Ucronías
El lector ya lo sabe, pero no está por demás decir que es UCRONÍA:
Reconstrucción histórica construida lógicamente que se basa en hechos posibles, pero no ha sucedido realmente.
En otras palabras, que hubiera pasado si…
Así comenzamos con:
LA BATALLA DEL MONTE DE LAS CRUCES
Reguero de cadáveres, quejidos de dolor que laceran el alma. Los realistas con elegancia militar, los insurgentes, muchos viendo al cielo con ojos sin vida y una que otra cara ensangrentada.
Miguel Hidalgo y Costilla y a su vera, Ignacio Allende viven una dicotomía lacerante: la victoria total, absoluta sobre las huestes de Torcuato Trujillo y hacia allá, al oriente, la capital de la Nueva España deja vislumbrar sus pompas y miserias.
Árboles, sangre, llanto, quejidos y la charla es un atisbo de lo que vendrá.
– Señor Cura, sólo nos queda tomar la capital.
– De acuerdo. Pero, ¿no ha pensado general en los destrozos, las muertes? Acuérdese de Granaditas.
– ¿Qué propone… regresar? Calleja nos hallaría de frente y heridos y…
– Si, Don Ignacio, retornar o al menos no entrar.
Entonces Allende se separó del indeciso cura subió a un peñasco y con potente voz arengó a la tropa.
– ¡Ahora, vive Dios! ¡Entremos a la ciudad! ¡No habrá resistencia! ¡Vamos directo al Palacio del Virrey!
Hidalgo pretendió subir a la peña y hablar y Allende les ordenó a sus segundos:
– ¡Deténganme al cura!
Y caminando a la antigua capital azteca fue seguido primero por sus contlapaches militares y luego por el grueso de la rural soldadesca, hasta los heridos iban en la retaguardia.
Tomaron sin dificultad la desprotegida ciudad y para su sorpresa sus habitantes los aprovisionaron de comida y calor de hogar.
Cuando, cansado, nervioso, apresurado el ejército español al mando de Félix María Calleja llegó a las gateras de la ciudad, en una especie de guerrilla urbana fue masacrado por los insurgentes y los nuevos combatientes de la ciudad.
Calleja, valiente, murió combatiendo y dos meses después su cabeza en una pica que sobresalía del primer piso del Palacio Virreinal fue observada por Hidalgo y Allende. El cura hablo:
– Tuvo usted razón general.
LAS VACUNAS
Fueron reñidas las elecciones, pero Meade El Chapitas al final con sabio fallo del INE llegó a la presidencia de la Republica y en la Secretaría de Gobernación colocó al queretano Anaya. Su gabinete fue una mezcla tricolor con algunos destellos blanquiazules y como Secretario de Salubridad nombró al ex rector de la UNAM y matraquero del PRI en Ecatepec Dr. José Narro Robles.
Aunque AMLO, como siempre protestó y la gente llenó el zócalo, en vano fue, Meade entró en funciones prosiguiendo las privatizaciones de Peña, comenzando con el agua, haciendo trato con ciertas compañías extranjeras.
¡Y al año que se viene la Pandemia! Inmediatamente, que el presidente solicita a la cámara su anuencia para un préstamo y con apenas mayoría de 21 votos le fue aprobado. Desde el comienzo del Covid-19, el presi y su gabinete hicieron mutis. Emulando a Miguel de la Madrid, sólo deploraron la tragedia y la Tv Comercial y los grandes diarios de circulación nacional o minimizaban o loaban la estrategia sanitaria del régimen y cuando llegaron las pocas, escasas vacunas, las autoridades fueron mano, luego la enorme burocracia.
Se terminaron las primeras vacunas y los hospitales privados que habían comprado a destajo vacunaron a los que tenían para pagar el servicio, de paso se notó que el ISSSTE y demás servicio médico estatal estaba en ruinas y que no había ni médicos ni especialistas.
Con pésimas relaciones con Trump y el régimen cubano no hubo ni más vacunas ni detectores de la isla.
Los muertos se apiñaron y una de las víctimas fue mi longevo padre.
Hoy en su nombre escribo la sucinta tragedia que se vivió.
XICOHTÉNCATL AYACATZIN
(1484-1521)
Sin necesidad de un medio sofisticado de comunicación en el reino Tlaxcalteca se supo que hombres barbados habían llegado del mar y que venían en son de guerra.
Xicohténcatl Ayacatzin supo de las bestias que los cargaban y de sus palos que lanzaban lumbre.
Con premura organizó la resistencia y cuando ésta se dio, los invasores españoles, sufrieron, pero en desigual lucha: ellos contaban con fusiles, armaduras, culebrinas, caballos, resultaron vencedores los hispanos, lo que hizo que Xicohténcatl convocara a su estado mayor.
En una especie de rueda de prensa y a veces alzando la voz convinieron en que aliarse a los invasores era lo mejor y así matarían dos águilas de un flechazo: se desquitarían de los años de crueldad de los aztecas y siguiendo a los barbados con los palos de fuego y tehules ganarían la batalla.
Xicohténcatl junto con Maxixcatzin, Citapopocatzin, Hueyolotzin y Tecohuatenco, ya anochecía cuando convinieron en unirse a Cortés.
Llego Xico a su estera de juncos, se recostó y el sueño no venía, es más, las dudas, el mea-culpa al abjurar de sus dioses lo atormentaban: eso sería traición, cierto que los Aztecas no pegaban con pétalos de rosa, pero eran hermanos de raza y no le cabía en la sesera, no le llenaba su ojo guerrero eso de que el Dios que traían los tehules era el verdadero.
No durmió y en la vigilia esbozó un plan de ataque y al clarear el día, mando traer a su estado mayor: Y a los caciques y sonó el caracol para que llegaran más bravos combatientes. Como a las 11 am de un día del año occidental de 1516, Xicohténcatl Acahuatzin les habló enardecido:
– Creo que no debemos ayudar a los hombres que nos quieren quitar nuestros dioses, debemos defendernos y destruirlos.
En la vigilia Xico inteligente guerrero había pensado un plan: atacarlos por varios flancos agazapados –diríamos hoy una guerrilla rural–, sin poner el cuerpo a los vómitos de fuego.
– ¿ Xicohténcatl… y el ataque será de noche? Maxixicatzin lo interrumpió.
Este asintió y agregó:
– Y sin luces, sin antorchas, que no nos vea. Entrarán con lanzas los jefes de pelotón primero y luego la tropa con flechas y arcos y Xico viendo al cielo prorrumpió en un alarido. ¡A matar o morir!
– ¿Y hoy en la noche será? Interrogó Hueyolotzin.
– ¡Ya dije que hoy! , ¡Hoy!
Y así sucedió: Tomados por sorpresa y atacados por varios flancos Cortés y sus huestes –aunque opusieron fiera resistencia– fueron derrotados.
Daba tristeza el panorama al terminar el combate: muchos muertos indígenas y no tantos hispanos, empero la victoria de las huestes de Xicohténcatl signada por gritos de júbilo compensó la sangre regada.
¿Y Cortés y Pedro de Alvarado? Heridos, maltrechos fueron donados a los vecinos Aztecas y en la noche siguiente, por cierto con esplendorosa luna, un filoso pedernal de obsidiana les abrió el pecho y sus corazones humeantes fueron ofrecidos a Huitzilopochtli, por cierto, para esa mayoría expectante, el verdadero Dios.