Una historia familiar

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Cuando nació mi hija recuerdo que tuve que regresar a la casa por ropa para Adela, una de las enfermeras me gritoneo que debía llevarle ropa limpia, todo había salido bien excepto que tuve que ausentarme un rato porque eso de no preparar maletas, nunca se me ocurrió y para ser sinceros estábamos muy nerviosos, me fui tranquilo porque una de las tías de mi esposa es también enfermera. Mientras iba de regreso al hospital, con ropa limpia para ambas y una cobijita, en la radio sonaba un tributo los Doors, sabía que era esa banda porque mi padre la escuchaba cada navidad de mi niñez, entonces ese viaje de regreso al hospital fue cosa de recordar cómo fue él y de cómo, mis hermanos y yo, lidiamos con eso.

Cada navidad era lo mismo, mi mamá preparaba una cena, con lo que le alcanzara o con lo que había en la alacena, la cosa era siempre tener comida en la mesa. A veces mi hermano Daniel ahorraba lo de sus propinas para darnos unos regalos, eso nunca lo olvidaré. En la cena, la sobremesa con mis hermanos era muy divertida, mi mamá se carcajeaba de las cosas que decía Alonso y de pronto se quedaba mirando fijamente a la nada y sus ojos se llenaban de lágrimas que, ahora que lo pienso, nunca terminaban de serlo, porque ahí se quedaban en sus ojos, nunca las vi rodar por sus mejillas, y, después, como por arte de magia, regresaba a la charla como si nada.

Nunca me atreví a cuestionarle nada.  Ya casi a las diez de la noche, salíamos a tronar cuetes con los vecinos y mi papá, entradas las doce, llegaba borracho y ponía su música the Doors, sabía que a esa hora ya estaría cada quien es sus cuartos. Nuestra casa era muy pequeña. Mis hermanos y yo dormíamos en un cuarto, la única que tenía su propia habitación era Lucero, Daniel, Alonso y yo, batallábamos por compartir uno, pero no había de otra. Al escuchar el tocadiscos y, previo a eso, los gritos de mis padres, comenzábamos a platicar, total, ya nos habían despertado. No sé qué hacía Lucero, pero de que la sufrió, también. A mi padre siempre le tocaba trabajar en esas fechas y por eso no cenaba con nosotros, lo raro era ese ritual que siempre hacia. Tampoco le cuestioné nada, y de eso sí me arrepiento. Jamás se preocupó por nada que hiciera falta en la casa, o a nosotros, si quería daba, si no, se lo bebía. Daniel tomó el rol de proveedor cuando tuvo un empleo estable, aunque no le correspondía, lo hizo, mi mamá no lo obligo, el simplemente sintió que era lo que tenía que hacer, aunque más tarde eso le causara un problema mayor.

Nada funcionaba desde el principio, y las cosas o mejoran o empeoran.  Comenzaron a empeorar cuando Lucero después de terminar la preparatoria se fue de la casa a vivir con un total desconocido, mi mamá lloró mucho por eso, y mi papá sólo de limitó a decir que ya se había tardado. Un tiempo después, Alonso se va para el gabacho y desde entonces no sabemos nada de él. Daniel comenzó a beber y llegaba con mi papá borracho, como yo soy el menor de mis hermanos, me tocó ver cómo las cosas se desmoronaban lentamente.

Tuvimos noticias de Lucero cuando regreso a la casa con una maleta y con un bebé, mi mamá se puso contenta, yo no entendía por qué. Al terminar la preparatoria quise estudiar la Universidad, pero como estaban las cosas pensé que no lo lograría, pero pude. Y más tarde la terrible noticia, Daniel fallece a la edad de 31 años, conducía borracho y se estrelló con un poste de luz. Mi padre nada más dijo que se lo había advertido.  Quise huir de ese lugar, pero mi madre y mi hermana se quedarían ahí con mi padre y no supe que hacer. Recuerdo haber pensado: ojalá en este momento pensara como mi padre, ojalá en este momento fuera igual de egoísta que él. No fue hasta que me ofrecieron un trabajo en Sonora que tuve que irme y es dónde vivo ahora con mi familia, la que formé y la que quiero cuidar y proteger. A veces treinta minutos bastan para contar una historia familiar, pero pueden pasar años para superar lo que sucede en ellas.