terrible juicio que le ocasiona escribir en 1690 su Carta Atenagórica. En el documento de 1681 expresa las dificultades que vive la Décima Musa ante los embates que por todos lados le llegan por parte de aquellos y aquellas que le envidian su personalidad, compuesta de un aura especial, de una belleza que aún en el vestido de monja no deja de aparecer a propios y extraños, y lo peor, que la propia monja de Nepantla reconoce: pues no hay peor envidia en la tierra que aquella del talento, inteligencia y cultura. Igual que las grandes mujeres de la historia humana, ella es un ejemplo especial, admirable de lo que la mujer puede lograr, aún a pesar de las circunstancias en que se encuentran muchas veces. Y siempre es inimaginable para una lectora como pocas en toda la América del siglo XVII, hecho que comprueba al dar respuesta a la Carta a Sor Filotea pocos años antes de morir. Tres cartas en la vida de Sor Juana Inés de la Cruz debemos recordar siempre: La que dirige al R:P:M: Antonio Núñez, la llamada por su confesor Carta Atenagórica, que despierta la rabia en contra de ella. Pues desde el año de 1650, año en que el padre Antonio Vieira dijo su sermón tan conocido y admirado, nadie había osado dar una respuesta contraria a las posiciones de este sabio de la Iglesia de ese siglo.

Las dos Cartas son, con especial cuidado en su estudio, la materia que nos ha de llevar a su conocidísima Carta de respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde la Décima Musa despliega en 50 páginas toda su sabiduría. Sobre este documento es que Juana Inés hace su respuesta, en ella dice lo mismo sabias lecciones de personajes hombres y en particular mujeres que en la historia han sido admiradas por sus acciones y cultura. Sus suaves letras encierran para siempre la defensa de la mujer, que sólo aspira a ignorar menos. Es decir, a tener derecho a la libertad para decidir su destino sin que los hombres o las autoridades civiles o religiosas se lo prohíban. Tres cartas admirables escritas en este país, materia de estudio para todas las universidades del mundo. Sí, el estudio epistolar nos da lecciones inimaginables.