VECINO MÍO

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Vecino mío en colonia de profesores y trabajadores del gobierno estatal y de municipios, llamada: Rancho la Mora. Aunque debo escribir que, oficialmente su nombre correcto es Colonia Jorge Jiménez Cantú. No logro entender cómo es que el sentir popular se ha impuesto y todos hablamos de Rancho la Mora y no de su nombre oficial. Los vecinos de tal lugar acostumbramos decir a los amigos ¡me voy para mí Rancho! por ello es que así lo acepta oficialmente el Correo Nacional en el país. Se le conoce más por el nombre de Rancho la Mora, ése era su nombre de tales terrenos que gobierno estatal compró a sus dueños, para hacer esta urbanización a finales de los años setenta del siglo pasado y, así se acepta que se ponga tanto en autobuses urbanos, citas de amigos fuereños o por taxis de todo tipo, cuando se pide la dirección respectiva.

En esta colonia es que vine a conocer a don Javier Ariceaga en la década de los ochenta del siglo XX. Amigo muy querido, al que recuerdo frecuentemente, pues tuve, gracias a esa cercanía, múltiples oportunidades de conversar de tantas cosas: por ejemplo, de mi papá Javier Estrada, del que me contaba cosas de juventud que llegó a tener con él y su familia en plena juvenil. No sería raro que hubiera conocido a mi madre Mercedes Arriaga. Pero en particular, le gustaba contarme cosas que vivió en compañía de mi tío Genaro Estrada: con el que sí convivió mucho según las cuitas que me relataba con singular gozo; tal y cual, estuviera viviendo las experiencias del pasado, pero en su rica imaginación le vivía y me hacía imaginar por igual lo mismo; sus relatos y crónicas de amistad o familiares; sus hechos, creando condiciones de felicidad de estar con una persona mayor de edad, en mi caso; pero que en su entrega como amigo que no mira la edad que puede haber de diferencia con aquel que charla alegremente. Contando sus peripecias de niño, adolescente, o su juventud y ahora, que laboraba para el área de policía y tránsito del gobierno del Estado de México.

Con gran orgullo me contaba que estaba dentro de la agrupación artística que en su imagen buscaba dar otro rostro de la policía estatal, no sólo la de cuidar la seguridad de los vecinos en Toluca y en la entidad, sino comprobar que dentro de la misma existía gran afecto a la música vernácula y un amor efectivo por la música de boleros y ranchera. Fue un bohemio en la mejor expresión de la palabra. De esa bohemia que es tesoro cultural popular de los mexicanos en el centro del país. Con gran orgullo me contaba de su trabajo dentro de la corporación y, varias veces, me dijo que llevaba prisa, pues tenían una gira al interior de la entidad para hacer presentación de la música ranchera o de aquella, que lo mismo recordaba a Armando Manzanero o Álvaro Carrillo y Agustín Lara. Orgulloso decía estar al tanto de las actividades culturales y sobre todo artísticas dentro de esa dependencia.

Sobre mi padre le veía un dejo de alejamiento y sólo recuerdos gratos, pero pocos, por el hecho de que mi papá fue a vivir a ciudad de México y por ello le fue más difícil convivir con él. Creo que estuvo cerca de toda la familia, que conoció a mi tía Amparo Estrada, o que conoció a mi tío Luis Estrada: amante del futbol y de los Diablos Rojos del Toluca. Tanto me hacía sentir con un personaje igual en sus pasiones y afectos como lo fue el Cronista de Toluca, don Alfonso Sánchez García, tres años había de diferencia entre ellos, siendo mayor don Poncho en este caso, pero fueron una misma generación, la más brillante que ha tenido Toluca en estos 200 años de vida independiente en el país y en la ciudad. De la misma generación, y lo que escribían mucho tiene de parecido en el Profesor Mosquito y don Javier. Leer sus biografías es encontrar caminos paralelos por los temas y publicaciones que tuvieron: destaca su singular manera de escribir en los dos casos y la temática por el amor que le tuvieron a la ciudad, sus pueblos y delegaciones.

