UN POCO DEL INSTITUTO
Libro para entender la trascendencia del Instituto Literario de Toluca nacido el 3 de marzo de 1828 en un acto de audacia ante el embate del alto clero contra todo instituto que quisiera educar fuera de su control y trayendo materias no aprobadas por la iglesia en los primeros años de vida independiente. Sólo a seis años y medio de haber logrado la independencia de España, pero aún sin dejar atrás las cadenas que tenían al pueblo en el enorme país que éramos. Aún no se nos habían robado los inmensos territorios que llegaban muy al norte del naciente país de las trece colonias que se habían liberado de Inglaterra aquel 4 de julio de 1776. La lectura del libro de Rodolfo García Gutiérrez, el cronista del Xinantécatl, trae en su título un acto de humildad y sabiduría. Un poco del Instituto, publicado por el Gobierno del Estado de México en el sesquicentenario de la fundación del Instituto Literario de Toluca año de 1978. Es José Yurrieta Valdés participe de esta publicación, por lo que hay que reconocer a quien junto con Alejandro Fajardo y Rodolfo fundaron la colección editorial Cuadernos del Estado de México, una labor que debiera de reeditarse en todos sus números, pues contiene una serie de títulos y escritores de los más brillantes en el siglo XX mexiquense y toluqueño.
Muchos son los temas que aborda Rodolfo para el conocimiento del principal centro de pedagogía en el siglo XIX. Varios son los que aborda, por ejemplo: El primer Instituto; Las discusiones del Congreso; Venegas, historiador del Instituto; El Beaterio; Olaguibel y el Instituto; Altamirano y Ramírez; Sánchez Solís, gran Director del Instituto; La Nacional Preparatoria y el Instituto; el Boletín del Instituto; El Instituto, creador de instituciones culturales; La primera huelga del Instituto; Garza, el positivista del Instituto; López Mateos y el viejo Instituto; La mujer y el Instituto; Lista de Directores del Instituto… el contenido es una larga fila de hechos y datos que hacen ver cómo es que el siglo XIX fue dominado por la nueva pedagogía abierta a todas las culturas, a esa idea de José María Heredia y Heredia porque sus alumnos aprendieran de la historia universal, alejándolos del chovinismo que no deja ver a los propios de los defectos que se hace el narcisista y egoísta que no sabe valorar lo que está más allá de sus límites o fronteras territoriales.
Da igual, en el caso del magnífico escritor que es Rodolfo García, por ejemplo, abro el texto en el tema de El Beaterio, escribe: Varios edificios ocupó en sus años iniciales el Instituto. Ya sabe el lector que el primer solar de su asiento, se llamó Casa de las Piedras Mireyas. Sabe, también, que el Instituto nació en San Agustín de las Cuevas, posteriormente denominado Tlalpan, y que esta población es, hoy día, delegación del Distrito Federal (hoy, en el 2022, Ciudad de México por nombre correcto y no más D.F.). Dos razones tuvo don Vicente José Villada, para instalar allí el naciente Colegio: la primera, que la casa era de su propiedad, y que, su ocupación no iba a causar, de pronto, al erario público gasto alguno; en segundo lugar, que como bien lo dice en la Exposición Documentada que rindió el gobernador don Lorenzo de Zavala, estaba en la finca “A una proporcionada distancia de la población, en donde se ofrecía a la juventud estudiosa las distracciones que la concurrencia de gente, el tráfico y boruca del centro ocasionan siempre”. Nadie sabe qué sucederá con las ideas exitosas que los humanos crean. Hombres y mujeres creadores, científicos, intelectuales, artistas tienen el don divino de tener “ideas exitosas” mismas que llegan —bajo muchos peligros y trabajos—, para residir siempre en favor de lo humano.
