Un Museo de la Música en Mérida, Yucatán Parte II
El recién inaugurado Palacio de la Música en Mérida, Yucatán, es un proyecto ambicioso que busca difundir, rescatar y preservar la música tradicional y popular mexicana; pero su principal singularidad la encuentro en su museo.
Ubicado en el sótano y con más de mil metros de superficie, proyectado por la empresa mexicana Exhibiscopio, el Museo del Palacio de la Música es realmente innovador y tecnológico.
Su originalidad radica no tanto en que es un museo interactivo, como muchos otros que podemos encontrar ya en diversos estados de la República Mexicana y que amenizan el tiempo y facilitan el aprendizaje y la educación de un modo no formal –inclusive en Puebla se localiza también un museo interactivo dedicado a la música– sino que éste, de Mérida va más allá y es único en Latinoamérica gracias a su modo de no sólo mostrarnos objetos, instrumentos, biografías y fotografías digitalizadas, sino que primordialmente nos permite escuchar, ver, sentir y remembrar la música que acompañó a gran parte de la población mexicana durante, el siglo XX: es un museo “vivo”, sonoro, con lo último en tecnología y con una excelente calidad de escucha que nos impulsa hacia el caminar de los latidos musicales populares de México mientras, además, apreciamos una excelente y singular museografía.
Podría describir casi a detalle cada uno de los espacios que recorrí, pero siempre he creído que el factor sorpresa de los museos interactivos es parte de la experiencia sensorial que enaltecen el gusto y la memoria de quien los visita; con esa idea, espero generar suficiente expectativa para que quien me lea quiera visitar con rapidez la Península de Yucatán y considere entre sus recorridos un paseo obligado al Palacio de la Música.
La música popular, siempre remonta a una época, a un estado de ánimo o a un recuerdo, y con más de 300 horas de música grabada en este museo la añoranza es inevitable.
El recorrido sonoro y educativo abarca desde la época prehispánica hasta las producciones que se difunden gracias al surgimiento y desarrollo de los medios digitales; se hace un recorrido por la música sacra, la secular, la folclórica; hay un par de pantallas de 180º, proyecciones en muros, hologramas y una mesa interactiva que simula una enorme guitarra que nos introduce a los sonidos, a las notas musicales y a la creación de melodías.
Uno de los videos que de manera introductoria se proyectan en una de las paredes es verdaderamente interesante: se muestra parte del innovador trabajo documental que durante casi una década ha realizado el francés Vincent Moon en el que la diversidad musical del mundo nos hace reflexionar que los ritmos y la música nos acompañan en diversos momentos, espacios y emociones de nuestra vida cotidiana.
Disfruté de bocinas con campanas personalizadas, de bocinas ultrasónicas y de muy buena calidad de audífonos; en el área de antecedentes, gustosa aprecié lo que asemeja un pequeño órgano tubular que entre sus teclados simulados sostiene una pantalla interactiva; hay un muy lindo espacio destinado a la música yucateca; se aprecia a Guty Cárdenas gracias a un video mapping que hace un recorrido, además, por el teatro de revista que se desarrolló en México las primeras cuatro décadas del siglo XX; Agustín Lara y Consuelito Velázquez “aparecen” de manera sorprendente en la sección dedicada a la radio, ante un piano que le perteneciera a la pianista y compositora yucateca Judith Pérez Romero; la música en el cine mexicano también tiene visibilidad, una visibilidad enmarcada en el Art Decó en un área que se queda en el recuerdo; los compositores, los músicos y los intérpretes comparten una sala, hay una singular entrevista y un video del compositor yucateco Armando Manzanero interpretando algunos de sus éxitos y también se aprecia un documental de José Alfredo Jiménez al adentrarnos a la boca de una guitarra.
Aprendí a bailar jarana, leí algunas bombas yucatecas y disfruté de algunos discos en una tornamesa digital; aprecié una enorme imagen que representaba, a modo de homenaje, el que considero el mural más representativo de la Cultura Maya y que desde siempre, en casa de mis padres, se admira con sumo cuidado: aquel que plasma una procesión de músicos en los murales de Bonampak, Chiapas; aprecié la multiculturalidad de nuestra música tradicional; recordé a mis abuelos y mis tardes en Coyoacán cuando mi abuela materna escuchaba la música en LP de El Flaco de Oro; me trasladé a los viajes en carro con mi papá, escuchado en el radio la estación El Fonógrafo y a esos momentos familiares en los que disfrutábamos de las películas mexicanas en blanco y negro en las que las canciones eran una parte protagónica; evoqué cuando mi papá me platica sus anécdotas con María Félix, Pedro Vargas, José Mojica, Pedro Infante, Francisco Gabilondo Soler, entre muchos otros.
Salí del museo contenta, pero siento que me faltó tiempo para escuchar más, me faltó explorar más de las pantallas y del divertimento que ofrecen, me faltó más tiempo de remembranza y de conocer a detalle, más de los sonidos y de las melodías yucatecas: regresaré, sin duda.