Voluntades bifurcadas

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SIEMPRE, han sido larguísimas las pugnas entre quienes abogan por la anterioridad de la idea o de la materia en cuanto a señalar el más hondo y último fundamento del mundo se refiere. A tal punto que ya es, pues, casi un tópico clásico de la malla universitaria que tiene independencia en su objeto respecto de lo humanístico, y casi una confirmación de fe con la que cumplir a posteridad por quien aspira a cultivar las ciencias del hombre. Además, claro, de un asunto que quienes tienen vocación de formar legiones o engrosar las milicias santas, aprovechan para ganar adeptos en lugar de amantes.

Las opiniones bifurcadas tienen más cosas buenas que malas, como lo confirma la inquietud de la conciencia que sólo se siente realizada cuando sus pesquisas van del caos al orden. Nada hay tan aburrido e indigno para quien afronta asuntos intelectuales de manera valerosa que tener la investigación hipotecada. Esto es, tener que pensar analógicamente hasta llegar a una verdad, que termina confirmando a quien piensa así, que en ningún momento fue descubridor de nada más que de un camino más para llegar al mismo lugar. O lo que es peor, tener que pensar a través del imperativo bajo el que cualquier asunto social o humano, parte de una injusticia provocada por una entidad miserable y opresora; que debe ser solucionada a través de explicitar su supuesta fisionomía, para después destruirla –sin importar lo que haya que hacer–.

Ambas maneras de investigar se emparentan respectivamente con los idealismos y los materialismos más ortodoxos que se conocen. Aquellos que tienen por método levantar montañas de hipocresía sobre los asuntos a los que son enviados por los caudillos de los círculos intelectuales a los que pertenecen. ¿Qué es, pues, un círculo intelectual de carácter fundamentalista y ortodoxo además de un aserradero de voluntades o un asidero de resentimiento o mala fe? Como sea, en ambos se enseña la ontología más honda con el principal fin de inocular dosis homeopáticas de repugnancia contra el otro y heroicidad por el bando propio.

Por otra parte, huelga decir que, en las más radicales facciones de ambos bandos investigativos, se condena con el peor deshonor la independencia de los ídolos del teatro o el sano eclecticismo. Ambos, se dice, conducen a pulular libremente por asuntos indeterminados, y a fracasar miserablemente en la principal misión para la que, supuestamente ha sido formado el investigador: el confirmar. Y es que, vista la investigación de esta manera, cualquier asunto puede ser pesquisado con facilidad yendo de la mano de todos los fundamentos que se apilan tras décadas y décadas de consagrarse a purgar el mismo sistema, y cualquier asunto tratado con lo venturoso de la independencia, parece un intento insignificante que confirma la absoluta superioridad del sistema que se abraza.

Vistos así, ambos sistemas con sus respectivas escuelas parecen dos gigantes bondadosos que brindan una seguridad infranqueable, que además regalan una base de la que partir con el único tributo de tener fe antes que dudas. Aunque esto suponga protagonizar periplos patéticos y absurdos disfrazados de honorables misiones casi con la heroicidad de lo bélico, que transmutan en munición argumentativa traída para los fieles o para el partido, y en una suerte de gloria que se manifiesta en una admiración y referencia por los nuevos adeptos de la escuela, quienes hacen redundar su pereza intelectual en elogios para el nuevo gran maestro. Aun así, ninguno se da cuenta de que en el fondo, ni la propia escuela ni la contraria, está contribuyendo fecundamente para el porvenir de la intelectualidad de su tiempo, sino condenándose a ser juzgados como referencias de la vulgaridad intelectual, por enseñar que la seguridad será siempre preferible a la libertad.