UNA VEZ EN RUSIA Segunda parte

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El problema no es el socialismo sino los socialistas. La utopía de un mundo mejor, equitativo y justo, bajo la denominación que se quiera otorgar y con los matices que hacen la diferencia, es propio de la mayoría de la población. Mas utilizar esa utopía con regímenes autoritarios y en algunos casos, genocidas, con un discurso donde todo es para todos, excepto la riqueza que pertenece al grupo en el poder… es el problema. La delgada línea que divide a la esperanza de la locura.

El día de la inauguración del Mundial de Futbol en Moscú 2018, la capital de la gran Rusia semejaba una atracción de un parque de juegos infantiles, donde el mundo resultaba pequeño, aunque representado por distintos rostros y formas de vestir. Una organización impecable para ingresar al estadio Luzhniki en la gran estrategia de control de cada migrante, a través del FAN ID que como viajero debías mostrar en la mayoría de las atracciones complementarias y por supuesto, en cada viaje en tren y acceso a los estadios. Si hubiera querido, Vladimir Putin habría conocido al detalle el periplo de San Petersburgo hasta Moscú de una mexicana que, ante el asombro de los rusos, viajaba sola.

Y ahí estábamos, el antiguo miembro de la KGB listo para ser ovacionado por el pueblo ruso, mientras que yo, lo observaba en una de las gradas más alejadas del escenario, pero cercana a la historia presente. Cuando el hombre-oso inauguró el evento deportivo, la gente se levantó victoriosa, orgullosa de aquel nuevo zar de la Rusia Poscomunista. Si había duda alguna, aquella tarde moscovita, por lo menos para mí, quedó muy claro que Rusia estaba lejos de haber sido olvidada en los libros de historia. Rusia seguía siendo justo eso, Rusia.

Moscú es una de mis ciudades favoritas. Lo era antes de conocerla y lo fue después de vivirla. Por supuesto que no usé esos abrigos llamativos y gruesos que portaban las corresponsales del canal de noticias que siempre sintonizaba mi papá en el televisor. Y si bien su arquitectura socialista contrasta con la forma singular de sus iglesias ortodoxas, resultó más moderna de lo que me imaginé. No al estilo americano, eso sería impensable, pero sí, muy al pensar de los rusos, como la última frontera europea. A diferencia de mi experiencia de hospedaje en San Petersburgo, en esta ocasión, mi estrella de viajera me acompañó y mi hotel se encontraba a unas cuantas cuadras de la Plaza Roja, en la zona donde se ubicaban algunas de las embajadas, justamente europeas. El inmueble era sencillo en su fachada, pero cuidadosamente decorado muy a un estilo barroco, lo que me recordó justo los límites de Occidente. Al día siguiente de la inauguración, aproveché el sol desde temprano, caminé por las calles de mis ilusiones y con el corazón latiendo de emoción, de esa niña de planisferios y capitales de mundo, llegué justo ahí, a la Plaza Roja.  Debía rodearse por los eventos especiales con motivo del Mundial de Futbol, así que emprendí el paso muy consciente al lugar donde quería estar. El templo de malvaviscos siempre presente en la lista de pendientes como seguro de vida. Coloqué mi celular, en la ingenuidad de la seguridad moscovita… 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4… listo. La fotografía de una mexicana con minifalda, tenis y un suéter saludando desde el Templo de San Basilio, era realidad. Respiré, como una bailarina al terminar una pirueta y sonreí.

El Templo de San Basilio es uno de los lugares emblemáticos del mundo. Su arquitectura corresponde a los tempos ortodoxos de cúpulas en forma de bulbo o acebolladas, que dieran la impresión de malvaviscos. Este tipo de cúpulas se encuentra presente no solo en la arquitectura rusa, también en la bizantina, islámica y la alemana; y sus significados varían justamente de la región en la que se encuentran. Al ingresar al Templo, cuya arquitectura interna no tiene comparación con otros del país, el visitante puede conocer parte de la historia religiosa rusa, estrechamente ligada a los zares, el nombre con el que se conocería a los monarcas rusos.

El ballet forma parte del tesoro nacional de la Gran Rusia, aunque en realidad, surgió en Italia muchos siglos atrás. Lo cierto es que desde el siglo XIX, tanto por las composiciones para orquesta como por la técnica de baile, ha posicionado a la escuela rusa como el gran estandarte del arte de bailar con una sonrisa a pesar del dolor. El templo que resguarda esta joya para la humanidad no es de malvavisco, más bien, delineado por elegantes formas de un port de bras, el Teatro Bolshoi.  Localizado a unos cuantos minutos de la Plaza Roja, es sin duda, el teatro más reconocido de toda Rusia y uno de los más importantes del mundo donde incluso la historia ha hecho su presentación: durante la época soviética fue escenario de reuniones del Partido Comunista y contaba colgando en su fachada la hoz y el martillo que después de 1990 fueron removidos. Como si el tiempo pudiera ser removido de igual manera, aunque sabemos, sigue presente.

La Unión Soviética fue el gran mito que en los cuadrantes que transitaba, me acompañaba con paso marcial. El punto de inflexión entre la gloria zarista y el nuevo zarismo del siglo XXI, con hoteles lujosos, coches del año y poderío militar que aún puede mover el ajedrez de la política mundial. No duró un siglo, pero sí lo suficiente para vivir en la memoria. Con la Revolución Rusa, Moscú se convirtió en la capital del Estado Federal de las Repúblicas Socialistas: el proyecto más extenso e influyente del socialismo en el siglo pasado. En el Kremlin o la ciudadela de Moscú, se encontraba concentrado el poder a través del Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, un cargo ostentado por hombres como Iósef Stalin, dictador y autor intelectual de genocidio en Ucrania y un sistema de exterminio y trabajos forzados en los GULAG.

El socialismo llegó a Rusia como a otras partes del mundo, a partir de los trabajos y reflexiones Carlos Marx y también de otros filósofos, que hablaban de la propiedad social de los medios de producción, como un paso a seguir del capitalismo y la industrialización del siglo XIX. Como un aroma que toma direcciones caprichosas, esas ideas llegaron a una sociedad que aún vivía en el feudalismo como lo era la Rusia Zarista. La mayoría eran campesinos con una monarquía exageradamente rica y una escaza industrialización. Sin embargo, en ese capricho de la lectura de las ideas, el socialismo se concretaría con las Unión Soviética liderada por el Partido Comunista, en el entramado de los camaradas y la permanencia del campesinado, pobre y cada día, más famélico. Los contrates de la Rusia Soviética son los mismos que aquellos que se perciben en su ciudad capital, como la buena sentencia de las huellas que en las ciudades quedan de los pasos del tiempo. Entre el misticismo y recogimiento ortodoxo, la grandilocuencia del zarismo y el silencio pétreo y rojo del socialismo, en un extraño encuentro con la solemnidad del presente.

Aquel día, concluí mi tour con la visita al Museo Estatal de Moscú. En el vestíbulo de entrada, arriba, en su techo, se encontraba todo el árbol genealógico de los zares, mientras que en una de las salas contiguas se hallaba un espacio dedicado a Lenin. Entre los objetos de pertenencia del líder de los bolcheviques, era presentado un coche de lujo que lo trasportaba para hablar de ideas comunistas. Las utopías no son perfectas, ni los hombres que las crean, tampoco.