Un libro puede ser

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¿Qué es un libro? Un monstruo. Un amigo. Una mascota. Una fantasía. Una aparición. Un sueño.

Comenzaron las lluvias. ¿Soy yo o cada año se anticipan más? No hablo del calentamiento global, hablo de las sorpresas que provoca el clima. Pies empapados y los brazos helados. Las estorbosas gotas en los cristales de los lentes que te sacan de quicio y los baños de los autos que levantan cortinas de agua puerca en la avenida.

La lluvia no cesa. Consigo refugio bajo una marquesina, hurgo en el morral buscando algún trozo de papel higiénico para secarme al menos la frente, cuando de pronto lo recuerdo: ¡los libros!

Chingada madre, pienso. El lomo del libro es lo primero que siento al meter la mano al morral. Escurre agua prieta de sus páginas comprimidas. Siento un golpecito en el pecho, ese que un día llega por alguna decepción en la infancia y jamás se va. Que vuelve cuando algo así sucede.

Yo no sé qué es un libro, pero bien puede ser la mantita de Linus van Pelt. Hay una escena que no supero de Los detectives salvajes, aquella en que el personaje de Roberto Bolaño entra a la regadera con un libro. Qué horror.

Cuando salgo a leer y es temporada de lluvias, llevo una bolsa desechable conmigo para guardarlo, pero, el cambio climático hace inevitables las sorpresas. De todos modos hay esperanza, cuando un libro se moja, lo pongo debajo de otro cerro enorme algunas horas y listo, el daño es mínimo. El asunto es que estaba lejos de casa y faltaba tiempo antes de que eso pasara.

Pasó lo inevitable, el libro se convirtió en un chicharrón con las puntas rugosas. La portada se echó a perder.

Habrá alguien para quien lo anterior sea una tontería. Lo entiendo; sin embargo, supongo que cada quien tiene sus propias manías. Recuerdo que en un evento del día del padre, me dieron un separador para que se lo entregara al festejado, y amén de que éste nunca aparecía por ahí, me ponía a pensar que eso entre mis manos era el artilugio más inútil jamás hecho y el peor regalo.

Esa era mi idea de la literatura y por consecuencia de los libros. De hecho, comencé a leer conscientemente gracias a que una hermosa chica que me gustaba en la universidad, dejó su libro y queriendo tener un pretexto para hablar con ella, me eché completo La historia del loco, de John Katzenbach.

Por supuesto que nada pasó con ella, pero dos semanas después ahí estaba comprando un libro en el mueble de los descuentos de Gandhi por 60 pesos. Un libro de detectives bastante aburrido, por cierto, cuya película luego hizo George Clooney. Desde entonces la sensación de un nuevo libro es inigualable.

El libro mojado en mi morral era Al otro lado del aire, de César Jordán. Un libro puede ser también un salvavidas, pero dejemos las historias escabrosas para otro momento. A mi nada más me resolvió el presupuesto. Había comprado a Fernando Iwasaki Cauti, con Tres noches de corbata. No nos caímos muy bien. ¿Saben qué tan lejos está la librería del lugar en donde vivo? ¿Lo que cuesta un pasaje y lo que cuesta un libro de una buena editorial? Comprar un libro a veces tiene que ser un dardo seguro. Todo mal, pero la providencia atendió, ese fin de semana hacían el trueque de libros en La Casa de las Diligencias de la UAEMéx.

Otro asunto. Aunque un libro no me guste, no me deshago de él. Iwasaki se quedaba y listo. Entonces, ¿qué cambiar? Tenía guardados a Fadanelli (Para ella todo suena a Frank Pourcel) y a Armando Ramírez (La chachalaca, el pelele y el legítimo) para regalar. Ellos pagaron el pato.

Un libro puede ser un embrujo. El libro de Jordán es asombroso, habla de un foráneo que se encuentra con el creciente caos de Toluca, un relato de violencia entrañable que cierro en el camión al llegar a la Terminal con esas nubes grises como tallones de un lápiz sobre la lámina. Ahí estaba el golpecito en el pecho, en este caso una caricia. Sobo el libro como una frazada. Un libro puede ser un tesoro. ¿Puedes creerlo?, le pregunta mi yo de 34 a mi yo de 16. Pero el escuincle se da la vuelta y se va. Él sigue obsesionado con las modas y la belleza.

Era sábado y era día del libro. Tenía pensado escribir algo al respecto, pero sólo salieron esbozos de un cursi recuerdo. Tampoco tenía pensado ir a pararme al trueque de libros en Metepec porque ya no tenía nada que cambiar. ¿O sí?

Un libro puede ser un trébol. Un grano de cacao. De la Terminal me moví al CTE. Saludé a Rocco y viendo la mesita de las ofertas, me vino una idea a la cabeza. Compré 5 libros de literatura guatemalteca en una ganga. Dejé uno en el mismo CTE (porque un libro también puede ser una charla) para unos ojos que bailan, me quedaría con uno y los otros dos los regalaría.

En realidad, podía cambiar 3, pero sacar tres libros del mismo tipo me pareció algo embustero. No lo hice, saqué uno y ya. Aquel amable sujeto al llano de una lámpara conectada a la nada, me dijo: chécale. El mejor mercader del mundo. La lluvia amenazaba. Yo tenía un compromiso a las 7 en casa y eran las 6 15. Es una hora de camino. Carajo. Otro vale estaba ahí conmigo. Cuando saqué la foto para esta columna, ocultó el rostro. Dijo, me voy a llevar el código penal. El otro se rio con él. La explicación estaba de más, pero la escuché meneando la cabeza.

6 20, definitivamente voy a llegar tarde, pensé. Ahí fue que aparecieron José Emilio Foquin Pacheco y Gerardo Sifuentes. Pacheco es garantía, pero de Sifuentes había escuchado una interesante entrevista en No Muy Punks. Hace literatura embarrada de ciencia. Le pregunté al hombre, ¿Pacheco o Sifuentes?, enseñándole el enclenque libro cual pepita de oro con que buscaba embaucarlo, pero él tampoco supo decidir.

Esa tarde, minutos después de llevarme a casa ambos libros, postee en mi cuenta de Instagram: feliz día para quien también crea que este es un día glorioso. Aquel hombre del sombrero y las gafas en el quiosco de la plaza Juárez me dijo, te voy a hacer el día, llévate los dos. Tenía razón.

Ese placer es ridículo. Tiene algo de nerd y algo de rock, una delgada línea que no conviene debatir nunca. Reitero que no sé qué es un libro ni alcanzo a descifrar su utilidad o su valor. Un libro puede ser una aventura. Un viaje. Un gato. Un avión. Una carta. Una advertencia. Un bote. Una manzana. Un botón…