Un cuentista peruano fundamental: Ribeyro

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Julio Ramón Ribeyro, es, sin duda, la voz más autorizada en materia cuentística que el Perú recuerda hasta la hora presente. Su propuesta narrativa abreva de lo que de fecundo tiene la vida del marginado y lo genial que puede ser un recurso surrealista bien empleado. La óptica de sus cuentos no puede ser, por cómo se abarcan estos tópicos, más original y trascendente. Y su estilo, depurado de sobriedad, simpleza y poca ornamenta, hace que el paso por sus relatos sea como el del vino por la copa, permitiendo que los intereses del lector se vean siempre satisfechos a cambio de un esfuerzo relativamente breve. Pues, querer disfrutar de un cuento, no necesariamente tiene que imponer zambullirse en la densidad y complejidad de los grandes clásicos.

Ribeyro para la literatura hispanoamericana del siglo XX es un autor, de por sí, raro por haberse alejado del simbolismo y de las metáforas recónditas sin divorciarse con la profundidad y sin perder potencia explicativa. Una antítesis de las maneras de Borges o de Conrad que se vertebra de situaciones cotidianas: la ternura de los niños, los lamentos típicos del barrio que no prospera, o la frivolidad indisoluble de la vida opulenta. Una fábrica de cuentos, que, vista en su conjunto, deslumbra por la facilidad con la que cumplía una labor que García Márquez y Cortázar calificaron como más ardua que una novela extensa.

Como decíamos, las situaciones Ribeyrianas son sencillas, los factores que intervienen son estrictamente los necesarios, los símbolos o referencias son casi siempre asequibles, y los dobles o hasta triples significados escasean; y ni qué decir de las referencias a debates históricos o filosóficos que sólo la crítica y la lectoría más especializada puede entender y desenredar. El hispanoamericano de a pie, el que haya crecido sin pena ni gloria en lo infinitamente variable de las calidades de vida humildes o casi acomodadas que se acerque a Ribeyro, casi siempre podrá sumergirse por entero en sus escenarios y conseguir depurar sus trasfondos. Y aquello, es, pues, algo de un virtuosismo peculiar en materia literaria, alcanzado por muy pocos, si se considera que sus medios son los coloquialismos de siempre y hasta las vulgaridades más comunes.

Alienación, Una medalla para Virginia, La vida gris, Los gallinazos sin plumas, La huella o el queridísimo Silvio en el rosedal, son solo algunos ejemplos de cómo explotar en su justa medida la densidad que tienen los niveles más concretos de la realidad concreta. Aquellas situaciones de la vida cotidiana con capas y capas de fenómenos fecundos, que, siempre, el más rígido academicismo sociológico, demográfico o histórico termina por privar de fluidez o de interés y de una comprensión socialmente más extensa de sus conclusiones, por imponer rígida metodología donde debe de hablar la riqueza del desorden, el azar de las calles, y, sobre todo, el individuo que a la seguridad y al miedo, impone la agudeza del libertino.