De esta manera el Instituto que tuvo otros ejemplos en el naciente país de enorme extensión hasta las cercanías con la hoy nación llamada Canadá por el norte del continente americano, se convierte en la semilla y raíz de la civilizada tarea de enseñar y aprender los conocimientos de la humanidad sin límites a sus verdades y propuestas que dejan atrás el mundo de la teología para entrar al de la filosofía y sus variaciones culturales que trae la misma. Cuenta Rodolfo: Este “primer Instituto”, como yo le llamo, terminó su existencia provisional el 18 de febrero de 1828, precisamente cuando el Congreso Constitucional ordenó la realización del mandato de la primera Constitución Política del Estado de México, que, como sabemos, prevenía la instalación de un Instituto Literario. ¿Siguió el plantel, ya “oficialmente” instituido, en la Casa de las Piedras Mireyas? Creo que sí. Y sí, porque es de presumirse que el Gobierno pagó al señor Villada una módica renta, después de que éste había cedido su propiedad, gratuitamente, durante cuatro meses. Y, además ¿no se había comprometido ya, “a no exigir por su arrendamiento sino lo que el mismo Gobierno (¿quisiera darle?)”. Después de una breve existencia de poco más de dos años concluyó en 1830, la primera etapa del Instituto. Cuando a los tres años los Poderes se trasladaron a Toluca, se restableció el Colegio, y se alojó en un viejo edificio llamado, lo mismo que en el barrio en que se asentaba “El Beaterio”. Nombre mágico es este en el siglo XIX para el tema de la pedagogía y el nacimiento de la libertad de cátedra en lucha contra el conservadurismo, la cerrazón, y la mala acción en contra de la sabiduría que por aquellos tiempos residía en lecturas de filósofos franceses —en general—, de aquellos que la cultura europea y americana les estudió y conoció por el nombre de: Enciclopedistas, en otras palabras, autores como René Descartes. Juan Jacobo Rousseau. Voltaire, Montesquieu, d’Alembert, y varios más.
Es tan interesante esta batalla entre la filosofía y la mala teología, convertida en dogma antes que en sabiduría de Dios y lo humano, que la sola lectura de Apuntes para mis hijos, escrito por don Benito Pablo Juárez García en su experiencia de vida al nacer el Instituto liberal en el estado de Oaxaca con las mismas propuestas pedagógicas del que en Toluca nacía casi a la par uno del otro. Sí, la sola lectura de la obra del presidente de la República en etapa aciaga enfrentando la guerra civil y después la invasión francesa con un emperador venido de Austria: Maximiliano de Habsburgo, nos da prueba de que el siglo decimonónico fue entre la lucha de la espada, también la de la pluma, es decir, la guerra de las armas en el campo de batalla que se extendió por todo el naciente país, pero también, la guerra de las ideas, sustentadas en el deseo de ir más allá, para sus ciudadanos, sobre todo de la juventud, que al final deseaban ser otra cosa que no los ligara necesariamente al sacerdocio o a la esclavitud al servicio de los adinerados, del alto clero y la milicia. Por eso los Instituto de Oaxaca y Toluca expresan los más altos ideales de un pueblo que deseaba la libertad del poder deshonesto que surgía del amor al oro, de la voracidad por los recursos materiales y naturales de esta patria que creyéndose libre, seguía en su vida interna con los males que le había dejado la Colonia en casi 300 años de dependencia a ella.
Rodolfo, cuenta: ¿Qué era el Beaterio? Dejemos que nos lo diga don Agustín González: El viejo y feo edificio donde el Instituto quedó definitivamente establecido, también tiene su historia, que en breve resumen es la siguiente: En pleno periodo colonial, bajo el virreinato de don Matías de Gálvez, en el año de 1783, un toluqueño rico y filántropo llamado Luis (¿) Gerónimo Serrano, con autorización de las autoridades civil y eclesiástica, emprendió la construcción de un extenso edificio de dos pisos en el extremo meridional de la ciudad, el cual estaba destinado, según reza la escritura de fundación, a un “colegio de niñas beatas”. Pero algunos años más tarde ocurrió la muerte del señor Serrano, cuando dicho edificio estaba todavía lejos de concluirse y había costado ya más de treinta mil pesos. La idea triunfadora a pesar de estos fracasos, materiales o teóricos, no iba a dejar de alcanzar su plenitud, al convertirse en su casa para siempre, la Universidad Autónoma del Estado de México y su hogar patrimonial en 1956.