Un día de pandemia

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En plena pandemia como que quería llorar. Lejano, el piano de Enrique Chía exhalaba Por el amor de una mujer y la canción lo conectó con los recuerdos: Aquella serenata buscando lo imposible… ella se había ido de su vida.

Y siguió oyendo, ahora eran Motivos: … mi motivo mejor eres tú…

En estos tristísimos días –era el 31 de Diciembre del 2020– viendo la fugacidad del  ser, cuando mucha gente se están yendo de la vida, tenía clavado en el cerebro hacer una novela diferente; basándose en la obra del pintor Mark Rothko, que al final de su camino le halló la cuadratura al círculo: combinar formas y colores en surrealista concepción que te producían efectos interiores de brillo oscuro, cegador: en un pequeño templo en Houston, Texas, los oscurísimos colores te taladraban el alma. Te metían en calma y luego te hacían viajar por quien eras, por tu vida; te introinspeccionabas sin notar que el tiempo camina.

Audomaro García nuestro personaje, regular escritor se preguntaba ¿Cómo hacer eso en las letras? Meterte en otro mundo, construir con literales una escultura que represente los más escondidos sentires, salirte de lo lineal, de lo real, para meterte en el mundo de los profundos sueños y pesadillas, atrévete a sacar el mundo interior del lector, tener las sapiencia y paciencia para hacer otra cosa, algo más. Y se le vino la pintura Royal and Blue de Rothko vendida en 67 millones de dólares ¿Qué método escritural diferente? Y que se venda.

Su mente comenzó a trabajar: ¿Cómo plasmar en letras ese rasgo genial? Y le vino una idea que no concordaba con la pintura: Hacer una serie de pensamientos cortos teniendo un centro común argumental o más aún, recortarlos y luego al azar, poniéndolos en desorden en la mesa lo que salga, y luego pegarlos a las páginas en blanco. Se acordó de José Revueltas: ese genial autor para pintar en letras la desolación.

Ya salió algo, empero ¿otra opción? Comenzar con el final. Audomaro, aficionado a los thrillers podía comenzar ¡pum! con el balazo en medio de la frente al maloso… perdón, ¿al Villano? y ¿por qué no al muchacho bueno de la película? No. Ya se ha usado muchas veces. No es original. Y recordó un thriller de Mickey Spillane que comienza con la muerte del muchacho de la película.

Y de la calle, el silencio es roto por la voz de una dama que sale de una camioneta de redilas: coooolchones, refrigeradores, hornos de microondas, o fierro viejo que vendan.

 

Audo regresa a su monologo interior:

La idea de hacer algo diferente, de cambiar los cánones seguidos por medio mundo, lo hacía concebir nuevos caminos: lanzar como Julio Cortázar al lector de uno a otro camino: de estar en una página y mandarlo a otra; por decir de la 24 ámonos a la 116 y luego regrésale a la 25.

Mientras Audomaro hurgaba en su mente, su vida personal era un desastre: solitario, en plena pandemia del Covid-19 en esa triste fría y ventosa mañana, repasó la lista de cercanos que se habían ido de esta vida y tomando la pluma procedió a buscar nuevas rutas y de pronto se le apareció: aquí estaba y las tenía con él: este soliloquio triste, el caer en cuenta que éramos sólo un polvito de nada; que la existencia ¡patt! Se va en un momento: un pedacito de vida que como vino… se va, y se puede escribir así, como los pintores pintan al ir pensando; el sentimiento en forma y color; verbigracia, lánzale al enorme lienzo un goteo colorido que te dicte el corazón: como Jason Pollok que te mete en su onírico mundo.

Audomaro se aplicó en una introspección, en un desnudo de su alma: en esta pandemia cayó en cuenta de que era Cobaner, un cobarde nervioso que tenía miedo de morir. Si alguna vez se creyó valiente, ahora comprobó que no lo era. Media vida de fumador empedernido le había producido Epoc –enfermedad pulmonar  obstructiva y crónica– que lo hacía, junto con sus casi 80 años, más vulnerable a la pandemia y el terror de caer al abismo lo estresaba. En los contados ratos de gozo aceptaba que yo, al fin ya viví y ¡vaya que viví! Y viéndolo con calma esto de morir de Covid-19 tiene sus puntos positivos: rápido, no darías molestias ¿a quién? Si en este nuevo mundo vivencial te da un cáncer, largo en tiempo, molesto y doloroso, júralo que desearías irte ya. Inscrito en unos servicios funerarios que contrató en abonos fáciles se preguntó ¿Si a los muertos de la Pandemia incineran y sólo un polvito en una jarrita devuelven, para que contratar lo que no se usará? Así, caja, rezos, flores, y compañía, adiós.

Morir en la pandemia es ahogarte pidiendo una bocanada de aire y ya cremado volverte una jarrita con polvo. Y se le vino una cascada de ideas: ¿Qué queda de ti? ¿Qué dejas al irte? Y lo que siempre pensó: puede que nada más sea un buen escrito; pueda que cierto día un lector se solace con él, pero de lo material nada, pues de este mundo no te llevas ni la sábana del hospital y aquí con el contagio ni siquiera los que te quieren pueden decirte adiós… y lo demás, ¿qué pues?…

Y en esta calmada, triste, húmeda tarde septiembre 7, nueve meses y siete días después, la pandemia sigue, la tristeza interior –como la negra capilla de Rothko–  continua y del camión se expande el único infeliz sonido: cooooolchones, refrigeradores, hornos de microondas, o fierro viejo que vendan.