Tan es así que uno de sus libros clásicos titulado El último farol publicado durante el gobierno municipal de la licenciada Laura Pavón Jaramillo, en su primera edición en el año de 1990. En este texto tengo su dedicatoria a mi persona: Con cariño y afecto al hijo de mi tocayo Javier Estrada, gran periodista y singular escritor. Javier Ariceaga Sánchez, diciembre 19 de 1996. Ahora que pergeño como ratoncito buscando libros, plaquettes, documentos de todo tipo de los cronistas ejemplares de mitad de siglo XX y las últimas décadas de tal siglo, así como principios del siglo XXI veo con alegría que don Javier pertenece a tal generación de brillantes cronistas, la lista es interminable: Gustavo G. Velázquez, Clemente Díaz de la Vega, Mario Colín Sánchez, Javier Romero Quiroz, Rodolfo García Gutiérrez, José Yurrieta Valdés, Amador López, Jesús Espinoza (al que no ubico a la fecha), Guillermo Ménez Servín, Carmen Rosenzweig, Alfonso Sánchez García, Gloria Díaz González y varios más que resumen en gran parte la crónica de la ciudad, pueblos y delegaciones en ese siglo que es escuela para quienes sentimos afecto por el género de la Crónica.

Es en sus plumas, así se puede decir, no por nada Alfonso Sánchez Arteche, hijo del profesor Mosquito, él y sus hermanos calificaron la biografía ganadora presentada a la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) con el título El plumaje del Mosco. Sí, la pertenencia de Javier Ariceaga a la generación más brillante que ha tenido Toluca, es galardón que les pone como escuela indiscutible, y al trazar el camino, sendero o calle y autopista, nos dejaron en sus textos la mayor lección. Sí puedes, de ser posible, deja por escrito toda tu sapiencia, (cuando la haya) y no hagas sólo crónica verbal, pues en el mejor de los casos las palabras se las lleva el viento.

Recuerdo que sus charlas eran una forma de recibir aprendizaje de la capital del Estado de México a finales del siglo XX, él vivió desde los tiempos de don Isidro Fabela Alfaro los años que parten de su niñez, seguramente de la educación cardenista de 1934 a 1940 en la que para ellos fue escuela ideológica progresista y de preocupación por las causas sociales. Nada que ver con la actualidad que se dice que por falta del civismo dentro de todos los grados escolares los infantes, adolescentes y jóvenes tienen una nula educación por la democracia, libertad y progreso colectivo de la patria. No dudo, que todos ellos tuvieron relación generacional con el profesor Agripín García Estrada, don Manuel Hinojosa Giles, Herminio González Robles, Adrián Ortega Monroy o Juan Rosas Talavera con alguna diferencia en años por su nacimiento, pues hay que recordar que patriarca muy respetado por Alfonso Sánchez García, Rodolfo García Gutiérrez o José Yurrieta Valdés tenían gran respeto al poeta Josué Mirlo, cuyo nombre real fue Genaro Robles Barrera.

Al recordar mis charlas con don Javier Ariceaga, me vienen a la mente todos esos nombres, nombres que educaron a quienes fuimos la generación de 1968: no más con tendencia cardenista, pero si rebeldes al autoritarismo, que aún imperaba en el país tanto en la familia como en la vida política. Autoritarismo y machismo, males de nuestra patria en décadas y décadas que se incentivan en el siglo XX, por lo que la rebeldía de la juventud no sólo se dio en México sino en gran parte del mundo. De eso dialogábamos mucho con don Agripín García Estrada, quien fuera director de la escuela Normal del Estado y luego director de Educación estatal y, fundador del Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México (SMSEM) en el año de 1953. Mis familiares, padre y tíos, fueron de la generación de Alfonso Sánchez García y de Javier Ariceaga: es decir, nacidos en la década de 1920 y principios de la siguiente. Siempre le voy a recordar con cariño y ternura, pues Don Javier, bohemio de gran vocación y afectuoso a cuál más, entregaba su amistad sin poner límites.