UNA VEZ EN RUSIA Primera parte

Views: 1167

Siempre me ha gustado observar mapas. Antes de iluminarlos como parte de mis deberes escolares, meditaba con mi nulo conocimiento de la geopolítica, pero en el entusiasmo de una soñadora viajera, sobre el inmenso territorio de algunos países y lo diminuto que resultaban otros tantos. Imaginaba los trajes típicos, la música y la comida que ahí se servía… quizás en el fondo mi anhelo era igual que el libro de Julio Verne, dar la vuelta al mundo. Entre los trayectos al planisferio, se encontraba ahí, el país más grande de todos, donde las muñecas se esconden en otras, las mujeres usan extraños sombreros en forma de triángulo y el ballet, mi adorado ballet, era la estrella más brillante. Rusia, sin duda alguna, representaba el mayor de los sueños de aquella niña que al convertirse en mujer tomaría su maleta, cruzaría el océano, Europa entera y en una noche blanca llegaría a Moscú.

Rusia no es un país, en realidad, semeja un continente. Uno que pareciera resumirse en la nieve de Siberia, los palacios de San Petersburgo y la Plaza Roja de Moscú. Pero en realidad, es un territorio que abarca dos continentes: donde el Occidente y Oriente se encuentran con Rusia. Si bien su historia es milenaria, originada del pueblo vikingo de la Rus de Kiev en el siglo IX después de nuestra era, ha sido el siglo XX y recientemente en los años de la nueva centuria, una pieza imprescindible para entender el ajedrez del mundo. En su territorio se llevó a cabo la Revolución Bolchevique, se derrocó y asesinó brutalmente a los últimos zares del Imperio y se estableció la Unión Soviética como el gran faro rojo del comunismo. Ello marcado en dos momentos medulares para entender su protagonismo: la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.

Cuando llegué a Moscú, sabía y no quería saber lo que me esperaba. Estaba acostumbrada a la arquitectura socialista que mucho más joven había encontrado en algunos barrios del Berlín Oriental, Budapest o Praga; los murales con figuras grandes y elocuentes sobre la historia nacional me eran más que conocidos por el propio proyecto nacionalista de mi país hacía casi un siglo; y como buena adolescente amante de la historia, vivía en el encanto del misterio de Anastasia, la supuesta zarina sobreviviente de la revolución. Y aunque sin duda buscaría a lo largo de los días estos lugares comunes, como quien se pierde en las calles seguro de encontrar la dirección planteada, también estaba dispuesta a que las ciudades en mi itinerario hablaran por sí solas. Y vaya que lo hicieron.

Al día siguiente de mi llegada a la capital del país, en un sistema de control de migrantes bien caracterizado por el pasaporte oficial al Mundial de Futbol del 2018, tomé el tren que había reservado a San Petersburgo. Para no perder la rutina del ejercicio matutino y ciertamente, no modificar mi itinerario, me levanté a las 4 de la mañana, con un sol de mediodía, el cual me permitiría observar con cuidado el trayecto. Al subir al tren, sentí que viajaba justo sobre el planisferio de las quimeras de mi infancia: de las Noches Blancas, las matrioshka y el gran Palacio de Invierno, el Museo Hermitage. De aquellos días, recuerdo con ilusión la fastuosidad que aún se encontraba escondida en los muros palaciegos, como si la historia susurrara… aquí sigo.

San Petersburgo o Leningrado es la segunda ciudad más importe de Rusia. Conocida como la Venecia del Norte y durante dos siglos, fue la capital de Imperio Ruso y hogar de los zares. De hecho, su fundación data del siglo XVIII, por instrucciones de Pedro, el Grande. De ahí que se le llamara, Petrogrado. Con la Revolución de 1918, la capital fue movida a Moscú y a raíz de la muerte de Lenin, el principal líder del movimiento, fue rebautizada como Leningrado. La gloria de su pasado zarista contrastó brutalmente con el asedio a la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. El llamado Sitio de Leningrado duró más de dos años  y, literalmente, la ciudad vivió encerrada, sin comunicación ni comercio, mientras los alemanes nazis bloqueaban cualquier paso en un enfrentamiento claro contra el Ejército Rojo. Se ha llegado a creer que fue tal el hambre en el que vivieron los habitantes que, para lograr sobrevivir, algunos cometieron canibalismo. Con el paso del tiempo y el análisis historiográfico posterior a la Unión Soviética, diversos especialistas han catalogado al sitio de la ciudad como uno de los más devastadores para la población civil, incluso considerándolo como genocidio.

Cuando uno recuerda una aventura, suele describir, en primer plano, aquellos lugares que nacieron antes en su mente y resultaron comprobados por las pupilas durante el trayecto. Lo inesperado, adquiere un capítulo especial. Cuando llegué a San Petersbugo, mi hotel… bueno mi cuarto … bueno mi diminuto cuarto se encontraba a tres cuadras de la estación. No era una zona hotelera, pero tenía accesos que me ayudarían a conocer todos mis puntos proyectados. Caminé una cuadra, dos cuadras… tres y no encontraba el lugar. Revisé mi GPS y mientras me ubicaba virtualmente, observaba los edificios, viejos, sin pintura, con manchas de humedad y esa extraña sensación de vacío que me hizo recordar un lugar similar en la antigua zona oriental de Berlín, 14 años atrás. Me encontraba en el lugar correcto, buscando la imagen incorrecta. Entré por una pequeña reja a un jardín con cancha, bastante descuidada y llegué al edificio de mi habitación. Había un timbre que permitía la apertura de la puerta y unas inmensas, irregulares y austeras escaleras que me llevarían al tercer piso. Evidentemente, sin ayuda de algún elevador. Llegué, me dieron mi cuarto, con el tamaño suficiente para una cama y un pequeño baño. El ventanal daba a la cancha y a los demás edificios, soviéticos, que aún estaban de pie en la ciudad.  Dejé mi maleta, bajé las escaleras y decidí caminar. Cuando creces con la Historia y los relatos de los objetos, ya sean contados por tus padres, profesores o de viva voz de los libros, caminar en el silencio de las calles, resulta ser una sinfonía entre aquello que te dijeron y eso que alguna vez creíste escuchar.

Un año después de mi viaje a Rusia, ensimismada en la lectura como escapatoria a momentos complicados, llegó a mis manos una novela histórica, con un final un tanto rosa, que de nuevo me llevó a San Petersburgo. El Jardín de Invierno de la estadounidense Kristin Hannah donde relata con gran cuidado el sitio de Leningrado, con edificios cuya nieve entierra su negrura. Entre sus páginas me encontré caminando nuevamente por las calles cercanas al cuarto de hospedaje y entendí, que no solo la fastuosidad susurra al oído de la historia… también el dolor. Respiré profundo y recordé el inicio de la Séptima Sinfonía de Shostakovich y aquel concierto histórico durante el asedio de Leningrado, demostrando que aún, en los momentos más oscuros de la humanidad, es el arte su luz más permanente.

Continuará….