UNA RUSA EN EL CUSCO, 25 AÑOS DESPUÉS
–Retrato desordenado-detalle–
Ella es impecable e implacable. Impecable en sus buenas maneras, muy educada, delicada y amable, e implacable, pero con una rara dulzura, a la hora de lanzar un juicio. Su hablar tiene ese acento de los políglotas, siendo casi imposible adivinar de dónde es. Nació en San Petersburgo, y hace veinticinco años que llegó por tres meses al Perú, a la Universidad Católica, por una beca de estudios. Recaló en el Cusco, y de allí hasta el día de hoy, no se ha movido, ni lo quiere hacer, y menos volver a Rusia, y mucho menos a la Rusia de hoy.
Es doctora en Historia, y a pesar del sempiterno San Benito, es un referente en la vida cultural del Cusco, donde casi cada piedra del Imperio la conoce y viceversa. Hipérbole última que tachará o la hará sonreír.
Nunca había conocido a una mujer que fuera una opinión andando, con un sentido del humor tan sutil que a veces es invisible. Muchas veces me ha tomado el pelo y me he dado cuenta días después, en la reconstrucción que uno suele hacer de las cosas en general. Tengo la esperanza que no mutilé mucho de lo que aquí escribo de ella, sobre todo la última línea de esta nota, porque me ha pedido el texto para pasar por su aduana, pero no la traicionaré, espero. El periodismo casi siempre tuerce las cosas.
Ante la impotencia de poder encasillarla, ya que es un talento orquestal, diré que, básicamente se ha desempeñado como una gestora cultural de alto nivel, que trajo al Cusco buenos y nuevos aires, refrescándolo y modernizándolo.
Vive en el barrio de San Blas, y hasta aquí llega su biografía, porque la palabra biografía le huele a obituario, y no le gusta. Habita en una especie de cálida cueva atiborrada de libros, discos y documentos por doquier.
Del peruano dice que su característica principal es su libertad, y añade, como en la primera línea del himno nacional, Somos libres… Nunca había reparado en ello, y creo que tiene razón, y también creo que, por eso, estamos como estamos.
Ahora es periodista, editora de esta revista de lectura obligada: cuscosocial.com
En realidad, allí está la nota que pretendí hacer. El resto es cierto blablá de alguien que hace poesía y que se mete en camisa de once varas cuando de prosa se trata.
La elección de su carrera fue sencilla, pero no la esperada. Sus padres se la escogieron, y acabó gustándole, si no, hubiera sido bióloga marina. La historia del arte se enmarcaba académicamente en la tradición familiar, y a los dieciséis años no tuvo más alternativa. Empezó a enseñar Arte Latinoamericano en una universidad privada de Rusia, siendo aún estudiante, a los veinte años, con alumnos que eran mayores que ella. El pánico escénico la acompañó buen tiempo y por ende su valentía, también.
Luego trabajó como guía del famoso museo Hermitage en paralelo a sus estudios de post grado. El Perú la esperaba, o mejor dicho Cusco, y ella lo sabía.
En Cusco, ella ha trabajado en un abanico amplio de campos: ha sido curadora en varios museos en Cuzco, investigadora, diseñadora gráfica y de webs, editora de videos, y hasta gestora de redes sociales. Ha pasado en su ruta por la Municipalidad de Cusco, la Alianza Francesa, el Museo del Qorikancha, la Universidad San Ignacio de Loyola, la San Martín de Porres, entre otros lugares.
Refiere que llegó al Perú cuando el país era una parodia a la dictadura, donde todos despotricaban del gobierno a sus anchas y sin temor. La Rusia en transición de los 90, el país que había dejado atrás, supuestamente era una democracia naciente, pero ahí, si expresabas una opinión en voz alta, tenías que mirar a los lados. Por si acaso.
De los escritores peruanos gusta de Julio Ramón Ribeyro como universal, de José María Arguedas, por el abordaje del mundo andino, de César Vallejo por su audacia y por desacralizar muchos temas. También dice, por ejemplo, que Dostoyevski y Kafka son autores que no pueden ‘gustar’, esa no es la palabra, más bien pueden tocar fibras sensibles. De los poetas rusos le gusta Mijaíl Kuzmín, Borís Pasternak, Joseph Brodsky, y algunas otras figuras, menos conocidas, de las generaciones recientes.
Su doctorado sobre el Paititi, legendario reino perdido, lo consiguió después de más de diez años de estudios, revolviendo muchas teorías y documentos, rastreando cómo se formó la idea, mirando mapas, viajando mucho.
De los pintores peruanos consagrados admira, por un lado, el trabajo de Carlos Enrique Polanco, ya un clásico, y Víctor Humareda, a quien considera un genio. Por otro lado, ama a Tilsa Tsuchiya y a Venancio Shinki. Tiene una conexión especial con el arte contemporáneo cusqueño que, lamentablemente, fuera del Cusco es poco conocido.
La poesía para ella es más auditiva, prefiere escucharla de voz de un buen actor que absorber por los ojos en la lectura.
No le molesta el teatro bien filmado con un lenguaje audiovisual acertado, y hasta casi lo prefiere a estar sentada en una butaca. Ambos formatos tienen para ella sus ventajas y sus defectos.
El cine es un tema del cual puede hablar horas. Algunos referentes clave en el cine peruano clásico son para ella Maruja en el infierno de Francisco Lombardi, y de Armando Robles Godoy, Espejismo, En la selva no hay estrellas y La muralla verde.
Es una gran conversadora, gobierna los silencios, polemiza y, contra todo lo que puede decir, ya dejó un legado de gestión cultural en el Cusco.
Recuerda con mayor relieve el trabajo que hizo como curadora en el Qorikancha, que fue antaño el templo más importante del Imperio Inca, hoy Museo y Convento de Santo Domingo. Fue la labor con más alcance y profundidad que pude hacer.
Ella se llama Vera Tyuleneva.
Fotografía: Sergio Valcárcel